domingo, 23 de julio de 2006

La primera regata de la Infanta Leonor

La Infanta Leonor fue ayer la protagonista indiscutible de la nueva jornada que se vivió en Puerto Portals, en el marco de la Regata Breitling-Illes Baleares, que finaliza hoy. Sobre las once de la mañana, la Reina y Doña Letizia llegaron a la plazoleta del puerto junto con la pequeña, que un día antes, el viernes por la tarde, ya había disfrutado del paseo por las calles de Palma de Mallorca de la mano de su abuela, y junto a su madre, cómodamente, en su carrito de bebé.
La imagen del paseo se repitió también ayer por la mañana, y en esta ocasión el carrito fue conducido no sólo por Doña Sofía, sino también por la Princesa de Asturias y por Don Felipe, que acompañó a su hija hasta el amarre del «Aifos».
Foto de familia
Don Juan Carlos, que también se encontraba ya en el puerto deportivo, se sumó por unos instantes al paseo y, a petición de los medios gráficos desplazados hasta la zona, posó junto con Doña Sofía, los Príncipes de Asturias y la Infanta Leonor, en un ambiente distendido y marcado por las bromas y el buen humor. Para la Infanta, fue éste su primer encuentro con Puerto Portals, y desde aquí despidió a su padre, el Príncipe de Asturias, con su manita diciéndole adiós, mientras él embarcaba en el «Aifos» y ponía rumbo al campo de regatas. A continuación, fue el Rey quien subió a bordo del «Bribón».
Minutos después, la Reina, Doña Letizia y la pequeña Leonor subieron al «Somni» para seguir el inicio de la regata. Doña Sofía estuvo leyendo un cuento a la pequeña, que la Infanta ojeó también con mucha atención, quizás porque en él había peces y el dibujo de un mar muy azul, como el que ella misma estaba contemplando.
Cena en San Carlos
El «Aifos» y el «Bribón» pasaron junto al «Somni» y hubo un nuevo y cariñoso intercambio de saludos. Posteriormente, y tras disfrutar de esta mañana tan marinera, Doña Sofía, la Princesa de Asturias y la pequeña regresaron al Palacio de Marivent.
Por la noche, estaba previsto que la Familia Real acudiese al castillo militar de San Carlos, con motivo de la cena que tradicionalmente tiene lugar cada año en honor de todos los regatistas, patrones y patrocinadores de la Regata Breitling.
En principio, hoy será un día también festivo para la Familia Real, que la próxima semana tiene en su agenda varios actos importantes y compromisos ineludibles. El Rey viajará mañana a Marruecos, donde mantendrá un almuerzo privado con el Rey Mohamed VI. También mañana, los Príncipes de Asturias se desplazarán hasta el municipio mallorquín de Sa Pobla, donde recibirán la medalla de oro del Ayuntamiento de la localidad. Está previsto que en los próximos días lleguen a Mallorca los Duques de Lugo y los Duques de Palma.
La pequeña despidió al Príncipe con su manita diciéndole adiós, mientras Don Felipe embarcaba en el «Aifos»

sábado, 15 de julio de 2006

Adolfo Suárez, entre la memoria y la esperanza

Por MARCELINO OREJA AGUIRRE (*)

| LA TERCERA DE ABC |

... La realidad es que fue el gran protagonista de una transición política, que arrancó a España de la incertidumbre de un regreso en la historia y la abrió a la concordia...
HACE treinta años, el mes de julio, tras la designación de Adolfo Suárez por el Rey como presidente del Gobierno, la transición democrática cobró un especial impulso y se iniciaron los pasos que culminarían en 1978 con la aprobación de la Constitución.
Pocos días antes Suárez, aún Ministro, pronunció en las Cortes un discurso para presentar el proyecto de Ley de Asociaciones. En sus últimas palabras, antes de una cita de Machado, mencionó una frase que hizo fortuna y que pocos podíamos imaginar que constituía todo un programa político que más tarde pudo poner en práctica desde la cabeza del ejecutivo: «elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es simplemente normal».
Su discurso tomaba pie en las palabras del Rey el día de su proclamación, cuando definió el horizonte de nuestra convivencia como «una Monarquía democrática, en cuyas Instituciones, había un lugar holgado para cada español». Suárez, ante unas Cortes elegidas bajo el Régimen anterior, reclamaba «un cambio sin riesgo, una reforma profunda y ordenada, el pluralismo político, una Cámara elegida por sufragio universal, las libertades públicas de expresión, reunión y manifestación». Explicaba su propósito de interpretar lo que el país deseaba, aceptando la incitación de la realidad social para configurarla como realidad jurídica y política. Pedía, sencillamente, acomodar el derecho a la realidad, hacer posible la paz civil por el camino del diálogo, que sólo es posible entablar con todo el pluralismo social, dentro de las Instituciones representativas.
Este discurso de Suárez, que enlaza con la voluntad del Rey -auténtico motor del cambio- de abrir el paso a una democracia, explica su designación como Presidente del Gobierno, una decisión bien madurada en los años anteriores y que revela el acierto de la elección por alguien que le conocía bien y apreciaba las condiciones que en él concurrían: clara visión sobre los cambios que debían introducirse, capacidad de decisión en momentos difíciles, excepcional simpatía y gran confianza en sí mismo lo que le daba una extraordinaria seguridad que transmitía, a políticos, profesionales, o ciudadanos en general que quedaban cautivados por la fuerza de sus argumentos y la firmeza de sus convicciones.
En Suárez convergieron, desde la primera hora, presencias y ausencias, sospechas y apoyos, desconfianzas e ilusiones. Se llegó a juzgar su designación de «inmenso error» en un famoso artículo de un diario nacional; pero la realidad es que fue el gran protagonista de una transición política, que arrancó a España de la incertidumbre de un regreso en la historia y la abrió a la concordia y la esperanza.
Su programa político se inspiró, en gran medida, en normalizar lo que la opinión pública consideraba normal y elevar a categoría la idea del consenso, superando las miradas al pasado, para buscar entre todos una España de paz, justicia, libertad y democracia. Por eso propuso al Rey, desde los primeros Consejos de Ministros, una amplia amnistía aplicable a todos los delitos de motivación política o de opinión, la legalización de los partidos, la regulación democrática de los derechos y libertades, la vuelta a España de los exiliados de 1939 y la celebración de elecciones libres.
El 30 de julio, el Gobierno celebró un Consejo de Ministros en La Coruña donde se aprobó el proyecto de amnistía y a partir de entonces, Suárez se dispuso a urdir la estrategia para la reforma, sobre la base de que ésta había que hacerla desde la ley. Junto con Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes, estudió las distintas alternativas para el desarrollo y redacción de una norma que articulara la transformación legal del Régimen. El 10 de septiembre, el Gobierno aprobó el texto que fue presentado por Suárez aquella tarde a través de TVE, afirmando: «Tenemos confianza de que nada de lo que espera el pueblo español en el futuro, puede ser más difícil de superar que lo que ya ha sido resuelto en el pasado. No hay que tener miedo a nada. El único miedo racional que nos debe asaltar, es el miedo al miedo mismo». El 16 de noviembre el proyecto de ley se discutió en las Cortes con dos excelentes discursos de Miguel Primo de Rivera y Fernando Suárez. Este último, en una magistral intervención, rebatió que las Leyes Fundamentales no fueran modificables, afirmando que quien tenga confianza en que sus deseos coinciden con los del pueblo no debe poner reparos a que el pueblo se manifieste. El referéndum se celebró el 15 de diciembre con un resultado favorable del 94,2 por ciento de los votos emitidos.
El eco que la aprobación de la ley recibió en la prensa extranjera fue muy positivo: desde el «New York Times» que tituló «Asombrosa victoria de Adolfo Suárez» a «The Guardian», «Viva España democrática», y «Le Monde», «Las Cortes nombradas por el Dictador han enterrado al franquismo».
Adolfo Suárez quiso siempre potenciar todo aquello que podía unir, actuar de cara al futuro próximo, más que con los ojos puestos en el pasado, huir de querellas y disensiones y ponerse de acuerdo sobre unos cuantos principios e ideas fundamentales. Su preocupación fue limitar la línea de división y estaba convencido del error que significaba utilizar anacrónicamente motivaciones emocionales sobrepasadas o pretender respuestas sociales con gestos o actitudes de otros tiempos.
La paz y la convivencia, la aceptación del prójimo diverso, la necesidad de un cierto olvido para comenzar una historia común nueva, fueron el presupuesto que los españoles aportamos a la transición. Sabíamos que era urgente trabajar por la reconciliación final de nuestro pueblo y se creó un acuerdo básico, independientemente de nuestros orígenes y nuestras vivencias personales.
Lo que rechazamos, desde un principio, fue utilizar la memoria histórica como un instrumento de deslegitimación del adversario político y fuimos muchos los que desde la emoción y el respeto de nuestras propias vivencias personales, no vacilamos en mirar hacia el mañana, dejando a los historiadores que hicieran su tarea, que la escriban y que la revisen, que investiguen en los archivos, pero sin mezclarla con sentimientos. Porque sentimientos tenemos todos y son perfectamente legítimos y respetables y pobre de aquel que haya endurecido su corazón y borrado los recuerdos. Pero son precisamente éstos los que nos obligan, como decía Hanna Arendt, al perdón y a la promesa. El perdón, que para los cristianos forma parte de nuestro patrimonio. Bueno es recordarlo en esta época en que tanto se quieren extirpar los sentimientos religiosos; y la promesa que postulamos es para buscar una convivencia que contribuya solidariamente a construir el futuro desde la libertad, esa libertad que nace, crece y se diversifica en sus expresiones, a la vez que se unifica en su raíz personal.
El recuerdo de Adolfo Suárez, en estos días del aniversario de su designación, debe servirnos de memoria de lo que fue una ilusión compartida por millones de españoles y también una esperanza para seguir adelante. Y debemos hacerlo con audacia, pero sin poner en peligro la estabilidad política, social y económica y sin poner en juego la continuidad de nuestra nación. De ninguna manera caigamos en la tentación de resucitar las dos Españas, porque como en los versos del poeta, una de ellas puede helarnos el corazón.
España es todo lo que ha sido; su herencia es todo lo que han hecho sus hijos en todos y cada uno de sus siglos. Recuperemos el espíritu de la transición y sigamos trabajando por la paz y la concordia de los españoles. Sobre todo alejemos cualquier tentación de ruptura y desmembración que podrían hacer tabla rasa de lo que han sido logros importantes de estos últimos treinta años.
Mantengamos la memoria y con ella la esperanza. Y no dejemos en el olvido el mensaje de Adolfo Suárez que debe seguir vivo después de estos treinta años: «Elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es simplemente normal».
 
(*) de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

jueves, 6 de julio de 2006

Benedicto XVI en España

ABC
 
LA inminente visita de Su Santidad Benedicto XVI constituye, en sí misma, un acontecimiento histórico, como todo viaje pastoral del Papa. La ciudad de Valencia y el Gobierno autonómico que preside Francisco Camps están volcados en asegurar la mejor organización para los actos del Pontífice, que no escaparán -ni deben hacerlo- al luto por la muerte de los 41 pasajeros de la línea 1 del metro, cuya memoria será imborrable para todos los fieles que acudan al Encuentro Mundial de la Familia.
Sin embargo, este primer viaje del Papa a España perdería todo su significado espiritual si quedara preterido el mensaje de defensa de la familia con el que Benedicto XVI se dirigirá en Valencia a cientos de miles de católicos. Es una visita pastoral en la que el Papa quiere reiterar el valor de la familia no sólo en las enseñanzas de la Iglesia Católica, sino también como factor imprescindible del desarrollo humano y de la estabilidad social. El curso de los acontecimientos ha hecho que esta visita a España coincida con un debate agresivo y hostil por parte de ciertos grupos sociales hacia lo que intencionadamente llaman «familia tradicional», es decir, la que se basa en la relación conyugal entre hombre y mujer. El empeño con el que se están reproduciendo estos ataques, animados por la implantación del matrimonio homosexual -cuya ley se encuentra pendiente de recurso ante el Tribunal Constitucional-, desvela, sin embargo, la dimensión universal del concepto cristiano de familia, pues demuestra su fortaleza histórica al mismo tiempo que lo minoritario de sus alternativas. Eso que llaman «familia tradicional» no es otra cosa que la opción natural y espontánea con la que el hombre y la mujer han organizado su responsabilidad como padres, su asistencia recíproca y su inserción en la sociedad. Por supuesto, toda orientación sexual es respetable y ha de encontrar en el ordenamiento jurídico los instrumentos necesarios para remover las discriminaciones injustas. Pero la familia y el matrimonio, por su propia naturaleza, trascienden la individualidad para entrar de lleno en la realidad social y procreativa del hombre y de la mujer. La familia basada en el matrimonio heterosexual no es un artefacto religioso ni una imposición legal. Antes bien, expresa, más y mejor que ninguna otra institución humana, la autonomía del orden natural del ser humano en la organización de su desarrollo vital.
Por eso, Benedicto XVI está plenamente asistido de la fuerza de la fe que comparten cientos de millones de creyentes, pero también del valor de la experiencia para defender el modelo de familia que se ha acreditado, por sí solo y a lo largo de la historia de la humanidad, como el más ajustado a la realidad humana y al que la Iglesia ha elevado por encima de las limitaciones personales para asignarle una vocación trascendente. Este primer viaje de Su Santidad a España es una gran oportunidad para reafirmar el valor de la familia en la sociedad moderna.

martes, 4 de julio de 2006

Los Reyes presiden el funeral por las 41 víctimas de Valencia

Los Reyes presidieron hoy en la Catedral de Valencia el funeral por las víctimas del accidente del metro, ocurrido ayer, en que perdieron la vida 41 personas, y a cuyos familiares Sus Majestades Don Juan Carlos y Doña Sofía consolaron personalmente.
Más de mil personas asistieron dentro del templo a la ceremonia religiosa, mientras que en los alrededores de la catedral otros cientos siguieron a través de pantallas gigantes la misa, oficiada por el Arzobispo de Valencia, Agustín García Gasco.
El arzobispo dijo a los familiares de las víctimas, que ocupaban la nave central del templo, que cuenten con el "apoyo y amor" de familias "de todo el mundo" y les transmitió la cercanía del Papa que les "recuerda y reza" por ellos.
Durante la homilía, el arzobispo de Valencia pidió a los familiares que no se queden "solos en su dolor" y que "abran sus corazones" a todos aquellos que quieren ayudarles, ya que "el futuro de felicidad no es un sueño".
Reconoció que en estos momentos "los sentimientos son tan intensos que las palabras parecen insuficientes para difundir un mensaje de esperanza", si bien "reconocer el sufrimiento" es reconocer la "capacidad de amor".
El arzobispo de Valencia se preguntó "cómo pudo Dios tolerar este excesos de destrucción", y admitió que "humanamente, lo único que se puede decir es que la vida es frágil"; así como que la muerte es un "misterio" ante el cual "sucumbe la razón".
Los Reyes se situaron a la izquierda del altar mayor y detrás de ellos en una línea de bancos estaban el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y su esposa, Sonsoles Espinosa, los presidentes del Congreso, Manuel Marín, y de la Generalitat, Francisco Camps, y la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá.
Asistieron también al funeral los ministros de Economía, Pedro Solbes, y de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla, y los presidentes del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas, y del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, Francisco José Hernando.
El secretario general del PP, Mariano Rajoy, el secretario de Organización del PSOE, José Blanco, y el coordinador general de IU, Gaspar Llamazares, siguieron también el acto religioso al que también han acudido delegaciones de varias comunidades autónomas y ayuntamientos.
Los dos ex presidentes de la Generalitat: el portavoz del PSOE en el Senado, Joan Lerma, y el portavoz del PP en el Congreso, Eduardo Zaplana, estuvieron también al funeral.
El fraile servita Emilio Cruz, capellán del hospital Doctor Pesset Aleixandre y que sobrevivió ayer al accidente, participó en el funeral en el que el arzobispo fue asistido por seis obispos.
Al finalizar el oficio religioso, el Rey y la Reina, se dirigieron a la nave central del templo, donde los familiares de las víctimas, muchos de ellos llorando y con gestos de sufrimiento, recibieron palabras de cariño y gestos de afecto de los Reyes, que fueron despedidos con aplausos, al igual que a su llegada.
Don Juan Carlos y Doña Sofía siguieron las honras fúnebres en el lateral del Evangelio a los pies del altar, en cuyas grandes columnas de entrada estaban las fotos de Benedicto XVI y Juan Pablo II, ante la cercanía de la visita del Papa que llegará a Valencia el próximo sábado.
La ceremonia comenzó a las siete en punto, después de que los Reyes, que llegaron al templo cinco minutos antes, fueran recibidos por las autoridades eclesiásticas y civiles.
Antes de abandonar la catedral, casi hora y media después, el Rey y la Reina se detuvieron a saludar al Gobierno y al resto de autoridades, momento que aprovecharon para pedir al presidente Camps y a la alcaldesa Barberá, que transmitan sus más cariñosos saludos y su deseo de una pronta recuperación a los heridos, que se encuentran repartidos en distintos hospitales.

Los Reyes inauguran el nuevo Teatro Auditorio de El Escorial

 
El Escorial (Madrid). (EUROPA PRESS).- Los Reyes y el resto de los asistentes a la inauguración del nuevo Teatro Auditorio de El Escorial guardaron un minuto de silencio, en señal de duelo por los 41 fallecidos en el accidente del metro de Valencia.

La Comunidad de Madrid, organizadora del evento, decidió también suspender el vino español y la quema de fuegos artificiales que estaban previstos al término del concierto, en solidaridad con las familias de los muertos y los heridos en el descarrilamiento de la capital del Turia.

Don Juan Carlos y Doña Sofía, que fueron recibidos con aplausos, siguieron desde el patio de butacas, después de que se escuchara el himno nacional y se guardara el minuto de silencio, el concierto de música clásica de la Orquesta y Coro del Maggio Musicale Fiorentino.

Dirigidos por Ricardo Muti, ofrecieron partituras de Verdi, con fragmentos de óperas de tema español, como Don Carlo, en cuyo argumento se alude a San Lorenzo de El Escorial.

Los Reyes accedieron al interior del recinto después de contemplar las vistas desde el mirador frente a la entrada del auditorio y de descubrir una placa conmemorativa de la inauguración de este teatro, con capacidad para 1.500 personas, el segundo más grande de la Comunidad de Madrid.

A su llegada al teatro, Don Juan Carlos y Doña Sofía fueron saludados por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, acompañada de gran parte de su equipo de Gobierno.

Asistieron también al acto la ministra de Sanidad, Elena Salgado, el presidente del Tribunal Supremo, Francisco Hernando, y los alcaldes de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y de El Escorial, Lorenzo Fernández, entre otras autoridades, así como representantes de la cultura y de otros sectores sociales.

El festival de verano que se inicia hoy incluirá la presencia en El Escorial de directores como Sir Colin Davis, o la bailarina Tamara Rojo, que ofrecerá con The Royal Ballet Covent Garden "Romeo y Julieta".

La programación de este verano cuenta con un presupuesto de algo más de tres millones de euros, mientras que la inversión en el Auditorio ha rondado los 65 millones.

El nuevo teatro tiene 25.000 metros cuadrados, distribuidos en diez plantas, ocho de ellas soterradas tras excavarse en la roca, y dispone de la mejor dotación técnica escénica después del Teatro Real de Madrid, según el encargado de poner en marcha el festival, Jorge Cullá. El objetivo es incluir festivales en verano, Semana Santa y Navidad, además de la programación regular.

"La gran sorpresa" será, a juicio de Cullá, la ópera contemporánea "Experimentum Mundi", un espectáculo de Giorgio Battistelli, "muy singular y que llama la atención" pues está pensado para 16 artesanos, 5 voces femeninas, percusionista y actor, que se podrá ver los próximos 6 y 7 de julio.

El festival tampoco olvida las conmemoraciones con conciertos en torno a Mozart, Arriaga y Vicente Martín y Soler, que interpretará la Orquesta Sinfónica de Galicia. Mozart también estará presente con "La flauta mágica", con la London Symphony Orchestra, dirigida por Sir Colin Davis y con dirección escénica de Daniele Abbado (20, 22 y 24 de julio).

Los aficionados al repertorio "wagneriano" podrán escuchar el 19 de julio a la Orquesta de París que, dirigida por Christoph Eschenbach interpretará, en versión concierto, "Siegfried".

La Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, con José Ramón Encinar, presentará un concierto "muy peculiar y pensado para el entorno", con piezas sobre El Escorial y la Corte de Boccherini, Luciano Berio, Tomás Marco y Cristóbal Halffter, entre otros.

Esta misma formación musical, dirigida por Miguel Roa, cerrará el programa con «Noche de Verano en la Verbena de la Paloma», un espectáculo de la directora madrileña Marina Bollaín, estrenado en 2002 en Berlín.

lunes, 3 de julio de 2006

Bodas de plata en Luxemburgo

Bodas de plata de los grandes duques de Luxemburgo
Los grandes duques de Luxemburgo, Enrique y María Teresa , celebraron el sábado sus bodas de plata, además de con una recepción diurna, con una cena de gala en el castillo de Berg. A esta cita sí acudió una infanta española, doña Elena , vestida con un espectacular traje rojo brillante y acompañada de su marido, Jaime de Marichalar , que lucía unos coquetos zapatos de lazo. La familia real búlgara también se amplió de la tarde a la noche con la presencia del rey Simeón y su esposa, Margarita , así como de su hijo Kyril y Rosario Nadal , que lució un vestido de gasa con bodoques. Otra de las casas reales que enviaron más representantes por la noche que durante el día fue la belga, ya que a la reina Fabiola se le sumó su sobrino, el príncipe Felipe, y su esposa, Matilde , que llevaba un conjunto en blanco y negro con la falda de vuelo, y un recogido goyesco.

Enrique y María Teresa Mestre -cubana que vivía desde pequeña exiliada en Nueva York- se conocieron siendo estudiantes y se casaron en febrero de 1981.

Aunque su relación siempre pareció perfecta, hace unos años la propia María Teresa confesaba los problemas sufridos con su suegra, la gran duquesa Josefina Carlota, que la rechazaba por ser plebeya. Pese a los avatares y las crisis, el matrimonio se ha mantenido hasta cumplir los 25 años de casados. En este tiempo han tenido cinco hijos: Guillermo de Luxemburgo (el heredero), Félix (quien sin casarse ya los ha hecho abuelos), Luis, Alejandra y Sebastián .

Adolfo Suárez, hace 30 años

JAIME LAMO DE ESPINOSA

Catedrático y ex ministro de UCD
ABC
 
HACE treinta años, tal día como hoy, Adolfo Suárez era designado presidente del Gobierno. Hace treinta años, tal día como hoy, el Rey se jugaba su historia y la de España a un tiempo apostando por una persona de su generación a la que conocía bien, confiaba en sus capacidades y sabía que llevaría a cabo el proyecto de hacer una España de y para todos los españoles. Y hace treinta años, tal día como hoy, España comenzaba una nueva andadura.
Cuando, tras la deliberación preceptiva del Consejo del Reino, nada fácil como demuestran las notas manuscritas del propio Torcuato Fernández Miranda, éste afirmó: «Llevo al Rey lo que me ha pedido», el Rey dispuso de la terna y halló en ella el nombre deseado: Adolfo Suárez. A partir de aquí sólo quedaba la designación.
Adolfo esperó esa tarde en su casa, acompañado por su hijo Adolfo -el resto de la familia estaban fuera de Madrid-, la llamada del Rey, algo inquieto a medida que pasaban los minutos. Cuando por fin se produjo, acudió a la Zarzuela. Adolfo contaba que el Rey le gastó una pequeña broma, le esperó semiescondido tras una cortina, por lo que al entrar en el despacho no lo vio de inmediato. Cuando éste apareció con una amplia sonrisa, Adolfo no tuvo ya la menor duda. Escuchó de Don Juan Carlos las palabras esperadas, dijo el famoso «ya era hora» y preguntó si tenía alguna instrucción. El Rey sacó una nota manuscrita, fechada en Segovia en 1969, en la que parece que ambos habían escrito lo que hoy llamaríamos una «hoja de ruta» hacia la democracia. «¿Recuerdas este papel? Pues ese es tu trabajo».
Era Suárez, entonces, un hombre persuasivo, seductor y de palabra fácil en la proximidad, pensamiento estratégico acentuado, sereno y reflexivo, en nada impulsivo, con una conciencia de España y de su destino muy alejada del pensamiento oficial de la época - su discurso defendiendo la democracia el 9 de junio lo confirma- y gran sentido del Estado. Un hombre que sabía que el cambio debía ser «de la ley a la ley», que anteponía por encima de todo su lealtad al Rey - cuya relación estaba llena de afectos y complicidades- y que tenía la necesaria ambición política como para afrontar retos y riesgos sin importarle las consecuencias.
Adolfo llega a La Moncloa en julio de 1976 y sale de ella cuatro años y medio después, tiempo en el que despliega una actividad sin igual, movilizando personas, grupos, aglutinando ideas y partidos, restañando heridas y abriendo puentes nuevos.
Había recibido un sistema político reglado por leyes del régimen anterior, prácticamente intacto, pero cuando dimite España cuenta con una Constitución moderna que es un gran pacto de convivencia; disfruta de una Monarquía parlamentaria asentada en la legalidad constitucional y en la legitimidad dinástica tras la renuncia del Conde de Barcelona; acudir a las urnas se ha convertido en un acto simplemente normal; el sistema de partidos está consolidado; la libertad de asociación sindical es total; se han saneado las haciendas locales; los españoles prácticamente han enterrado los fantasmas de la vieja guerra civil, sólo subsiste el hacha amarilla del terror enroscada por una serpiente; no existe ningún preso político en las cárceles españolas; el camino hacia la Comunidad Europea está expedito, y las autonomías, con estatutos ampliamente consensuados y refrendados, comienzan su caminar.
Esa es su obra, no pequeña. Pero si la obra fue grandiosa, no lo es menos la forma de llevarla a cabo, el talante de su construcción, los modos en la realización, la búsqueda permanente de acuerdos, de consenso, con todos, esa suma de posibilismo, realismo, consenso y conciliación y planeando por encima de todo ello una enorme dignidad en el sentido del Estado y en el ejercicio del poder.
Dignidad del Estado que alcanza su cénit la noche del 23-F cuando Adolfo Suárez -y no olvidemos a Manuel Gutiérrez Mellado- aventuró la vida en defensa de la libertad. Defensa en la que fue definitivo el apoyo del Rey, que salvó la cosa pública mientras que el Gobierno y el Parlamento permanecían aprisionados. Aquel 23-F el Rey salvó el Estado democrático y Suárez la dignidad de las instituciones políticas.
Pero quizás lo que resume mejor su causa del honor se encuentra en este párrafo de su discurso de dimisión: «Trato de que mi decisión sea un acto de estricta lealtad...hacia España, cuya vida libre ha de ser el fundamento irrenunciable para superar una historia repleta de traumas y frustraciones; ... a la Corona, a cuya causa he dedicado todos mis esfuerzos por entender que sólo en torno a ella es posible la reconciliación de los españoles y una Patria de todos, y lealtad si me lo permiten, hacia mi propia obra».
A esta dignidad hay que añadir después la de sus silencios. Hasta que desgraciadamente la enfermedad le aprisionó, Adolfo marcó durante años su presencia con la sonoridad de sus silencios. Nadie oyó una palabra suya contra sus viejos adversarios, incluso cuando ha sido aludido con injusticia o infamia. Un silencio que no hay que interpretarlo como indiferencia. Y además ha prestado su apoyo a cuantos presidentes le han sucedido.
Desde entonces yo he visto siempre en Adolfo al hombre que ha reñido dos grandes batallas, la política y la humana, y que ha ganado ambas gracias a muchas virtudes en él siempre destacadas, pero sobre todo una: su humanidad. Sin embargo, la batalla de estos últimos años comenzó a perderla cuando dos grandes apoyos en su vida -Amparo y Mariam- (otro es Adolfo hijo) desaparecieron. Ahí se rompió su fortaleza y desde entonces permanece ensimismado en un mundo misterioso sin lugar ni tiempo.
Pero el tiempo le ha ido devolviendo a Suárez en forma de nueva identificación todo el amor que el pueblo español comprendió que le debía. Frente a las amarguras del poder ha venido después el reconocimiento a su obra, a su persona y a su lealtad al pueblo español. Nadie ha sentido más a España que el hombre que tanto hizo por la creación de un sólido Estado de derecho. Desde hace mucho Adolfo Suárez no «está» en la política española pero «es», forma parte de la política española y constituye un referente indiscutible e indiscutido, un ejemplo o modelo de un modo de hacer política.
Suárez es hoy, más que nunca, uno de esos españoles preclaros, que contribuyeron a que España se uniera, dialogara, encontrara el lugar que le correspondía, intentando lograr un equilibrio entre el centro y la periferia, geográfica y política. Su gran acierto fue caminar hacia la reforma, síntesis entre la ruptura y el inmovilismo, armonizando los intereses -todos- de una sociedad que anhelaba un sistema nuevo con la práctica y el ejercicio real de los derechos y deberes de una democracia, pero sin traumas. Y en esa tarea contó con el apoyo indiscutido de los restantes partidos políticos. Aquello, la Transición, no fue fruto del miedo de nadie sino del deseo de todos de olvidar y construir, de mirar el mañana más que el ayer, dehacer una España para todos sin exclusión alguna.
Hoy, cuando se conmemora el treinta aniversario de aquel nombramiento que cambió a España, creo que vale la pena rendir homenaje a esa gran persona que ya no puede explicarnos cuán apasionante y fructíferos fueron para él y para muchos más -de su partido y de los demás- aquellos años. Desde entonces han pasado, sin duda, los treinta mejores años de nuestra historia en todos los órdenes. Y en muy buena parte son su obra y España se lo debe a él.