domingo, 7 de agosto de 2005

Especial Época: 30 años de Reinado

Con motivo del 30 aniversario de la proclamación de Don Juan Carlos como Rey de España, la revista Época dedica un número especial a esta efeméride.
Desde este blog y desde fororeal.net, prestaremos especial atención los próximos meses al aniversario de este reinado que tan positivo ha sido para España. 
 
Algunos de los contenidos publicados por la revista Época:
 
Entrevista con Sabino Fernández Campo: "El Rey tiene que ejercer su poder moderador"
 
Cuando a Sabino Fernández Campo se le pregunta si en la España de hoy hay menos monárquicos que en la de hace 20 o 30 años, el que fuera jefe de la Casa del Rey evoca la caída de Alfonso XIII y viene a su memoria aquella frase de Cambó: "Las monarquías no caen por los esfuerzos de los republicanos sino por sus propios errores".

Siempre entendió Fernández Campo la sinceridad como un requisito exigido al asesor leal. Profesor de silencios elocuentes y maestro de confidencias entre líneas, ahora instalado en la atalaya de una lúcida ancianidad -87 años de prudencias calculadas-, Sabino, don Sabino, rememora con un punto de amargura las circunstancias que motivaron su destitución, tan brusca como escasamente explicada, y advierte de la necesidad de que el monarca ejerza con eficacia su papel moderador.
 
Ex Jefe de la Casa de Su Majestad, celoso guardián de secretos inconfesables, Sabino Fernández Campo administra todavía con elegancia y clarividencia sus opiniones respecto a la ejemplaridad exigida a los Reyes y sus hijos.

"Porque conviene no olvidar que la ejemplaridad de la Transición pivotó en torno a la figura del Rey, motor del cambio, equilibrador e intermediario entre las partes" -dice-; "aunque muchos parecen estos días interesados en resucitar una ruptura que creíamos superada".

-¿Se refiere al revisionismo del actual Gobierno respecto a la Guerra Civil, el consenso logrado en la Transición y, de paso, la Monarquía?
-Sí. Exactamente a eso me estoy refiriendo. Siempre cito el último párrafo de aquel mítico discurso de Luis Gómez Llorente -en representación del PSOE, un discurso pronunciado en las Cortes cuando se discutía la Constitución- como símbolo de la Transición; entonces, los socialistas renunciaron a su republicanismo en beneficio de la democracia y del entendimiento entre los españoles. Ahora también se hace necesario ese sacrificio de una parte de las ideas de cada uno para unirse a las del otro.

-¿Está ejerciendo estos días el monarca su papel de garante de la unidad de España como lo hizo durante la Transición?
-Si analizamos la Constitución, el Rey tiene muy pocas facultades e iniciativas, pero sí un poder moderador, una facultad de ejemplaridad, que cuanto más se ejerce, mejor.

-Determinados sectores denuncian los silencios de Don Juan Carlos frente a la ofensiva de los nacionalismos. ¿Está el Rey demasiado callado?
-He dicho muchas veces que ese poder moderador -que consiste en arbitrar y velar por el regular funcionamiento de las instituciones- o se ejerce de antemano, o no tiene razón de ser; si al Rey le presentan una ley aprobada por las Cortes, no le queda más remedio que firmarla o marcharse.

Pero si el Rey tiene la autoridad suficiente -porque su conducta es ejemplar, porque está enterado de los asuntos y, por lo tanto, puede exponer las consecuencias desfavorables de los mismos-, debe ejercer ese poder y esa autoridad de antemano, en los despachos con el presidente, con los ministros, con los presidentes de los altos organismos, como el Tribunal Constitucional o el Consejo de Estado... Esa labor sería muy necesaria para evitar que llegara a producirse el caso de tener que sancionar una ley que no es de su conformidad.

-¿Respecto a la reforma del Estatuto catalán, ¿sería ya demasiado tarde?
-En esta fase ya no cabe el poder moderador.

-¿Ha existido entonces dejación de responsabilidad respecto a la unidad de España por parte de Don Juan Carlos?
-Yo eso no lo diría jamás, porque conozco su españolidad, así como su interés por los asuntos de Estado y por la propia institución monárquica. A lo mejor no ha tenido armas suficientes, o si las ha ejercido, no lo sabemos; o si ha tratado de utilizarlas, no lo ha conseguido.

Pero insisto: cuando se empezó a hablar, por ejemplo, de la ley de matrimonios homosexuales, si se consideraba que no era conveniente o que podían otorgarse a los gays los mismos derechos sin que el valor de las palabras -que es muy grande- llegase a indignar a una parte de la población, el Rey podía haber influido antes de que la norma llegase al Parlamento. Quizá lo intentó y nosotros lo ignoramos.

-Como jefe de una dinastía católica, ¿no podría haber abdicado durante unas horas, al estilo Balduino?
-Por una parte, España es ahora un estado aconfesional; por otra, lo de suspender temporalmente sus funciones puede servir de símbolo, significación, de que moralmente él no coincide con el contenido de esa ley -como fue el caso del rey Balduino-, pero no deja de ser un poco absurdo: "No lo firmo porque me doy de baja pero sigo siendo el Rey..."

Durante la fase de elaboración de la Constitución de 1978, yo mismo, en conversaciones con el entonces presidente de las Cortes, Antonio Hernández Gil, sugerí buscar una fórmula para evitar que el Rey se convirtiese en una máquina de firmar en caso de que, por motivos morales u otros, no estuviera de acuerdo con alguna disposición legal -como se preveía en otras constituciones anteriores-.

Por Maite Alfageme. Más información en la edición en papel de la revista Época.
 
 
 
23-F: La noche  de la alternativa

Fue la noche más larga del monarca. Y la más importante; tanto, que marcó un antes y un después en su reinado.

Se preparaba para jugar un partido de squash en La Zarzuela cuando le avisaron de que unos guardias civiles habían tomado las Cortes. De inmediato, cambió la raqueta por el teléfono y no lo soltó hasta casi entrada la media noche. Eran las 6.20 de la tarde del 23 de febrero de 1981.

A esa hora, se votaba en la Carrera de San Jerónimo la investidura de Calvo Sotelo como presidente del Gobierno, tras la dimisión de Suárez. Fue cuando Tejero irrumpió con sus hombres en el Hemiciclo, subió a la tribuna de oradores y pronunció una frase que de haber tenido el teniente coronel acta de diputado en vez de tricornio y galones, hubiera pasado a los anales del parlamentarismo español como una de las más célebres: "¡Se sienten, coño!".

La orden, acompañada de tiros al aire, fue acatada sin discusión por el cuerpo parlamentario en bloque, salvo Suárez, Carrillo y Gutiérrez Mellado, quien se enfrentó valerosamente con los asaltantes. Una vez controlada la situación, Tejero anunció a la Cámara que obedecía "órdenes del Rey y del general Milans del Bosch, capitán general de Valencia". Era la primera vez que la figura del monarca salía de boca de uno de los conjurados.

Sin noticias de Juan Carlos
Gabriel Cisneros, uno de los padres de la Constitución, ocupaba aquella tarde su escaño en el Congreso cuando entró Tejero, como un Pavía del siglo XX, pero sin caballo. "Sentí miedo físico, pero no temor político", dice. "Era todo tan anacrónico, iba tan a contrapelo del sentir de los españoles, que aquello no podía triunfar". En cuanto a si el Rey podía estar entre bambalinas, moviendo los hilos del complot, Cisneros es tajante: "Nunca lo pensé. Otra cosa es que lo pensaran algunos de los conspiradores".

¿Algunos? O todos, como sostiene Javier Dusmet, capitán adscrito a la Brigada Acorazada Brunete cuando el 23-F. "De todo me enteré sobre la marcha. Unas horas antes, mi amigo el comandante Pardo me lo contó. Me dijo que se trataba de un golpe de timón para reorientar la situación. No hay que olvidar, entre otras cosas, que ETA mataba un día sí y otro también, y que a los cadáveres se les sacaba por la puerta de atrás para enterrarlos.

Acepté embarcarme en la aventura porque Pardo me dijo que además de Milans, estaba el Rey. Me lo creí porque Pardo estaba convencido. Y no sólo él, sino el resto", dice Dusmet refiriéndose a los militares que tomaron parte.

Los escépticos de las versiones oficiales ven en las casi siete horas transcurridas desde la toma del Congreso por Tejero hasta la alocución televisada del Rey el signo de que el monarca era el capitán indiscutible de la cuadrilla conjurada. Según los amigos de la teoría de la conspiración, el Rey se habría dirigido a la nación cuando vio que las posibilidades de éxito de la asonada eran remotísimas. Pero hay testigos de la actuación de Don Juan Carlos aquella noche que desmontan, punto por punto, esta teoría. Como Jesús Picatoste, periodista que grabó para TVE el mensaje del Rey ordenando a los golpistas deponer su actitud.  

"¡Echando leches para televisión!"
Sostiene Picatoste que lo ocurrido el 23-F no se puede interpretar sólo con el análisis sesudo de documentos: "Ha de primar el testimonio de las fuentes directas". Para el periodista, bastarían algunos matices para "perfilar" el talante con que se afrontó la crisis en La Zarzuela. Entonces, ¿hizo el Rey cuanto pudo por retrasar su mensaje? "No.

Se habría ganado tiempo si en Zarzuela hubieran dispuesto de los medios necesarios para emitir en directo. Por otro lado, mi equipo y yo no pudimos abandonar Prado del Rey, tomado por los golpistas, hasta eso de las nueve, cuando nos lo ordenó sigilosamente nuestro director, Fernando Castedo.

Al llegar a Palacio, la grabación se demoró hasta cerca de las 12 porque las circunstancias lo aconsejaron: el Rey seguía al habla con los capitanes generales, lo que demuestra que si hubiera estado detrás no podría haberlo tenido más fácil: hubiese bastado una orden suya". ¿Era el monarca un manojo de nervios? "Para nada. Sabía perfectamente lo que hacía. Contagiaba serenidad. Ni siquiera en los minutos previos a la grabación perdió su sentido del humor. Bromeaba con el Príncipe a costa de mi apellido".

Y llegó el momento de la grabación. Juan Carlos, de capitán general, sin maquillaje ni retoques, para ahorrar tiempo. Y el mensaje que se tiene que grabar dos veces, porque en la primera el monarca se ha tropezado con una palabra y porque no viene mal una copia de seguridad. "¿Ahora?", le pregunta el Rey a Picatoste. "¡Ahora!", le responde éste, "¡pues echando leches para Televisión Española!".  
 
El mensaje del Rey emitido a la 1.15 de la madrugada sentenció el golpe. Era cuestión de horas que Milans ordenase en Valencia regresar a sus carros a los acuartelamientos, que Tejero se entregase a las puertas de las Cortes y que se destapara el doble juego del general Armada, que había pasado la tarde-noche del 23-F poniéndole una vela al Rey y otra a los golpistas. De todas formas, hacía horas que el levantamiento había ido perdiendo fuelle.

La hoja de ruta diseñada por los espadones contemplaba la toma del Congreso y el levantamiento de las capitanías generales. De ser así, sólo Tejero y Milans habrían cumplido su parte. En la División Acorazada Brunete, el capitán Dusmet no cabía en sí de indignación. "Sabíamos que los capitanes generales tenían noticia del asunto y ahora pretendían que todo quedara en que un pirado, que sería Tejero, había montado un pitote en el Congreso. Pues no señor, no lo íbamos a permitir. Por eso, cuando ya estaba todo perdido, el comandante Pardo, tres capitanes y yo cogimos una compañía de la Policía Militar y nos encerramos con Tejero en el Congreso, para que quedara constancia de que el Ejército también estaba. Durante el viaje en el Jeep, oímos el discurso del Rey y dijimos: ?¡Hombre, otro que se echa para atrás?".   

El alto sentido de la lealtad le costó a Dusmet dos años de cárcel, durante los que él y sus compañeros de pronunciamiento hablaron largo y tendido. "La conclusión a la que llegamos fue que se trató de una operación orquestada por manos siniestras para consolidar la democracia y la Corona. Y pensamos ?pues mira, de algo ha servido?. O sea, que no nos pareció mal del todo", dice Dusmet con una carcajada.

De republicanos a juancarlistas
Conspiración o no, el 23-F marcó un antes y un después en el reinado de Juan Carlos. Dice Cisneros que esa noche, "el hemisferio izquierdo de la vida política, que hasta ahora lo había tolerado, como mucho, vio al Rey como lo que era: el garante de los derechos y libertades públicas". Así, Carrillo cambió el guasón "Juan Carlos el Breve" con que se refería al monarca por un respetuoso "Don Juan Carlos".

Muchos se acostaron republicanos y se levantaron juancarlistas, reeditando así la idea de la legitimación de ejercicio en detrimento de la de origen. La izquierda olvidó que Juan Carlos era el sucesor de Franco "a título de Rey" y que había jurado los Principios Fundamentales del Régimen, y empezó a verlo como el "Rey de todos los españoles", viejo delirio borbónico hecho realidad.

En definitiva, la del 23-F fue para el Rey la noche de la alternativa. Y a pesar de que, a petición del público, dio la vuelta al ruedo, hubo aficionados en los tendidos que le dijeron no con el dedo, moviendo ostensiblemente el brazo de lado a lado. Los sigue habiendo. No ya porque sospechen de su proceder el 23-F, sino porque piensan que esa noche Juan Carlos sacó unas oposiciones a monarca y se tumbó cómodamente a verlas venir, como si la Corona y el trono no hubiera que ganárselos día a día. Con el sudor de la frente.

Por Gonzalo Altozano.
 
 
Con seis presidentes
 
¿Qué quiere decir la Constitución cuando dice que el Rey "arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones"? En realidad no está explicitado en ninguna parte el significado de esta frase, pero algunos estudiosos creen encontrar esta función en el artículo 99, que establece que "después de cada renovación del Congreso de los Diputados (?) el Rey, previa consulta con los representantes designados por los Grupos políticos con representación parlamentaria, y a través del Presidente del Congreso, propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno".

Tal vez, dicen, en ese momento el Rey puede sugerir, aconsejar a los políticos sobre la forma más conveniente de formar mayorías para el interés común, en caso de que nadie tenga mayoría absoluta y existan varias posibles combinaciones. Pero ésa es una interpretación.

Lo cierto es que, una vez constituido un Gobierno, las relaciones entre La Zarauela y La Moncloa son necesarias, y parece muy conveniente que sean las mejores posibles. Pero no siempre ha sido así, ni con todos los presidentes del Gobierno, ni con un mismo presidente en todo el tiempo de su mandato. Al pasar de lo que dicen los papeles a la realidad de las personas con nombre y apellidos, las cosas cambian.

Hasta ahora, Don Juan Carlos ha tenido que convivir con seis presidentes del Gobierno: Carlos Arias Navarro (1975-76), Adolfo Suárez González (1976-81), Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo (1981-82), Felipe González Márquez (1982-96), José María Aznar López (1996-2004) y José Luis Rodríguez Zapatero (2004-?).

La relación con Arias, presidente heredado de Franco, nunca fue buena; no había eso que ahora llaman química entre los dos; y como todavía estábamos sin Constitución, el Rey hizo saber al país que Arias no frenaría el proceso hacia la democracia. Lo hizo de un modo curioso: otorgó una entrevista a Arnaud de Borchgrave, del semanario Newsweek, y éste, aun sin poner las palabras entre comillas, contó que el Rey le había dicho que Arias era un unmitigated disaster, un desastre sin paliativos. Los medios españoles se encargaron del resto, al recoger la entrevista. Arias dimitió, y el Rey le otorgó el título de marqués.

"Lo que me ha pedido"
Don Juan Carlos tuvo mucho protagonismo en la designación de Suárez. Era verano de 1976. La designación del presidente del Gobierno seguía aún los métodos del franquismo. Tras reunirse el Consejo del Reino (una docena de personas relevantes del régimen), ofreció al Jefe del Estado una terna, y éste elegía a uno de los tres propuestos.

El truco del mecanismo consistía, obviamente, en colocar en la terna el nombre querido por el Rey. De esta labor se encargó el entonces presidente de las Cortes, Torcuato Fernández-Miranda, quien, al término de la reunión, no pudo reprimir un punto de vanidad en ese instante de gloria, y anunció: "Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido". El nombre -y posterior elección- de Adolfo Suárez fue una sorpresa morrocotuda.

El entendimiento entre el Rey y Suárez fue perfecto en los primeros tiempos del mandato de éste. Pero a medida que la relación entre la UCD y el PSOE se fue agriando, también se deterioró la relación Rey-presidente del Gobierno. No trascendían los detalles, pero era visible que Don Juan Carlos tenía muchas ganas de ser el Rey de una España con Gobierno socialista.

Se ha escrito mucho sobre las tiranteces entre La Zarzuela y La Moncloa en esa época. Suárez tomó la decisión irrevocable de dimitir, con independencia de si al Rey le parecía bien o no; y probablemente le parecía mal o, cuando menos, generador de un riesgo alto de desestabilización: en sectores militares era patente un descontento que arrancaba de la legalización del Partido Comunista.

Leopoldo, 'el Breve'
Leopoldo Calvo-Sotelo tuvo un mandato muy breve, llamado además a servir de preparación de la espectacular victoria socialista de octubre de 1982. Pero en el año y medio mal contado en que ocupó La Moncloa rindió dos importantísimos servicios a España, que no se le han agradecido lo bastante: el juicio contra los responsables del golpe del 23 de febrero de 1981, y el ingreso de España en la OTAN. Dos hechos irreversibles que nos han librado de no pocas posibilidades creativas de algunos de sus sucesores.

Los 13 años y medio de Gobiernos de Felipe González consolidaron la ausencia del Rey de toda capacidad de influencia regia en la política. La sensación era que González animaba al Rey a tomar parte en cualquier acontecimiento al que fuera invitado, siempre que fuera lejos de España y no tuviese nada que ver con la política.

Hasta tal punto llegó la cosa, que persona muy próxima al Rey comentaba amargamente a sus íntimos que "los socialistas están poniendo al Rey tan alto, tan alto, que ya apenas se le ve". Pero la relación Rey-González, pequeños roces y meteduras de pata resonantes aparte (como el discurso que dieron a leer al Rey que incluía párrafos enteros de un artículo publicado meses atrás por González), pasará como una relación fluida, aunque no tanto como la que el Rey mantuvo con el vicepresidente Alfonso Guerra, con quien despachó en algunas ocasiones en ausencia de González.

Don Juan Carlos estaba encantado con Guerra, con fama de enfant terrible, que en cuanto entraba en La Zarzuela era el más encantador interlocutor de Su Majestad.

Con José María Aznar, la relación ha sufrido altibajos. Siempre afable, siempre más que correcta, pero sin química, al menos a los ojos de la opinión pública. Los ocho años de aznarato han sido, en este sentido, neutros, al menos en lo que se refiere a las consecuencias de una relación personal que ni ha tenido la intimidad de los primeros años de Suárez, ni la complicidad de los años de González.

Ahora empieza la era Rodríguez, cuya duración no se sabe cuál será. Algunas iniciativas del Gobierno han colocado al Rey en posición incómoda, como la ley que equipara el matrimonio a las coyundas homosexuales. Cuando la llamada ley del aborto de 1985, los Reyes visitaron Roma poco antes de su aprobación y se entrevistaron con el Papa.

No se sabe de qué hablarían, pero lo cierto es que todas las veces que Juan Pablo II vino a España dispensó un trato afectuoso a los Reyes. Ahora, con la reforma del Código Civil, El Confidencial Digital ha contado que al día siguiente de su aprobación, La Zarzuela pidió audiencia a Benedicto XVI, pero la apretada agenda del Papa no la ha permitido. Estamos empezando; sólo llevamos un año de Rodríguez.

Por Ramón Pi.

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