jueves, 15 de noviembre de 2007

La función del Rey

Erosionar la Corona significa debilitar el Estado

JUAN-JOSÉ López Burniol

Es cierto que, en los últimos meses, la familia real --y, en concreto, el Rey-- aparecen excesivamente en los medios de comunicación como protagonistas de noticias conflictivas o inhabituales: fotografías quemadas, secuestro de publicaciones, visitas contestadas por nuestro vecino del sur, interpelaciones fuertes de tono, etcétera. La espuma mediática ha subido rápidamente. En esta sociedad hiperinformada, los medios de comunicación se retroalimentan y crean ambientes que pueden pasar por reales, cuando no lo son de hecho. Así sucede en este supuesto. De hacer caso a periódicos, televisiones y radios, podría pensarse que la Monarquía ha entrado en una senda peligrosa que puede conducirla fácilmente al despeñadero. Pero nada de esto es cierto. La Monarquía --encarnada hoy en la figura del Rey-- está profundamente arraigada en la sociedad española, por lo menos en lo que Dionisio Ridruejo denominaba el macizo del país o --no recuerdo bien-- el macizo de la raza.
La razón de esta adhesión es compleja. El Rey contribuyó al éxito de la transición --que, dígase lo que se diga, fue un logro excepcional--; hizo posible la neutralización del golpe del 23 de febrero; ha dotado a España de una representación internacional homologable y más que digna, y ha observado, juntamente con su familia, un comportamiento sustancialmente discreto, que --¡no seamos hipócritas!-- en nada desmerece del tono medio de las familias españolas de estatus equiparable.
Pero, sobre todo, la institución monárquica encarna mejor que ninguna otra, en esta compleja hora de España, la unidad del Estado. De ahí que el rol de la Monarquía sea hoy insustituible; y de ahí también que se haya convertido en objeto predilecto de erosión y escarnio por parte de aquellos que consideran --y aciertan al pensar así-- que todo cuanto hagan en descrédito del Rey acentúa la debilidad del Estado. Afirmar esto no implica admitir que el Rey tenga patente de corso y deba quedar exento de crítica. Critíquesele cuanto se quiera; pero que quede también constancia de que muchas de estas críticas tiran por elevación. Si alguien lo duda, que pierda un momento en comprobar cómo estas interesadas descalificaciones van por zonas. En unas abundan más y en otras, menos. Queda para el discreto lector la elaboración del censo.

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