miércoles, 17 de agosto de 2005

Palabras de reconocimiento a 17 hombres valientes

Llegan por doquier las palabras de duelo por los 17 soldados españoles que han perdido su vida en acto de servicio en el nombre de España.

El Papa Benedicto XVI ha declarado sentirse "profundamente apenado" y ha pedido a Dios que conceda consuelo "a cuantos lloran la lamentable tragedia".


Imagen del soldado Pedro Fajardo Cabeza pocos días antes de su muerte en acto de servicio.


Estos son algunos de los artículos y editoriales publicados en los periódicos españoles.

Héroes sin partido

POR BENIGNO PENDÁS

PROFESOR DE HISTORIA DE LAS IDEAS POLÍTICAS

ABC

Ante todo, dolor. Después, admiración. Siempre, gratitud. La tristeza limita la capacidad de reflexión. La sociedad del riesgo no conoce tregua veraniega. He aquí la hora final en esta vida terrena para diecisiete héroes españoles: personas de carne y hueso, con su nombre y apellidos, con su familia y amigos, incluso en esta época dominada por la soberbia estadística. Una sociedad sanamente constituida tiene que afrontar las tragedias con madurez, nunca con indiferencia. Aunque la política (espejo, como siempre de la vida) se complace con crueldad en la paradoja. Accidente o ataque, el orden de los factores no altera el producto. Si accidente, como parece, ¿quién no ha pensado en el Yak? Si agresión, como algunos dicen, surgen de inmediato las sombras del Irak y del 11-M. ¿Qué hacemos en Afganistán? Corremos sin sentido para regresar al mismo punto de partida. Tiene razón Claudio Magris: «Es posible que Heráclito esté equivocado; siempre nos bañamos en el mismo río». Así pues, examen para el Gobierno; dilema -ético y político- para la oposición; incógnita para los ciudadanos. Esta vez, igual que las anteriores, el sentido común impone una única solución razonable. España necesita dar prioridad a la política sobre el partidismo. La patria no son ellos ni somos nosotros. No es, ni mucho menos, propiedad de quien gobierna al día de la fecha en esta sucesión efímera que llamamos democracia. Otros países -muy pocos para ser sinceros- lo consiguen. Nosotros lo logramos mal que bien durante la Transición. También ahora debe ser posible.

Contexto internacional. Irak concentra el ruido y la furia pero Afganistán sigue en la retaguardia. Ecos de la resistencia talibán. Sólidas bases de AlQaida. Criminales disfrazados con el rótulo inmerecido de «señores de la guerra». La primera decisión de Bush tras el 11-S no estaba exenta de riesgo. Porque, según viejas páginas de geopolítica, EE.UU. es una talasocracia imbatible, pero sufre graves carencias cuando trata de ocupar militarmente un territorio. Los afganos son el mejor ejemplo de aquella inteligente doctrina de Toynbee sobre el estímulo de los «Hard Countries». Los ancianos que dirigían el Kremlim en su fase terminal no eran aventureros, sino políticos responsables. El Ejército Rojo enterró su nombre y su fama en aquella tierra infernal porque los soviéticos eran conscientes de los peligros del Islam radical. La mitad de los musulmanes del mundo vive en Asia. En las fronteras de ese país se concentran potencias nucleares y gigantes demográficos. No hablamos de ridículos debates identitarios. Allí se ubica hoy día la «isla del mundo», en sentido estratégico: no es baladí determinar quién controla ese paraje desolado que nos golpea desde su inocuidad aparente desde la pantalla de televisión.

¿Qué hacen entonces nuestros soldados? Respuesta concluyente: sitúan a España en el lugar que le corresponde, a la altura de esta época desquiciada de la que pocas alegrías podrán rescatar los futuros historiadores. «Recuerdos del porvenir» se llama, en un estupendo sin sentido, la taberna que pinta Alejo Carpentier al borde mismo de la selva tropical, justo al otro extremo del mundo. España debe estar al lado de sus aliados naturales en el marco de la OTAN y de la Unión Europea. Debería estar en otros sitios, según creo, pero hoy no es el día para ese tipo de debates. Aquí o allá, las Fuerza Armadas cumplen su misión de forma modélica. Una sociedad «decente» (antes de Zapatero lo decían los conservadores americanos) se muestra por definición orgullosa de sus ejércitos. Solo los dogmáticos, algunos simplemente tontos, repiten una y otra vez el rancio discurso antimilitarista. Digamos, pues, la verdad en voz alta y clara. Se trata de profesionales bien preparados, con sentido del deber y alta capacidad técnica. Gozan del máximo respeto en los organismos internacionales. Resisten con holgura la comparación con sus colegas extranjeros. Se dejan la vida en el empeño, como es notorio. Merecen, pues, no solo el esfuerzo presupuestario que ahora se anuncia con un cierto alarde teatral. Debe también multiplicarse la cultura de defensa y la consideración social de la profesión. Las Fuerzas Armadas son, en su realidad actual pieza nuclear de la España constitucional porque participan junto a sus iguales en la lucha por una causa justa. Venturosa novedad, después de un aislamiento que ha resultado demasiado largo.

Lección para sectarios, sean inocentes o malintencionados, que de todo hay. La realidad no cambia aunque se contemple desde el optimismo antropológico. Ha salido trágico este verano de 2005. Guadalajara y Roquetas; ahora, los helicópteros.... Deslinde entre lo ingenuo y lo malévolo. Ironías del destino. Desengaño acerca del mundo feliz que nos esperaba. Comprendo que la tentación de pasar factura es difícil de resistir. Pero ha reaccionado con acierto el Partido Popular y Rajoy presenta esa sobriedad institucional que es propia de una oposición digna en momentos complicados. Véase, cómo no, el ejemplo británico tras el 7-J. Zapatero ha vuelto a tiempo a su despacho, pero no hacía falta poner énfasis en la identificación de los cadáveres «con plenas garantías». Es elemental, y reabre una polémica que nos llevará por mal camino. Siempre el presidente del Gobierno debe precisar las palabras y modular el tono, pero mucho más cuando se trata de una declaración institucional. Se agolpan los desafíos en torno al ministro Bono. Ahora tiene que demostrar su talla política. En la investigación, por supuesto. También con decisiones de alcance retroactivo. Aprendamos de los errores. Sobriedad en los gestos, transparencia absoluta, apoyo a las familias sin minucias burocráticas. Caso Yak. La responsabilidad política se extingue con el juicio del cuerpo electoral, inapelable en democracia. La responsabilidad jurídica, sí y cuando procede, es cuestión de jueces y tribunales sometidos únicamente al imperio de la ley. Pero la política de Defensa es y debe ser una política de Estado. Diré algo más: debe ser una política patriótica. Igual sucede con la Corona: el Rey, téngase presente, es jefe supremo de las Fuerzas Armadas, según la sabia decisión constituyente. Como debería ocurrir, sin pretexto alguno, respecto del terrorismo y de la arquitectura territorial. Política, en fin, en el sentido más noble, que deja espacios exentos de la controversia -por supuesto legítima- entre los partidos en otras múltiples materias.

El ser humano busca la certeza absoluta con empeño digno de mejor suerte. Pero sería inútil apuntarse al optimismo, dejándose llevar por el dolor de los primeros momentos. Ataque o accidente, este caso traerá secuelas: dentro del Gobierno, en la institución militar, entre el Gobierno y la oposición. Por ahora, vamos a llorar -si nos dejan- a esta minoría de héroes que prefiere asumir deberes antes que reclamar derechos y renuncia al bienestar hedonista que perseguimos con ardor. Son, en sentido orteguiano, los mejores. Las lecciones, me temo, las vamos a aprender a medias, en el mejor de los casos. Lo terrible es que habrá más víctimas, más desgracias, más atentados, en esta guerra por fragmentos que afecta al núcleo duro de nuestro dilema existencial. «Las reglas del juego han cambiado», decía hace unos días Tony Blair. Muchos esperan el regreso de vacaciones para no dejarle respirar. La sombra de la sospecha extenderá su huella en cada actuación pública de los responsables. Se medirán las palabras con obsesión enfermiza. Las alusiones malintencionadas ocuparán el puesto de los conceptos claros y precisos. Un colectivo equívoco («los muertos» «las víctimas», «los afectados») borrará de la frágil memoria colectiva el recuerdo personal del capitán y de sus soldados. Muertos en acto de servicio, en defensa del honor de una sociedad que, ojalá sepa -por una vez- estar a la altura de las circunstancias. «Suerte y hasta pronto», Dios mío, decían las pancartas de despedida...

Un acto de entrega

LA VANGUARDIA

Diecisiete militares españoles fallecieron ayer en Afganistán al caer el helicóptero Cougar en el que viajaban en Herat, al oeste del país. La OTAN habló en un primer momento de accidente, pero el ministro de Defensa, José Bono, no descartó en su comparecencia urgente antes de desplazarse a la zona que el helicóptero hubiese sido el objetivo de "un ataque exterior". Se trata, en todo caso, del segundo siniestro más grave de la historia de la participación española en misiones de paz tras el del Yak-42, el 26 de mayo del 2003, en el que murieron 62 militares que regresaban de Afganistán cuando el avión ucraniano en el que viajaban se estrelló en Trebisonda (Turquía).

En esta ocasión, el accidente se produjo cuando el helicóptero participaba en una operación, que culminaba ayer mismo, de integración de las fuerzas españolas dentro de la misión que la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) tiene encomendada por la ONU en Afganistán. En concreto, la misión de los militares españoles es garantizar la seguridad en las elecciones parlamentarias afganas, previstas para el 18 de septiembre, en los llamados equipos provinciales de reconstrucción (PRT, en sus siglas en inglés) con la participación de unos 10.000 soldados de 37 países. Se trata, en consecuencia, de una operación militar en un escenario considerado de alto riesgo,como prueba el hecho de que éste es el tercer accidente de un aparato de este tipo en lo que va de año. Otros dos helicópteros, ambos de Estados Unidos, han caído en Afganistán: en junio rebeldes talibanes derribaron un Chinook (16 soldados muertos) y en abril otros quince militares y tres civiles fallecieron al estrellarse otro helicóptero por las malas condiciones meteorológicas.

Gobierno y oposición, en este contexto, han coincidido en expresar sus condolencias a las fuerzas armadas y a los familiares de los fallecidos en el accidente, y en la voluntad de esclarecer con celeridad y serenidad las causas del siniestro. El líder del PP, Mariano Rajoy, optó por ofrecer apoyo y unidad, mientras su portavoz parlamentario, Eduardo Zaplana, añadía que su partido nunca haría responsable de la tragedia al Gobierno ni a su presidente y que jamás utilizaría "las artes que hayan podido utilizar otros", en alusión implícita al caso del Yak-42. Se trata de una referencia innecesaria, y no sólo por las circunstancias distintas de ambos siniestros, sino por la conveniencia de no reeditar ahora otra polémica partidista.

Es de esperar que la ajustada reacción del ministro Bono, que ha anunciado que comparecerá en el Congreso, y la declaración institucional del presidente Zapatero, que ha recordado que se trata de una misión humanitaria y de paz avalada por el Parlamento, propicien un cierre de filas de las fuerzas democráticas sin prejuicio de que se esclarezcan en paralelo todas las circunstancias del siniestro. La credibilidad de la política exterior, máxime después de la retirada española de Iraq, pasa por mantener la presencia militar en la fuerza multilateral de Afganistán, que, como recordaba ayer Duran Lleida, presidente de la comisión de Exteriores del Congreso, "es fruto de un compromiso responsable con la comunidad internacional, a través de las Naciones Unidas, y con las organizaciones supraestatales de las que España forma parte".

Los 17 militares caídos ayer en un acto de entrega, en palabras de Zapatero, han dado su vida para consolidar el frágil proceso de paz en Afganistán iniciado tras las presidenciales del año pasado, las primeras en treinta años. El presidente Karzai necesita del apoyo internacional para conseguir que la esperanza abierta con la caída del régimen de los talibanes se traduzca en la consolidación de un Estado democrático. Karzai, apodado el alcalde de Kabul porque su poder no va más allá de los arrabales urbanos de la capital, necesita de esa presencia para controlar a los señores de la guerra que mandan en las diversas regiones, hacer frente a los reductos talibanes y rescatar la economía del círculo vicioso de la miseria y el opio. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, ha pedido reiteradamente una mayor contribución militar para "allanar el camino a una estabilidad duradera en el país y en la región". Ésta sigue siendo la misión del ejército español.

En defensa de la libertad y la paz

EL PAÍS

Diecisiete militares españoles murieron ayer en Afganistán al "desplomarse" por causas aún desconocidas el helicóptero en el que viajaban. Los militares realizaban en Afganistán tareas de ayuda a la pacificación y estabilización bajo mandato de las Naciones Unidas, y en el marco de un amplio esfuerzo internacional por construir en aquel país un Estado democrático y viable que ponga fin a su larga y trágica historia de tiranías y violencia. Así lo recordó ayer, en una declaración institucional, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que interrumpió sus vacaciones para despachar en Madrid sobre el trágico suceso con el ministro de Defensa, José Bono.

Aún cuesta a muchos compatriotas comprender los retos que afrontan las democracias en este tormentoso comienzo de siglo y por qué obligan a misiones que puedan llevar a nuestros soldados a "morir defendiendo la libertad y la paz tan lejos de nuestras fronteras", en expresión del presidente del Gobierno. Pero es un hecho incontrovertido, ya que gran parte de las amenazas a la seguridad de nuestros ciudadanos se gestan en lugares remotos del globo en los que el nuevo terrorismo internacional ha establecido sus santuarios y bases, y donde tiraniza a las poblaciones locales. Ayudar a que se establezcan en esos Estados regímenes democráticos respetuosos con el derecho internacional es parte del esfuerzo necesario para una paz estable.

Este Gobierno cumplió con su promesa de retirar a las tropas españolas de Irak por considerar que la ocupación de aquel país es una guerra ilegal por no contar con un mandato de las Naciones Unidas. Pero dejó claro desde un principio que participaría en las operaciones internacionales que considerara ajustadas a la legalidad, y lo ha demostrado con la presencia continuada en Afganistán, ampliada ahora para la preparación de las elecciones legislativas previstas para el día 18 de septiembre próximo.

A nadie se le oculta que este tipo de misiones que llevan a cabo los militares tiene considerables riesgos, tanto de accidentes como de ataques por parte de esas fuerzas que tratan de impedir a toda costa que se implanten la ley, el orden y los derechos humanos en los territorios que dominaban o intentan dominar. Actualmente hay en Afganistán en torno a 850 soldados españoles integrados en la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad de Afganistán (ISAF), que cuenta con un contingente que ronda los 10.000 hombres de 36 países.

El ministro de Defensa, José Bono, partió ayer mismo hacia Afganistán para hacerse cargo personalmente de las tareas de rescate e identificación de los cadáveres, que tanto él como el presidente insistieron en que estarían marcadas por la "escrupulosidad" y se harían con certeza y seguridad. Resulta claro que no puede ser de otra manera cuando sigue viva la memoria del lamentable episodio de oscurantismo y desinformación habido tras la otra gran tragedia sufrida por nuestra misión en Afganistán que fue el accidente aéreo del Yakovlev en Trebizón (Turquía), en el que murieron 69 militares españoles en mayo de 2003. Se les debe a los militares fallecidos y a sus familiares.

Es de esperar también que, por respeto a ellos y a su dolor, todos desistan de intentar explotar políticamente esta tragedia. Las palabras del líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, mostrando su apoyo incondicional a las FF AA y rechazando de antemano cualquier utilización política de la tragedia inducen a albergar la esperanza de que así será.



Artículos publicados en La Razón:

¡Oh capitán, mi capitán!

Todos los soldados eran valientes

La muerte no es un acontecimiento de la vida. Es otra cosa. Dicen que los militares han de estar preparados para la muerte. Pero este puñado de diecisiete hombres jóvenes que ayer perdieron la vida en Afganistán no pensaban en la muerte. Seguro. Pensaban, trabajaban, luchaban y hasta han muerto por la vida. Por la vida de los demás, por la vida de esas mujeres afganas que ni siquiera saben que están vivas. Por la vida de esos niños que desconocen el gesto de la sonrisa. Por la vida de un pueblo que intenta sentirse vivo. En Afganistán, en Iraq, en Bosnia, en Haití...siempre ha sido así. Oh capitán, mi capitán, conducías el helicóptero junto a dieciséis soldados valientes en busca del sendero donde se bifurcan la libertad y la tiranía, la vida y la muerte. Una entrega vocacional y apasionada, que no aguarda más recompensa que la de rescatar del horror y el olvido a los desterrados, a los humillados, a los maltratados, a los que pierden todas las guerras, a los que cada noche se envuelven entre las sábanas sucias del pavor. Siempre fue esa vuestra misión. En escenarios ardientes como la lengua del infierno o gélidos como el vientre de la bestia. Oh capitán, mi capitán, tienen que suceder tragedias como las de ayer para que una sociedad anestesiada dedique al menos unos instantes al recuerdo y la alabanza de estas misiones de héroes, de estos sacrificios extraordinarios. Quizá, sí, los dioses hacen que los hombres sufran para que las generaciones posteriores tengan algo que cantar. Oh capitán, mi capitán, estas muertes que hoy lloramos harán ver, sin duda, de otra manera, el ejercicio diario de una raza aparte, de unos soldados que, al fin y al cabo, arriesgan su vida por algo tan elemental como esa paz que emana, ardorosamente, de la mirada de un niño al que muy pocos osan mirar.

Españoles sin fronteras

Jesús CUADRADO
Teniente General retirado

Diecisiete soldados de España han muerto en Afganistán, diecisiete españoles que participaban en el trabajo que más puede dignificar a un ser humano. Estaban ayudando a construir un mínimo futuro para los más pobres de la Tierra. Sirva este escrito-homenaje para contribuir a que los españoles conozcan qué hacen nuestros soldados tan lejos de casa. Hace quince días, un grupo de parlamentarios comprobamos, sobre el terreno, el funcionamiento de las misiones de paz que España desarrolla en Afganistán. En la ciudad de Quala i Now, con una población viviendo en las condiciones más desoladoras que se puedan imaginar, ¿qué preocupaba a nuestros militares? Una vez conseguido un mínimo clima de seguridad, las palabras más repetidas por el humanísimo coronel Veiga eran agua potable, medicinas, electricidad... Sepan los españoles que diecisiete soldados de España han muerto cuando trabajaban en nuestra mayor operación humanitaria en el exterior. Pudimos comprobar cómo los militares españoles habían creado un clima de confianza en la población afgana, cómo habían logrado que los vieran como a amigos que estaban allí para ayudar. El cumplimiento de esta condición imprescindible para el éxito de la misión tenía que ver, sin duda, con su excelente preparación y capacidad de sacrificio. Los líderes locales veían en estos españoles tan especiales una oportunidad de paz, sin la que no es posible construir nada, tras casi 25 años de guerra. Hoy, con diecisiete soldados muertos en el más noble acto de servicio, los españoles deben saber esto; nos lo dijeron aquellos pobres afganos de Quala i Now y tenemos la obligación de contarlo. Las Naciones Unidas identifican a los Estados fallidos, como Afganistán, como la mayor causa de pobreza en el mundo, y también como uno de los factores más decisivos de inseguridad. Hace semanas, el Parlamento mostró su acuerdo para una nueva misión de apoyo a las elecciones legislativas de septiembre. La sociedad española, por mediación de su Parlamento y de su Gobierno, decidió enviar a nuestros soldados allí donde no hay agua potable, ni un Estado que merezca tal nombre. Estaban donde les dijimos que estuvieran y hoy diecisiete soldados de España han muerto. Diecisiete de los mejores de entre nosotros. No hay consuelo posible. Sólo quiero contribuir a que se conozca cuánto les debemos.

Sangre española

Luis Feliu Ortega Teniente General retirado

Una vez más, las misiones de paz de nuestras fuerzas armadas se han cobrado un tributo de vidas humanas, y una vez más ha sido Afganistán, ahora con diecisiete militares españoles muertos cuando trataban de asegurar unas elecciones libres y en paz. En un mundo a veces tan dominado por el materialismo, y donde las ambiciones de poder alientan los odios entre comunidades, los enfrentamientos, la violencia, el egoísmo, la incomprensión y el terrorismo, puede parecer un contrasentido la presencia de tropas españolas en misiones de paz. Existe también la tentación de pensar que simplemente han muerto porque ése era el riesgo de su profesión. Pero yo, que he tenido el honor de mandarlos, yo, que he convivido con ellos en distintas misiones, sé muy bien de su entrega y de su generosidad, que va mucho más allá del estricto cumplimiento del deber. Nuestros militares se han entregado con ilusión y abnegación a estas tareas desde que allá por el año 92 comenzó el envío de contingentes. Primero los paracaidistas y después los legionarios, tropas de élite y entonces las únicas voluntarias, rivalizaron en su generosa entrega. Yo he visto cómo los «fieros», temidos y a veces denostados legionarios, los que algunos creían que sólo servían para matar, eran capaces de arriesgar sus vidas para que llegara la ayuda humanitaria, para que en los hospitales no faltara la necesaria medicina o para poder hacer sonreír a un niño. Yo he visto después a todos los soldados de las distintas unidades y contingentes tratar de evitar los enfrentamientos, los crímenes, los atropellos. No les he visto combatir, eso no fue necesario, pero sí les he visto decididos cuando en legítima defensa han tenido que usar sus armas siempre de forma proporcionada y disciplinada. No, su muerte no es ni puede ser inútil. Éstos, como el resto de sus compañeros, deben hacernos reflexionar sobre la necesidad de acabar con toda clase de violencia y de sufrimientos. Aunque ya retirado y, por lo tanto, ajeno al servicio activo, quiero unirme a todos ellos comprendiendo hasta lo más hondo el profundo dolor que deben sentir sus mandos y sus compañeros y sobre todo sus familias. A ellos quiero repetirles que dar la vida por la paz y por los semejantes es de las cosas más grandes que un ser humano puede hacer, y que aunque nadie podrá devolverles a sus seres queridos, nadie podrá compensarles esta pérdida tan sensible que, «aunque la pena les alcance... piensen que la muerte no es el final». Con un fuerte abrazo a todos ellos.

«Quizá nacieron para morir tan lejos»

María MENÉNDEZ Viuda del comandante Novo, fallecido en el accidente del Yak-42

El 24 de enero de 2002, S.M. Rey presidió en la Base Aérea de Zaragoza el acto de despedida al primer contingente rumbo a Afganistán. «Nunca desde hace más de un siglo, tropas españolas habían sido destacadas tan lejos», señaló Don Juan Carlos al mencionar la dificultad logística que implica desplegar a más de 6.000 km. a nuestras tropas. Soy la viuda del Comandante Novo, fallecido en Turquía a su regreso después de cuatro meses en Afganistán. De nuevo se me encogió el corazón al oír la fatídica noticia, el primer pensamiento fue para las familias, madres, esposas, hijos... nadie mejor que nosotros, las llamadas familias del Yak-42, podemos entender lo que estarán sintiendo, sus sentimientos contradictorios, su desgarro, sus preguntas, otras 17 familias destrozadas. Yo opino como Su Majestad que nuestros soldados están demasiado lejos. Ellos cumplen con su deber y lo hacen como el que más, pero desde la humildad me pregunto si es necesario que nuestros soldados tengan el triste récord de ser el segundo país del mundo con mayor número de bajas aliadas que han derramado su sangre por Afganistán, tras los estadounidenses... no lo sé, quizás sí, quizá estos 79 héroes nacieron para dar su vida por los demás. Han pasado dos años y dos meses, desde la muerte de 62 de ellos y aún continúo sin creérmelo, cuando como hoy veo nuevamente las imágenes del accidente del Yak, recordándolo en todas las cadenas, nadie podrá jamás saber qué siento, es indescriptible. Yo sé bien que mi marido daba su vida por cada uno de los españoles, y al final la dio. Él y muchos militares como él (no todos) son una raza aparte y duele mucho que España no les corresponda como se merecen. Ayer llegué de Polonia (país maravilloso) y ver todos los monumentos a los caídos que tienen, repletos de vida con flores frescas y velas encendidas después de tantos años me hizo reflexionar, y preguntarme: ¿Qué pasa por el corazón de los españoles?, ¿qué damos por los nuestros? Sólo desearía en estos momentos poder dar un abrazo a las familias de estos 17 héroes, y pido a quien corresponda que no cometan errores con ellos y que los traten como lo que son, familiares de gentes que dan sus vidas en nombre de esta España. Sé que ahora se identificará sus cuerpos correctamente, con medios que hace dos años tenían y no usaron. Sé que será todo diferente, ya he escuchado cómo llamó un General a cada familia, las nuestras se enteraron por los medios, pero el dolor tan desgarrador será el mismo que el nuestro, salvando la excepción de que los nuestros no fueron derribados por un misil, ése es su riesgo, más cuando vuelven a casa después de una gran labor humanitaria, porque aquellos que deberían velar por ellos les proporcionaron como medio de transporte un «ataúd volador» y con esa indignación viviremos para siempre. Espero que estas 17 familias lo tengan todo claro, verdad y transparencia (aquella que aún reclamamos nosotros). A todos los que sufrís con desgarro esta tragedia pensar que el destino ha hecho que los 17 se reúnan con los 62, y saldrán a su encuentro con una luz como hacían en las patrullas nocturnas, para abrazarles y enseñarles el camino como durante su vida siempre hicieron. Que Dios os tenga en su Gloria.

La otra «guerra» de los soldados de la paz

Militares españoles destinados a labores de seguridad o de auxilio a la población en zonas de conflicto explican a LA RAZÓN sus experiencias, los recursos para sobrellevar la lejanía del hogar y cómo se ganan el cariño de los civiles

Javier López
Madrid- Hace calor, mucho calor. El sudor resbala incesantemente por el rostro, la única parte del cuerpo que no está cubierta por el uniforme de campaña. Pero el calor es una sensación más placentera que la inseguridad que supondría desprenderse del pesado chaleco antibalas. Bajar la ventanilla tampoco es aconsejable, por lo menos en esta zona, donde el riesgo de recibir una granada de mano late en cualquier parte del escarpado camino. Sensaciones que se repiten, con mayor o menor frecuencia, entre los militares consultados por LA RAZÓN destinados a zonas de conflicto en misiones de seguridad o ayuda humanitaria. Sensaciones como la de un soldado destinado en Kabul, donde «hacía 35 grados, y dices que agradable, porque es la temperatura normal a las ocho de la mañana». Y las necesidades, tanto en Kabul como en Serbia, son siempre las mismas, pues la guerra no atiende a «banalidades» culturales. Lo fundamental, «comida, agua, los niños... Todo el mundo se preocupa por los niños. Todo lo hacen por los niños». Aunque nada es desdeñable, ojalá fuese el único problema en estos lugares, donde «el instinto de supervivencia es lo que prima. Eres tú, tu familia y tus amigos, y parece que el resto son tus enemigos. Que lo demás no vale nada. En guerras así parece que la vida no tiene valor. Vienes de España con tus conceptos de amistad, de nación... Y parece que entras en la Edad Media, donde no hay valor por la vida para ellos». La misma impresión que supone ver, «que el pueblo está lleno de minas». Y no hay ningún rastro que vaticine dónde están colocadas. «Cuando había una zona por la que han pasado dos bandos cada uno ha dejado recuerdos para que, cuando pase el otro, se encuentre una sorpresa». Sin embargo, las guerras en Oriente Medio no impiden a los soldados españoles romper radicalmente con sus hábitos de vida. No renunciar, por ejemplo, al placer que supone tomarse una cerveza, aunque «en el día libre no hay opción, por las medidas de seguridad y las amenazas de terroristas, de irse a tomar algo a los bares de Kabul». Así que el bar se monta en el campamento. La misma acción de irse de compras también cambia un poco, ya que «organizas mercadillos en el propio campamento. Te venían a la puerta y hacían intercambios con la población quien no podía salir del cuartel». A fin de cuentas, a menudo hay sitio para la hospitalidad en detrimento de la hostilidad, donde «siempre que pueden te intentan invitar a un té, pero corres el riesgo de cogerte una diarrea. Si no estás acostumbrado al agua de allí, son un laxante total». Recuperar los colegios. Casi siempre, la misión del militar español en operaciones humanitarias hace que se involucre en mayor medida de lo debido, sobre todo en el contacto con la población. «Hay mucha vocación de recuperar los colegios, para que los niños salgan de la inercia de ver siempre a sus padres con armas. De ver como han robado el tendido eléctrico montado por una ONG. De ver la guerra toda su vida. Depende del barrio de Kabul, ya que hay algunos sitios donde la guerra acabó hace tiempo y en otros donde terminó ayer». Y esa dedicación la aprecian los lugareños, sobre todo cuando hay atentados contra las tropas humanitarias. «La gente no te mira diciendo que eres el enemigo, sino intentando explicarte que no han sido ellos».

Ingenio a la sombra de la necesidad

Los campamentos militares asentados en las zonas de conflicto no suelen contar más que con lo imprescindible, pero esto no impide que los soldados se las ingenien para disfrutar de las comodidades occidentales. Combatir el calor, por ejemplo, es uno de los litigios más difíciles de solventar, así que «la caja del camión se recubría con un plástico o con algún material impermeable. Luego se llenaba de agua y... a refrescarte». Lo mismo sucede con la comida. «Si alguien era de Valencia, él hacía una paella porque se intentaba hacer una comida especial los domingos». A fin de cuentas, la cuestión es acostumbrarse a la rutina, aunque «la vida allí, en sí misma, es dura. Hay locutorios, con unas diez cabinas telefónicas, para un contingente de unas 150 personas. También había internet y, a veces, se montaba un pequeño gimnasio para hacer deporte». Lo que prima en estas «zonas francas» donde conviven contingentes de diversos países es el «intercambio de culturas», tanto con los habitantes como con otros militares. «En la universidad se daban clases de español y ahí se conseguían a los intérpretes». Las modas también imperan «como las marchas nórdicas de 20 kilómetros». O comprar en el mercadillo «telas, artesanía, siempre regateando». La impotencia también sale a relucir cuando hay un ataque, porque «a pesar de que tienes capacidad de respuesta y de defenderte, tienes que quedarte quieto y esperar en el bunker».

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