miércoles, 2 de enero de 2008

La boda que casi no fue

LA GUERRA diplomática ante el enlace de Don Juan Carlos y Doña Sofía estuvo a punto de frustrarlo. El periodista Fernando Rayón desvela datos inéditos cuando van a cumplirse 40 años de la boda. La determinación de los dos protagonistas fue clave para un final feliz.

FERNANDO RAYÓN

La célebre imagen de los recién casados en la carroza distribuida tras la boda fue trucada. En la imagen se aprecia cómo tras Don Juan Carlos aparece el respaldo en lugar de la ventanilla.

Hace más de 15 años viajé por primera vez a Atenas para realizar una serie de entrevistas y reportajes con motivo de las bodas de plata de los Reyes de España. Se trataba de realizar una crónica amable de lo que había sido el enlace de Don Juan Carlos y Doña Sofía. Allí entrevisté al arzobispo católico dimisionario de Atenas monseñor Printesi, ya anciano, y a otros protagonistas del evento.

Pero poco a poco, y al margen de lo que eran los lugares materiales donde el 14 de mayo de 1962 se habían celebrado las diferentes ceremonias y actos, las cuatro bodas en una que fue aquel enlace, fui descubriendo que, por debajo de lo que había sido la feliz unión, había habido que vencer una cantidad asombrosa de obstáculos casi siempre obviados cuando se contaba la historia del noviazgo.

La trascendencia política de aquella boda resulta innegable.Y nadie ignora que los distintos personajes e instituciones que intervinieron en ella desempeñaron sus papeles de forma muy evidente.

Don Juan de Borbón quería dejar claro que el matrimonio era exclusiva competencia de la Familia Real y como jefe de ella quería asumir todo el protagonismo. Franco, quien, aún en secreto, preparaba a Don Juan Carlos para que le sucediera en la Jefatura del Estado, sabía de la trascendencia de la elección.

Por otra parte estaban los reyes de Grecia, particularmente la reina Federica, verdadera organizadora material y espiritual del enlace. El hecho de que intuyeran que su hija podía acabar sentándose en otro trono europeo y que eso fortaleciese el papel de Grecia les hacía estar muy encima de cuanto rodeaba al enlace.

El Vaticano, por otra parte, y a pesar de los aires conciliares, quería que la ceremonia fuera lo que mandaban los cánones del Derecho Eclesiástico y desconfiaba, con razón, de las maniobras de la iglesia ortodoxa griega, que quería asumir el protagonismo que las leyes civiles griegas les adjudicaban.

Y para completar el panorama, monárquicos y antimonárquicos pretendían aprovechar el enlace en uno u otro sentido.

Que en medio de tal batalla diplomática y religiosa entre bambalinas la boda hubiese quedado en el aire no habría resultado extraño. De hecho, tras docenas de entrevistas y después de haber leído textos, cartas, telegramas y diarios en su mayoría inéditos hasta la fecha y que incluyo en "La boda de Juan Carlos y Sofía", me atrevo a decir que todo se pudo ir al garete en más de una ocasión. Fue quizá la decisión y visión de futuro de Don Juan Carlos y Doña Sofía, lo que al final salvó la nave.

Pero no sin momentos de incertidumbre. Miércoles 11 de abril de 1962, un mes antes de la celebración de la boda. Aeropuerto de Atenas. Se supone que, vía Ginebra, Su Alteza Real el Príncipe Juan Carlos llega ese día a la capital griega. Le esperan, entre otros, su prometida, la princesa Sofía, su madre, la reina Federica de Grecia, el embajador español, Juan Ignacio Luca de Tena, y su segundo de la embajada, el recientemente fallecido Gonzalo Fernández de la Mora.

Los días precedentes habían sido de inusitada actividad diplomática. La razón, las diferencias surgidas en la distribución de las invitaciones a las ceremonias católica y ortodoxa con que las familias acordaron celebrar el matrimonio.

Doña Sofía quiere saludar a su prometido antes de que aterrice y en cuanto el avión entra en espacio aéreo griego se envía un mensaje desde la torre de control al capitán para que Doña Sofía pueda hablar con Don Juan Carlos. Pero el capitán, tras las comprobaciones de rigor, informa de que en el avión no viaja nadie con tal nombre.

Pero la princesa griega ya conoce las costumbres de Don Juan Carlos y sugiere que puede haberse inscrito como duque de Gerona o con algún otro de los títulos que usaba en ocasiones para pasar inadvertido. La respuesta sigue siendo negativa.

A pesar de ello, la comitiva decide esperar la llegada del avión. Cuando comprueban que, efectivamente, Don Juan Carlos no había subido al aeroplano, Doña Sofía rompe a llorar. En el entorno de su futuro esposo se había decidido aplazar el viaje en respuesta al asunto de las invitaciones.

Más dura que su joven hija, la reina Federica, que ha esperado silenciosa el desenlace, se despide del embajador ásperamente.«Ponen tantas pegas...», deja caer. Y de vuelta en palacio, telefonea a Vieille Fontaine, la residencia de la reina Victoria Eugenia, abuela de Don Juan Carlos, en Lausana.

TENSA CONVERSACIÓN

La conversación fue muy tensa. Las dos reinas hablaban en inglés y lo que empezó siendo una charla protocolaria no tardó en alcanzar niveles de gran dureza. Tan tirantes estuvieron que en un momento de la conferencia la reina Federica llegó a apelar a su condición de reina y Victoria Eugenia le tuvo que recordar que ella también lo era.

La consorte de Alfonso XIII advirtió con rotundidad a la soberana griega sobre la tradición española en lo que a la religión católica se refiere. Alguno de los que escuchaban temió incluso que todo se viniera abajo. Así estaban las cosas apenas un mes antes de celebrarse la boda. Lejos de ser un hecho aislado, el episodio es sólo un capítulo más en la serie de desencuentros diplomáticos que precedieron al real matrimonio.

Era lógico, pues, que como resultado de todo ese pulso lo que en principio era una boda terminó siendo cuatro: una ceremonia católica, otra ortodoxa y dos civiles: una para el registro español y otra para el griego. Los invitados se pasaron la mañana del 14 de mayo de 1962 yendo de una iglesia a otra.

La ceremonia católica fue en la catedral de San Dionisio. A las diez y doce minutos pronunciaba Doña Sofía el sí litúrgico en griego (ne thélo) ante la pregunta, también en griego, del arzobispo Benedicto Printesi.

Instantes después, la ya princesa española no pudo evitar las lágrimas: había olvidado solicitar a su padre, antes del «sí quiero», el permiso que el protocolo exigía, una anécdota que, con el tiempo, se repetiría en la boda de su hija mayor, la Infanta Elena.

José María Pemán, que era entonces presidente del consejo privado de Don Juan, recoge la escena en sus Diarios: «La mirada conminatoria de la reina Federica es tal que se echa a llorar; luego manda recado para que Don Juan Carlos le preste el pañuelo».

«No puede estarse quieta», añade en referencia a la reina griega, no muy bien vista en algunos círculos próximos a Don Juan. «Manda siempre. De ahí el recelo de algunos que creen intrigará para saltarse al padre y coronar a Sofía».

La ceremonia sacramental con la santa misa y la firma del acta canónica en la sacristía de la catedral duró 45 minutos. Tras el breve descanso en el Palacio Real, que apenas duró 15 minutos, en el que se firmó el acta para el registro civil español, los novios volvieron a repetir el cortejo hacia la catedral, esta vez la ortodoxa.

Don Juan Carlos acudió en coche descubierto acompañado de su madre, la condesa de Barcelona, mientras que Doña Sofía volvía a subirse a la carroza, esta vez acompañada de su padre el rey.Y es que, en el baile de ceremonias, el matrimonio en la catedral católica y su posterior refrendo civil en el Palacio Real no habían sido válidos para la iglesia ortodoxa ni para el Estado griego.

A las doce en punto comenzaba la celebración ortodoxa en la catedral metropolitana de la Anunciación de Santa María, la ceremonia que tantos quebraderos de cabeza había dado a los negociadores.

Tras ella, la cuarta y, al fin, última boda. Los Príncipes acudieron de nuevo al Palacio Real. En él tuvo lugar la segunda ceremonia civil. En el salón del Trono Don Juan Carlos y Doña Sofía firmaron su acta matrimonial civil ante el alcalde de Atenas y el Presidente del Consejo de Estado.

¿Y FRANCO?

Y a todo esto, ¿qué hacía Franco? A pesar de haber sido invitado por Don Juan y por Don Juan Carlos, Franco no acudió a Atenas, pero estaba encantado con la boda. Hasta el punto de enviar, a pesar de las protestas de falangistas y carlistas, el buque insignia de la escuadra española, el Canarias. En él viajaba su representante personal, el ministro de Marina Felipe Juan Abárzuza.

Estaba, además, al tanto de todo. El mismo día de la boda recibió un mensaje secreto, al margen del que mandaría la embajada, que explicaba claramente cómo, al final, se había llegado a buen puerto: «Cuando se produjeron las primeras negociaciones en septiembre del año pasado, Don Juan insistía en una boda exclusivamente católica con previa conversión de Doña Sofía, lo mismo que había sucedido con la reina Federica y con su propia madre, la reina Victoria Eugenia».

«Luca de Tena, al hacerse cargo de la embajada de Atenas, explicó esta decisión que correspondía a la Casa de Borbón y cómo estaban dispuestos a celebrar la boda en Lausana o Lisboa para obviar los inconvenientes. Luca de Tena, el duque de Frías [jefe de la Casa de Don Juan Carlos] y Yanguas [José Yanguas, miembro del consejo privado de Don Juan de Borbón] estaban conformes».

«La mayor oposición se encontró en la reina Federica, que dijo que se jugaba la corona, aunque prometió la conversión de Sofía después de la boda. Yanguas, acompañado de Pesmazogla [sic; se refiere a Michel Pesmazoglu, un antiguo ministro de Exteriores griego al que el Gobierno de Atenas había encargado todas las negociaciones de la boda], fue al Vaticano y consiguió el permiso para el matrimonio mixto».

«En estos momentos Luca de Tena asegura a sus colaboradores que la ceremonia ortodoxa sería reducida al mínimo mientras que la verdadera boda sería católica. El Palacio Real griego, sin consultar a la Embajada, dictó el protocolo hablando sólo de ceremonia ortodoxa».

«La ceremonia católica duró 45 minutos, no fue retransmitida, no asistieron a ella autoridades griegas y el número de invitados fue reducido. La ortodoxa duró 60 minutos con toda pompa, fue retransmitida al país, asistieron las autoridades y no se recortó la liturgia. Juan Carlos besó varias veces el Evangelio y la mano del oficiante, bailó la danza de Isaías y bebió tres veces del cáliz».

«La boda de Juan Carlos y Sofía: claves y secretos de un enlace histórico», del periodista Fernando Rayón, está editado por La Esfera de los Libros (23 euros)

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