domingo, 30 de septiembre de 2007

El Rey, en la diana

Editorial ABC

ESTABLECE el artículo 56 de la Constitución que «el Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia». Don Juan Carlos desempeña de forma ejemplar sus funciones como garante del equilibrio constitucional y, en términos objetivos, su figura alcanza una dimensión histórica por su papel determinante en la Transición y por su intervención decisiva el 23-F para salvar la libertad de todos. Debilitar al Rey y a la Corona es atacar el núcleo básico de nuestro sistema constitucional, que es la soberanía del pueblo español expresada en la Monarquía parlamentaria como «forma política del Estado». Lo saben muy bien los que han emprendido desde diversos frentes una ofensiva sin cuartel al servicio de sus planes de ruptura con la Constitución de 1978. ABC viene haciéndose eco de todos los actos y declaraciones públicas que demuestran la existencia en los últimos tiempos de una campaña contra la Monarquía. Radicales antisistema queman imágenes del Rey y profieren todo tipo de amenazas, y políticos con alta responsabilidad institucional utilizan sin pudor palabras ofensivas. Lo más llamativo es la singular «pinza» que forman los extremistas de uno y otro signo. En las circunstancias actuales no es admisible que desde la emisora de la Conferencia Episcopal se utilicen la mentira y la manipulación para denigrar al Monarca y reclamar su abdicación.

De otro lado, la tibia reacción del presidente del Gobierno ante actos que ofenden a la gran mayoría social contrasta con la firmeza de otras voces -incluida la del ministro de Defensa-, que han sabido estar a la altura de las circunstancias. Entre otras instituciones, la CEOE ha mostrado públicamente su respaldo a la Corona. Sin embargo, algunos silencios resultan especialmente criticables. Es notorio el respaldo de Don Juan Carlos a múltiples iniciativas sociales, económicas y culturales en toda España y su respeto escrupuloso al autogobierno de las nacionalidades y regiones en el marco de la Constitución. Es extraño por ello que algunas personalidades públicas catalanas no hayan mostrado su repulsa ante la acción de grupos de radicales que no representan ni mucho menos al conjunto de la sociedad. Poca cosa cabe esperar de quienes siempre han sido enemigos de la España constitucional o se aprovechan de las ventajas que otorga la libertad para procurar la destrucción del sistema. Pero tan grave como la deslealtad son el oportunismo y la búsqueda de beneficios particulares cuando debe prevalecer el interés general. Entre otras razones, porque muchos que se califican a sí mismos de moderados y prudentes podrían verse superados si triunfan las tendencias antisistema a las que están alimentando.

Rodríguez Zapatero acusaba a los Gobiernos del PP de haber crispado a la sociedad provocando una tensión insoportable en la relación con los nacionalistas. Lo cierto es que si el PSOE pretendía apaciguar los ánimos, ha conseguido todo lo contrario. El enfoque confederal que inspira el Estatuto catalán y el fracaso del «proceso de paz» dan paso a un radicalismo que plantea desafíos abiertos a la unidad de España. En este contexto, la figura del Rey es un obstáculo que se interpone ante cualquier pretensión que desborde el marco constitucional. Se trata por ello de debilitar su posición institucional al servicio de fines intolerables. El hecho de que sectores de la derecha más radical e intolerante aprovechen la coyuntura para apuntarse a la campaña antimonárquica demuestra la verdadera condición de quienes le prestan su voz y exige una reacción inmediata por parte de los responsables empresariales que ahora consienten tales insultos y maledicencias. En el plano personal e institucional, Don Juan Carlos merece el máximo respeto y afecto de los españoles. El Rey apostó por un proyecto sugestivo que ha supuesto la definitiva e irreversible incorporación de España al mundo moderno. Es el momento de que los ciudadanos de bien manifiesten en voz alta la opinión de esa inmensa mayoría social que aprecia la deuda que esta vieja nación tiene contraída con quien sabe ser el Rey de todos los españoles, aunque algunos no quieran reconocerlo.

Con el Rey, con la Constitución


PARA conocer la naturaleza de la arremetida contra el Rey y la Corona basta con identificar a quienes la encabezan: extremistas fanáticos y separatistas. De lo que se deduce que los ataques al Rey y a la Institución que encarna lo son, en realidad, a la propia Constitución y al Estado y, en definitiva, a España, cuya unidad y permanencia representan y simbolizan Don Juan Carlos y, en el futuro, el Príncipe de Asturias. De tal modo que estar del lado del Jefe del Estado, defenderle de las injustas invectivas con las que tratan de acosarle sus enemigos, es situarse a favor de la democracia parlamentaria sancionada por la Carta Magna de 1978.
La libertad de expresión no puede ser la coartada -como en estos episodios lamentables está ocurriendo- para injuriar al Rey y a su familia y zarandear a la Monarquía en medio de tantos silencios -unos amedrentados, otros irresponsables y la mayoría indolentes- ni, mucho menos, para obviar el compromiso institucional que personas y colectivos, partidos e instituciones, deben mantener con la Jefatura del Estado, tanto por obligación como por lealtad.

Estamos, sin la más mínima duda, ante una campaña antimonárquica en la que convergen propósitos diferentes desde sentimientos e intereses también distintos. ABC viene siguiendo el itinerario de esta trama a la que se han ido sumando agentes heterogéneos y sobre la que, de un modo especialmente repugnante, se ha montado una suerte de negocio televisivo y editorial al que se prestan aquellos que han convertido el debate, la información y el relato supuestamente histórico en un ejercicio impune de denigración a las personas y las instituciones.

El Rey y la Corona -indisociables- fueron la opción constitucional de 1978 que la sociedad española refrendó masivamente. Desde entonces, y aun antes de esa fecha, Don Juan Carlos y las virtualidades de la Institución que encarna no han hecho otra cosa que servir a España en un terreno efectivo y en el imprescindible de lo simbólico. Sin necesidad de remontarse al decisivo comportamiento del Rey el 23 de febrero de 1981, ahí está la sobrecogedora carta de Ana María Vidal Abarca, Mari Carmen de las Heras y Conchita Martín, viudas de asesinados por la banda terrorista ETA, publicada el viernes en ABC, en la que bajo el título «No estáis solos» proclaman a los cuatro vientos la significación que para las víctimas del terror tienen los Reyes. Estas mujeres ejemplares -y con ellas otros miles de ciudadanos tocados por la criminalidad etarra- han sido capaces de sacudir a muchos de interesadas y cómodas somnolencias políticas para advertir seriamente de lo que está en juego. De nuevo los ciudadanos más sufrientes y sacrificados nos señalan el camino por el que debe discurrir la convivencia nacional.

Los ataques al Rey -hay que anotar con bochorno, perplejidad y la mayor severidad que se haya pedido desde la COPE la abdicación de Don Juan Carlos, al que se le han atribuido falsas y lacerantes omisiones- son instrumentales en una estrategia de destrucción del Estado y de dilución de la Nación. El Rey asume constitucionalmente una valiosa carga simbólica y unas facultades de arbitraje y moderación institucional que ejecuta con la discreción conveniente, lo que irrita a los separatistas que saben que el Monarca es un factor aglutinante de la voluntad colectiva de la inmensa mayoría de los españoles. Lo que alzaprima a otros -localizados en el lado más alejado, también extremo, de los nacionalistas radicales y republicanos- es que el Rey despliega sus capacidades políticas conforme a unas pautas de prudencia y opacidad que le vienen exigidas por la naturaleza del propio sistema constitucional.

Don Juan Carlos transita así por un camino desde cuyas cunetas, unos por determinados motivos y otros por los contrarios, le zahieren, le increpan y le injurian. Síntoma inequívoco de que cuando se establece esa pinza extremista que presiona sobre el Rey es que éste cumple de modo adecuado con sus obligaciones. El Jefe del Estado debe -y así lo hace Don Juan Carlos- constituirse en una síntesis, en un elemento integrador, en una instancia permanente y segura, en la representación de unos valores compartidos, en una institución -la Corona- que, al no estar sometida a los avatares electorales ni resultar tributaria de intereses ideológicos, rinde sus servicios a la Nación y al Estado, haciendo todo ello con respeto a la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas. Y aquellos que no entiendan que así debe conducirse el Rey es que no comprenden la naturaleza de la Monarquía parlamentaria o ignoran de manera dolosa dónde están y cómo se desarrollan las ventajas de la actual forma de Estado sobre la republicana que algunos -pocos pero ruidosos- parecen reclamar como si fuera una alternativa verosímil.

Cuando los separatismos de los nacionalismos vasco y catalán se han desatado en una espiral que pretende desguazar el Estado; cuando la izquierda más sectaria nos quiere retrotraer al pasado para cobrarse rédito de su fracaso histórico; cuando tenemos un Gobierno débil que no sabe, no quiere o no puede hacer cumplir la ley ni defiende el sistema constitucional con coherencia, serenidad y firmeza; cuando desde posiciones mediáticas supuestamente conservadoras -en realidad, destructivas- se incurre en un discurso dinamitero y cuando se hacen silencios ominosos, estar con el Rey es estar con la Constitución, y prestar lealtad al Jefe del Estado y a la Carta Magna es tanto como defender el interés supremo de la Nación, que es el de su unidad y permanencia.

Hace unos años estas afirmaciones podrían haberse calificado de hiperbólicas y, por lo tanto, innecesarias. Hoy, sin embargo, resultan de formulación imprescindible. Al menos, en un medio como es ABC, que desde hace más de 104 años mantiene un compromiso permanente con la defensa de la Nación española, la Monarquía, el humanismo cristiano y la cultura, sus cuatro señas de identidad editoriales desde que el fundador del periódico -desafiando el clientelismo del momento en 1903- puso este diario en las calles haciendo gala de una indomable independencia de la que trae causa la que ahora mantiene. El cuestionamiento de la Corona como institución y del Rey como encarnación de aquella es -y debe ser subrayado con énfasis- un punto de inflexión grave y de muy serias consecuencias en la convivencia española. Porque la Monarquía es elemento esencial del modelo de la democracia constitucional diseñada en 1978. Forma parte sustantiva del pacto histórico que hicimos hace veintinueve años. Y si algunos, como parece, quieren romper la baraja, deberán atenerse a las consecuencias. El arsenal constitucional es amplio y variado, y una mayoría -más o menos silente- está dispuesta a utilizarlo y a respaldar al Gobierno democrático que se decida a hacerlo. El que quiera entender -así, ese ejemplar político tan raro como Juan José Ibarretxe- que entienda, porque a buen entendedor, pocas palabras bastan.

JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
Director de ABC

sábado, 29 de septiembre de 2007

La monarquía en el fango

Esto es el cambio de régimen

Ignacio Villa

Libertad Digital

El panorama de la España constitucional que estamos contemplando estos días es ciertamente desolador, por más que no pueda ni deba sorprender a nadie, pues es el resultado de las políticas destructivas y demoledoras de Rodríguez Zapatero y su Gobierno. Cuatro convulsos años dan para mucho y nos dejan al final un ambiente que hace no mucho tiempo hubiera sido impensable, fruto de una larga lista de acciones irresponsables del presidente del Ejecutivo.

Llevamos muchos meses asistiendo a un ataque feroz y constante a la transición democrática. Se ha convertido en algo habitual el empeño por reabrir las heridas del pasado y se busca obsesivamente todo lo que suponga división y enfrentamiento entre los españoles. El futuro de los fundamentos institucionales del Estado es abordado con una frivolidad sorprendente: se juega infantilmente con los símbolos de la Nación y se pone en duda la estabilidad sin ningún pudor. En definitiva, se busca ir creando un ambiente y un estado de opinión que justifique un cambio de régimen.

Ese es el gran objetivo, que nadie se engañe; esa es la decisión política de Rodríguez Zapatero: el cambio de régimen. Eso sí, un cambio no traumático. La estrategia es ir creando un ambiente de inestabilidad institucional, provisionalidad constitucional e interrogantes sobre el futuro de la Monarquía que desemboque en un cambio que nadie pueda discutir por su necesidad y oportunidad.

Es en este contexto donde hay que encuadrar la permanente cascada de provocaciones contra los símbolos de la Nación que están teniendo lugar estas últimas semanas. Ataques a la Monarquía, ofensas a la Constitución, desaparición de la bandera, reivindicaciones republicanas y una larga lista de actitudes y ataques a todo lo que se mueve están provocando algo que Zapatero deseaba: un ambiente de inestabilidad institucional que termine en una reclamación general para ese cambio de régimen que se ha marcado como objetivo último el actual Gobierno.

¿Tiene prisa Zapatero para ese cambio? Prisa, lo que se dice prisa, tiene y mucha, pero sabe perfectamente que un error en los tiempos puede desbaratarlo todo. Por eso, el presidente del Gobierno no mueve un músculo. En estos momentos está limitándose a sembrar, a sabiendas de que el proceso tiene un ritmo de maduración que no se debe forzar. En todo caso, cuenta con la ayuda imprescindible de los nacionalismos radicales. Son los encargados de hacer el ruido necesario para envenenar el ambiente hasta que el cambio de régimen pueda tener lugar con una cierta naturalidad, porque no quede más remedio, que es como lo venderán.

En definitiva, esta situación cotidiana de turbulencias e inestabilidad institucional no es algo casual: es algo diseñado y pensando, la creación de una situación límite que desemboque en el cambio que busca Zapatero para liquidar toda la herencia de la Transición, especialmente en lo que a entendimiento y libertad se refiere. Por el momento todo se está produciendo en silencio y con discreción, porque este no es un proyecto que pueda llevarse a cabo en una sola legislatura. Por eso los resultados electorales del próximo mes de marzo serán especialmente importantes. En esa cita electoral no nos jugamos sólo la composición del Parlamento. Estamos ante el cambio de régimen, obsesión y objetivo de Rodríguez Zapatero.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Las víctimas, con el Rey

ABC
 
Entesa, grupo parlamentario que en el Senado conforman el PSC, ERC e IU-ICV, socios del tripartito catalán, han propuesto en la Cámara alta una reforma inconstitucional que consiste en privar al Rey del mando supremo de las Fuerzas Armadas, para atribuirselo al presidente del Gobierno. El argumento que justifica este nuevo disparate, que el Partido de los Socialistas de Cataluña e IU-ICV han anunciado que no apoyarán pese a no impedir que se debata en la Cámara, es tan peregrino como la propuesta misma. Según los proponentes de esta enmienda al proyecto de Ley de la Carrera Militar, «no se puede admitir en democracia que el máximo rango militar se otorgue en función de nacimiento y no de capacidad».
 
La iniciativa auspiciada por ERC se suma de forma inequívoca a la campaña antimonárquica de los socios separatistas del PSOE y pone a prueba el súbito patriotismo del Gobierno de Rodríguez Zapatero, el cual, si tan firme es en su apoyo a la Corona, como declaró el ministro de Defensa, no puede pasar por alto este desafío irresponsable de sus aliados. En plena ofensiva soberanista contra la jefatura del Estado, que coincide con la petición de abdicación del Rey hecha desde la cadena de la Conferencia Episcopal por alguno de sus comunicadores, cobra especial significación la carta que Ana María Vidal Abarca, Mari Carmen Heras y Conchita Martín, viudas del comandante Jesús Velasco, de Fernando Múgica y del teniente coronel Pedro Antonio Blanco, asesinados por ETA, han remitido a ABC en apoyo de Su Majestad el Rey. «Se equivocan -aseguran- quienes alientan de una forma u otra la avalancha de desprestigio con que se trata de envilecer a la Jefatura del Estado, a la figura de Su Majestad, y buscan en ello la ruina de una institución. Utilizando para tales fines manifiestas campañas desde los despachos del poder o la radio». La carta subraya el apoyo de la Familia Real a las víctimas del terrorismo: «¿Quién dice que no? ¿Qué saben los demás de nuestras ausencias y compañías?», se preguntan. «No estáis solos. Claro que no, Majestad, ni usted ni nosotros estamos solos del todo. En usted -concluyen- reposa la responsabilidad de su cargo y el calor de tantos españoles que sufrieron en sus carnes el desgarro y el olvido». Frente al mensaje de ruptura que identifica claramente los objetivos de la izquierda y el nacionalismo radical y da alas al movimiento contra la Monarquía, la carta de estas tres víctimas del terrorismo que hoy publica ABC constituye la expresión más directa y sentida de apoyo a la figura del Rey, que encarna la unidad y continuidad del Estado y ostenta el mando supremo de las Fuerzas Armadas. Pronto han olvidado algunos que gracias a que el Rey era capitán general de los Ejércitos el 23 de febrero de 1981, la democracia sigue vigente.
 
No estáis solos

Carta abierta a la Familia Real.
POR ANA Mª ABARCA, Mª CARMEN HERAS Y CONCHITA MARTÍN (Viudas de asesinados por ETA)

Se equivocan quienes alientan de una u otra forma la avalancha de desprestigio con que se trata de envilecer a la jefatura del Estado; a la figura de Su Majestad y busca en ello la ruina de una institución. Utilizando para tales fines manifiestas campañas desde los despachos del poder, o la radio, cuando en el acaloramiento de las tertulias se empecina uno en llevarse la razón a costa de lo que sea; como también si a falta de alguna actividad reconocida o ambiciones de futuro, nuestros jóvenes se entretienen en ensuciar nuestras calles, con su odio de fuego, sin percatarse de que lo que queman son sus posibilidades de futuro. El Rey es el garante de nuestra unión como pueblo, ejerce la más alta jefatura de las Fuerzas Armadas y sin embargo no decide qué hacer con ellas; es la mejor representación que el pueblo español como nación ha tenido en Europa y el mundo. Nos enorgullece saber que nos representa ante los mandatarios de otros pueblos; nos admira su capacidad para hablar a todos en su idioma; como nos da lo mismo si habla gallego, o puede dirigirse en catalán a un adiposo representante del republicanismo remunerado. Las figuras de Don Juan Carlos y Doña Sofía se nos hicieron familiares a fuerza de sentirlos.

Tanto Sus Majestades como los Príncipes y las Infantas han estado siempre con las víctimas del terrorismo, ¿quién dice que no? ¿Qué saben los demás de nuestras ausencias y compañías? Nunca han estado más cerca de un súbdito que cuando sufre una pérdida irreparable. El Rey se hace siempre presente en medio de nuestras casas; los telegramas, las llamadas telefónicas en muchos casos a altas horas de la noche, la presencia en nuestros sucesivos congresos; llenando el auditorio de las más bellas palabras que se puedan decir: «No estáis solas». En los conciertos organizados por la Fundación para la Libertad o la Fundación de Víctimas; recuerdo cómo en aquel primer certamen celebrado, en el Teatro Real de Madrid, Su Majestad la Reina dejó a la infanta Elena, su hija, convaleciente en el hospital tras un desafortunado aborto; se vistió y se presentó junto a nosotros con su sonrisa, su profesionalidad y su cariño. ¿No es eso cercanía? «No estáis solos», te transmiten cuando te estrechan la mano, cuando te besan o te aprietan el brazo con cercanía. Pues somos las víctimas del terrorismo quienes primeramente encontramos en ellos el calor de la solidaridad, quienes nos llenamos de orgullo al estrechar sus manos profesionales. Sus Majestades son reyes, pero también padres, hermanos, tienen naturaleza humana, y defectos, pero están cargados de renuncias, de sentimientos ahogados, y de buen hacer.
 
Su trabajo nos pertenece, se desparraman en cercanía y solidaridad. Cuando a veces, tras la tragedia, los despachos se quedan mudos, cuando las instituciones democráticas miraban para otro lado, intentando olvidar que aquello había pasado, cuando la opinión pública hacía grandes alardes de las razones del asesino, sin importarles si quiera el nombre de la víctima, en Zarzuela no se olvidaban de nuestro dolor, del apretón, de la comunicación por cualquier medio. «No estáis solos». Claro que no, Majestad, ni usted ni nosotros estamos solos del todo. En usted reposa la responsabilidad de su cargo y el calor de tantos españoles que sufrieron en sus carnes el desgarro y el olvido, somos casi un ejército de tullidos que no pueden consentir que se nos utilice para desprestigiar una institución apoyada y defendida por la inmensa mayoría del pueblo español; aunque a algunos no les guste reconocerlo.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Los Reyes presiden el funeral por los dos soldados muertos en Afganistán

La Casa del Rey considera que los ataques al Rey van contra 'la unidad de España'

MADRID.- La Casa del Rey interpreta los incidentes protagonizados en los últimos días por grupos de jóvenes independentistas catalanes en los que se han quemado retratos de los monarcas como un "ataque a la unidad de España y a la Constitución".

En este sentido, entienden que los actos apuntan directamente a una de las claves de la Carta Magna recogida en su artículo 2 que reza: "La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles".

Altos funcionarios de Zarzuela recuerdan, asimismo, que el Rey es el "símbolo de la unidad y la permanencia del Estado", como recoge el artículo 56 de la Constitución.

Pese a que las manifestaciones han sido minoritarias, no por ello dejan de suscitar preocupación en Zarzuela. En el entorno del Monarca se considera que estos pronunciamientos responden a un contexto que sería necesario estudiar.

Las minorías radicales catalanas han protestado en momentos puntuales contra Don Juan Carlos y ahora vuelven a renacer las tensiones. La existencia de un Gobierno tripartito del que forma parte un partido claramente independentista como es Esquerra Republicana, dificulta la labor.

A ello se suma el evidente renacer de aspiraciones nacionalistas propiciado por la negociación de un nuevo Estaut que no ha colmado las aspiraciones de los más radicales y el clima preelectoral que ya inunda toda la actividad política.

Defensa de Rey

La Vanguardia 

 

La quema de una fotografía de los Reyes en Girona durante un reciente acto de carácter independentista ha provocado una cierta sacudida en la opinión pública española. El incidente, como es sabido, se ha saldado con la identificación de uno de los dos individuos encapuchados que quemaron la foto de los Reyes, y su posterior comparecencia ante la Audiencia Nacional. Tras prestar declaración ante el juez Santiago Pedraz el pasado viernes, el citado joven ha quedado en libertad y sin cargos.

 

Decíamos que el incidente ha tenido impacto en la opinión pública española, poco acostumbrada a asociar Catalunya con imágenes de alta agresividad política, pese a las turbulencias, las tensiones, los gestos desconcertantes de muchos políticos catalanes estos últimos años y la fortísima y condenable espiral demagógica puesta en marcha contra el nuevo Estatut desde significadas instancias políticas y mediáticas de Madrid. Es misión exclusiva de los jueces determinar si la quema de la citada foto constituye un delito de injurias. E incluso puede ser recordada una sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos a raíz de la quema de una bandera norteamericana, que concedía prioridad a la libertad de expresión por encima de la destrucción simbólica de un símbolo nacional materialmente reponible.

 

Pero no estamos sólo ante una cuestión de orden penal. Punible o no, la quema de una bandera, o en el caso que nos ocupa, de una fotografía de los reyes de España, es un acto de significado político, ante el que no cabe la fácil indiferencia. Una sociedad dinámica, una sociedad políticamente madura, lo somete todo a discusión: lo que hacen los de arriba, pero también lo que hacen los de abajo; lo que hacen los gobernantes y también lo que hacen los gobernados, sobre todo cuando un sector de éstos, por muy minoritario que sea, decide pasar a la acción con lenguajes radicales.

 

Creemos que hay demasiado silencio acomodaticio en Catalunya. Hay un imperio excesivo de lo políticamente correcto,bajo la facilona premisa de que la sociedad catalana es más virtuosa y templada que el ruidoso y abrupto avispero madrileño. La templanza es buena, sin duda alguna. Pero hay silencios que chirrían. Hay, en algunos momentos, indicios de una preocupante cobardía.

 

El Rey debe ser defendido, por lo que es y por lo que representa, para España y Catalunya. ¿Alguien en su sano juicio - no un demagogo, no un agitador, no un oportunista- está excitados en Girona. Y a nadie escapa que en determinados círculos de Madrid, poco sospechosos de izquierdismo, bullen desde hace tiempo algunas fantasías republicanas, fantasías de una república presidencialista y neocentralista.

 

Es obligación política y moral de las fuerzas centrales de Catalunya - políticas, económicas y culturales- saber defender con mayor vigor las ideas y los intereses compartidos por las franjas más amplias de la ciudadanía. La mayoría social debe tener voz y la plaza pública no debe ser cedida ni a radicales, ni a majaderos.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Los Príncipes de Asturias presentan a la Infanta Sofía ante la Virgen de Atocha

lunes, 17 de septiembre de 2007

Las cuentas del Rey

EL Boletín Oficial del Estado publicaba el 27 de agosto el Real Decreto 1106/2007, de 24 de agosto, por el que se nombra Interventor de la Casa de S. M. el Rey a don Óscar Moreno Gil. Una designación realizada al amparo de los artículos 65.2 de la Constitución y 9.3, 10.1 y 14 del Real Decreto 434/1988, de 6 de mayo. Una nominación que ha sido, dada la pertinencia del momento y el acierto en la persona escogida, bien recibida entre la clase política y los medios de comunicación. Menos afortunadas han sido en cambio algunas consideraciones sobre la naturaleza y el control de las cantidades recibidas por el Jefe del Estado para el sostenimiento de su Casa y la Familia Real. Y es que la cuestión no puede explicarse de acuerdo con los particulares deseos de cada uno, sino de conformidad con lo previsto en la Constitución.
Unas cantidades que son específicamente atribuidas a la Corona, y que están justificadas por razones históricas, jurídico-políticas y constitucionales, igual que sucede, con las lógicas especificidades de cada caso, en las otras Monarquías europeas.
La primera, es una razón histórica, una vez se pone término a la confusión de patrimonios entre el Reino/Estado y el Rey de las monarquías medievales y absolutas. El Estado constitucional supone, como afirma López Guerra, la separación formal del patrimonio e ingresos privados del Rey -de los que puede disponer de forma libre como cualquier otro sujeto privado-, de los fondos y bienes públicos que se encomiendan a la Corona como órgano del Estado y de los recursos de la Hacienda General. Aparece de esta suerte en Gran Bretaña, durante la Gloriosa Revolución de 1688, la denominada «lista civil», pues ella sufragaba los funcionarios civiles. Y como tal se recoge ya en España en la progresista Constitución de 1812, en cuyo Discurso Preliminar se denunciaba que «la falta de conveniente separación entre los fondos que la Nación destinaba para la decorosa manutención del Rey, su Familia y Casa ha sido una de las principales causas de la espantosa confusión que ha habido siempre en la inversión de los caudales públicos». Para terminar señalándose: «Para prevenir en sucesivo tamaños males, la Nación, al principio de cada reinado, fijará la dotación anual que estima conveniente asignar al Rey para mantener la grandeza y esplendor del Trono, e igualmente lo que crea correspondiente a la decorosa sustentación de su Familia».
Esto es, la Nación y su patrimonio no pueden ser de nadie -incluidos el Rey o los miembros de la Familia Real-, pero el Estado sí establece una cantidad para el sostenimiento de la Corona, igual que se hace con los demás órganos constitucionales, dotados de autonomía presupuestaria en diferentes grados. Su existencia se justifica, por tanto, en la modernidad y en la satisfacción de las destacadas funciones reservadas a la Jefatura del Estado.
En segundo término, por razones jurídico-políticas. Su apoyatura no se escudriña en enrevesadas interpretaciones de una norma arcaica, ni en una oscurantista práctica política, ¡sino en un mandato tajante del constituyente de 1978! «El Rey recibe de los Presupuestos del Estado -dice el artículo 65.1 de la Constitución- una cantidad global para el sostenimiento de su Familia y Casa, y distribuye libremente la misma». De dicho mandato se deduce su debida caracterización. De una parte, se trata de una cantidad «para el sostenimiento de su Familia y Casa» y no exclusivamente una asignación personal, en tanto que sueldo o remuneración. Con ella el Rey hace frente al mantenimiento de su Familia y de su Casa. De otra, estamos ante una «cantidad global», que el Monarca distribuye de forma «libre», sin necesidad de refrendo. Lo que se materializa, desde el año de 1980, en la fijación de un crédito en los Presupuestos Generales del Estado. Y, por último, dicha cantidad, igual que para los otros órganos constitucionales, no puede suprimirse, ya que como indica Rodríguez Bereijo, «es consustancial con la institución de la Corona, y con la forma política monárquica del Estado». Lo que implica que las Cortes pueden discutir su importe, y hasta rebajar la cantidad solicitada, pero no convertirla en testimonial.
En este contexto se encuadra la reciente designación de un Interventor de la Casa del Rey. Una figura incorporada a su organigrama administrativo, y que se justifica por la búsqueda de un mayor perfeccionamiento en la administración de los fondos y en su control interno. La Casa del Rey, como todas las instituciones, va acomodando sus perfiles a las necesidades impuestas por el devenir de los tiempos. Con su labor, hasta ahora desplegada parcialmente por el Interventor militar, se atenderá mejor a «la gestión económica, financiera, presupuestaria y contable». Pero de ahí a exigir, como en un reality show, el desglose más nimio, hay un salto en el vacío, que no está habilitado por ninguna norma o justificación objetiva.
Ahora bien, delimitemos los contornos de la Intervención. Dicho Interventor se nombra por el Rey. No cabe pues designación por otro órgano o coparticipación material en su nombramiento. No hay tampoco control externo, ni material. Estamos ante una decisión administrativa interna. Ello no les gustará a algunos, ¡aunque lo que no les gusta es, en realidad, la Monarquía constitucional!, pero la fundamentación es sencilla. Hablamos de una razón constitucional: la Corona es, como el Gobierno o las Cortes Generales, un órgano constitucional. Una institución situada en el vértice de la organización política del Estado y en relaciones de coordinación y paridad con el Ejecutivo y el Parlamento, lo que impide su control político por otro órgano, incluidas las Cortes Generales. La Constitución es tajante: «La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad» (artículo 56.3). Por lo demás aquí también se desliza otro error: el control político de las Cortes se agota en el Gobierno, ya que éste no existe tampoco sobre el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial. A partir de ahora -siguiendo los precedentes de la Constitución francesa de 1791 y la de Cádiz de 1812-, la Corona -como los demás órganos constitucionales- perfecciona sus mecanismos internos de gestión y control. De aquí el acierto de la Mesa del Congreso en denegar las torticeros intentos de algunos de imponer una imposible fiscalización, pendientes no obstante de un imposible recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional, que será por ello con certeza denegado.
En suma, la previsión constitucional (artículos 56.3 y 65.1) y la configuración de la Corona como órgano constitucional excluyen cualquier intromisión política y avalan su autonomía presupuestaria. Lo más, el control preventivo administrativo, pero referido a los aspectos formales del gasto a través de la Dirección General del Tesoro. Una autonomía sin injerencias políticas de otros órganos, ni controles materiales, ni externos. Tampoco las Cortes están sujetas al control del Tribunal de Cuentas.
Así acontece, por otra parte, en los Estados de nuestro entorno. Es semejante en las demás Monarquías, que reciben cantidades para su sostenimiento (11,4 millones en Reino Unido o 12,5 en Bélgica) y en las mismísimas Repúblicas. En éstas, ¡por cierto!, el importe es mucho máselevado -25,10 millones en Alemania o 224 en Italia- y además con una situación de gran independencia en el gasto. En España la cantidad, actualizable anualmente con el IPC, es de 8,29 millones de euros, es decir, ¡un 0,001 de los gastos del Estado! ¡Ah, y qué no se me olvide: el Rey y la Familia Real pagan, como todos, sus impuestos!
Así que éstas son las cuentas del Rey. Unas cuentas ¡respaldadas por la Constitución, y además, claras! A su mejor llevanza y contabilidad servirá el nuevo Interventor.
 
PEDRO GONZÁLEZ-TREVIJANO
Rector de la Universidad Rey Juan Carlos

viernes, 14 de septiembre de 2007

Un cuarto de siglo sin la princesa que reinventó Mónaco

Un cuarto de siglo sin la princesa que reinventó Mónaco
 
Mateo Sánchez Cardiel (Efe).-

El 14 de septiembre de 1982, Grace Kelly, una singular mujer que ganó un Óscar de Hollywood y luego se coronó princesa, murió en un accidente de tráfico en la sinuosa carretera que conduce a Montecarlo. Un cuarto de siglo después de aquel trágico suceso, la esposa de Rainiero de Mónaco vuelve a inspirar exposiciones, a acaparar portadas y su figura continúa envuelta en un aura de misterio.

Pocos pueden presumir de que su belleza y popularidad hayan levantado un país entero, pero ese fue el caso de Gracia Patricia Kelly que, aunque fascinó al público en los años cincuenta como Grace Kelly, se convirtió en mito como princesa Gracia de Mónaco.

El pequeño principado mediterráneo ya ha comenzado su ronda de homenajes a la añorada princesa que puso en el punto de mira mundial un escaso territorio -apenas 200 hectáreas- con aspiraciones turísticas convencionales para encumbrarlo como punto de encuentro de la alta sociedad y del lujo pero también como centro de juego, gracias a sus afamados casinos, del derroche y de la especulación inmobiliaria.

En el Grimaldi Fórum de Montecarlo -donde la actriz y princesa ha dado nombre a una avenida, un teatro y dos zonas ajardinadas- desde el 12 de julio se expone 'Los años de Grace Kelly', muestra en la que se sigue su trayectoria desde que la princesa fuera una niña de familia nueva rica de Filadelfia -donde nació en 1928- hasta su papel de madre de lo hermanos más codiciados por el papel couché: Carolina, Alberto y Estefanía Grimaldi.

Esta última viajaba con ella la noche en la que Grace redondeó para siempre su condición de leyenda, cuando un ambiguo accidente truncó su vida, a los 52 años, y pese a los esfuerzos de los médicos del hospital al que fue trasladada y que, irónicamente, llevaba su nombre. Las carretera escenario de su triste final era, además, la misma que había ayudado a levantar su mito como escenario de una de sus secuencias más icónicas, al lado de Cary Grant, en la película Atrapa a un ladrón (1955).

Quintaesencia de la sofisticación

En aquel film, Kelly había explotado una imagen que se adhirió a ella para siempre: la de la quintaesencia de la sofisticación, forjada en una belleza espectacular, en una gracilidad heredada de los cuerpos atléticos de sus padres -remero olímpico él, gimnasta ella- y en una actitud situada en la intersección de lo gélido con lo volcánico.

Ese es el espíritu que, 25 años después de su muerte, permanece casi intacto, inmune a biografías no oficiales que afirman que, en la intimidad, Grace Kelly fue despiadada, calculadora y tendente al alcoholismo. Así, la revista Life le dedicará la portada del número que sale a la venta en estas fechas y en el que muestra fotos inéditas que le fueron tomadas, en plena apoteosis de su belleza, por su fotógrafo oficial, Howell Conant.

Además, la propia familia Grimaldi ha preparado, en colaboración con la casa de subastas Sotheby's, una exposición con joyas, vestidos y fotografías de Grace que permanecerá abierta del 15 al 26 de octubre en Nueva York. Entre las piezas más codiciadas estará el Óscar que la actriz ganó en 1954 por La angustia de vivir, un premio que la historia negra de Hollywood reza que fue otorgado como despedida y que, según la legendaria y viperina columnista cinematográfica Hedda Hopper, hundió para siempre los ánimos de Judy Garland, favorita ese año por Ha nacido una estrella.

La película -durante cuyo rodaje Kelly vivió un apasionado romance con William Holden- no figura entre las cintas más recordadas de su filmografía y, en realidad, Grace nunca consiguió que sus trabajos interpretativos recibieran los mismos elogios que su belleza física. Kelly había empezado como secundaria en importantes producciones de los años cincuenta, como Solo ante el peligro, de Fred Zinnemann, y Mogambo, de John Ford -por la que fue candidata al Óscar como mejor actriz de reparto-, pero no fue hasta que Hitchcock se cruzó en su camino cuando se aseguró el paso a la inmortalidad en términos estrictamente cinematográficos.

Tras cerrar su etapa con Ingrid Bergman y probar suerte con Marlene Dietrich y Anne Baxter, el mago del suspense encontró en la soterrada y lánguida sensualidad de Grace Kelly la máxima expresión de sus obsesiones y, tras la experiencia de Crimen perfecto, el director británico la enroló en sus siguientes proyectos. El tándem dio como resultado la obra maestra La ventana indiscreta, en 1954, y la citada comedia de intriga Atrapa a un ladrón, en 1955, ambientada en la Costa Azul y cuyo rodaje solidificó su relación con el príncipe Rainiero, al que conoció en el Festival de Cannes de 1954.

La boda del siglo

Tras intervenir en títulos menores como El cisne o Alta sociedad, Grace Kelly anunció su retirada como consecuencia de su compromiso con Rainiero y que le convirtió en protagonista de la que ha sido considerada como "boda del siglo" -junto con la del príncipe Carlos de Inglaterra y Lady Di- y que, celebrada el 19 de abril de 1956 en la catedral monegasca de San Nicolás, fue retransmitida para las televisiones de todo el mundo con una tremenda repercusión mediática -y económica- para el Principado.

Grace, entonces, canceló su participación en Mi desconfiada esposa, de Vincente Minnelli, y desoyó las llamadas de su amigo Hitchcock, que quiso que protagonizara Marnie la ladrona pero se encontró con la oposición del pueblo de Mónaco, reticente a permitir que su princesa interpretara en la pantalla a una cleptómana. Así, su principado sólo se extendería a las revistas de estilo y moda, como musa de firmas como Givenchy -que diseñó su vestuario para su encuentro con la familia Kennedy en 1961- o como portadora del "Kelly", bolso de Hermès que tomó su nombre.

Y es que la suya fue, desde entonces, la tarea de gran anfitriona y perfecta consorte, de madre elegante e impecable bañista de la costa monegasca. Un papel no siempre fácil con el que Grace tuvo que asumir que había caído "en Gracia"...

viernes, 7 de septiembre de 2007

Primer día de guardería de la futura Reina de España