lunes, 14 de mayo de 2007

Tony Blair y "The Queen"

Lluis Foix
 
Gran Bretaña es el más viejo país constitucional del mundo, pero no tiene Constitución. Ha vivido dentro de un orden aristocrático y democrático al mismo tiempo. Es el más liberal de los pueblos y, a la vez, el más conservador. Es un pueblo que obedece con docilidad las leyes pero se levanta ferozmente contra quienes pretenden vulnerarlas.

A Tony Blair le salió muy de dentro hoy cuando proclamaba que Inglaterra es el país más grande de la tierra. Lo dijo en su distrito electoral, un barrio que había sido minero y del que ha sido diputado durante casi veinte años.

Dejaré para otro momento la valoración de los diez años de gobierno Blair. Diré, simplemente, que toda su gestión queda embrutecida por la gran mancha de la guerra de Iraq que no la podrá borrar de su biografía.

Me refiero a las formas de la democracia inglesa que son tan importantes como el fondo. La democracia es también estilo, saber hacer las cosas, seguir las tradiciones incorporando de nuevas, observar escrupulosamente el "timing".

Blair dejará de ser primer ministro el 27 de junio. Pero observando todas las formas. Me ha parecido muy apropiado que la noticia la diera a sus propios electores de distrito. Son los que le dan legitimidad y los que le han votado siempre.

Luego lo dirá al Parlamento donde se le rendirán todos los tributos, incluso los de aquellos que han sido sus adversarios y enemigos políticos dentro y fuera de su partido.

Les aconsejo que dediquen un par de horas a ver la película "The Queen" y el papel sublime que hace Helen Mirren. Si la han visto ya, convendrán conmigo que la escena en la que el joven Blair, tembloroso y humilde, se presenta ante la Reina es de un gran cinismo y, a la vez, de una observación estricta de las reglas de juego.

Isabel II le aturde de entrada diciéndole que en aquella silla se han sentado todos los primeros ministros británicos pidiendo autorización para formar gobierno. Desde Winston Churchill a Margaret Thatcher, Harold Macmillan, Harold Wilson, James Callaghan, John Major y, por supuesto, Tony Blair.

El poder no lo tiene la Reina sino el primer ministro de turno. Lo único que conserva la Corona son las formas, el boato, la representación y, en definitiva, la piedra angular de todo el sistema.

Siglo tras siglo, la Monarquía ha ido cediendo poder al Parlamento y al Gobierno. Tanto por no hacer uso de él como por la aprobación de leyes que se lo han ido revocando. La Corona conserva, sin embargo, la prerrogativa de arbitrar entre el Parlamento democrático y su comité ejecutivo, conocido también como gobierno.

Tony Blair saldrá el 27 de junio de su residencia en direcciónal palacio de Buckingham, en un coche cuyo corto recorrido será transmitido en directo al mundo entero. Pasará un buen rato, el coche saldrá de palacio, reemprendrá su camino de vuelta a Downing Street y, allí, en el número 10, de pie y con las televisiones enfocándole dirá que acaba de presentar la dimisión a la Reina.

Son prerrogativas teóricas. Ya se sabe que la Reina no podrá pasar por encima de las decisiones del primer ministro que tiene la legitimidad que le otorga la mayoría del Parlamento.

La Reina tiene obligación de aprobar todas las leyes que hayan sido votadas en los Comunes. Se ha dicho incluso que tendría que firmar su propia sentencia de muerte si así lo aprobara el Parlamento, en los escasos supuestos en los que está contemplada.

Cortar la cabeza a los reyes ha sido habitual en la historia de Europa. Shakespeare nos habla de ello. Carlos I y Jaime II fueron ejecutados públicamente.

La Corona es depositaria de las más viejas ceremonias, los hábitos y símbolos de la antigüedad, las procesiones suntuosas, la pompa, la circunstancia y las dignidades. Incluso en los atribulados tiempos que ha vivido Isabel II, precisamente en los mandatos de Blair.

La Monarquía ejerce una gran seducción sobre las clases sencillas. No manda pero cautiva a un pueblo que conduce por la izquierda, se ha liberado del sistema métrico decimal, habla la lengua más extendida por el Planeta y, entre otras cosas, inventó el fútbol.

El conservadurismo inglés no es vetusto sino inteligente. Conserva lo viejo añadiendo todas las novedades que vengan. Con tantas formas conservadas no me extraña que sea el único país europeo, junto con Suecia, que no haya sufrido un solo golpe de Estado ni revoluciones que lo trituran todo para construir desde cero.

Admirable, aunque ridículo a veces, el pueblo inglés.

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