jueves, 27 de marzo de 2008

La Reina de Inglaterra recibe a la "princesa" de Francia


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Ha sido bautizada como la cumbre del Arsenal porque las conversaciones de mayor enjundia se celebran hoy en el estadio de ese equipo londinense, pero sobre todo es la cumbre de los políticos desesperados. Dos hombres muy distintos unidos por la caída libre en los sondeos y el desencuentro con millones de votantes, uno demasiado aburrido y otro demasiado estridente, ambos atlantistas, amigos de Estados Unidos y creyentes en la ortodoxia anglosajona del libre mercado, cuyos intereses personales coinciden en un momento concreto de la historia.

Decía Henry Kissinger que muchos norteamericanos piensan que la diplomacia es una rama de la psiquiatría, y la visita de Estado del presidente francés al Reino Unido es sin duda un buen material de psicoanálisis: el pequeño Napoleón con aires de playboy de la Costa Azul que convierte en primera dama a una supermodelo, cantautora y actriz que no creía en la monogamia hasta llegar al Elíseo, y el austero primer ministro británico hijo de un pastor presbiteriano, perseguido por el fantasma de Blair como Macbeth por el de Banquo.

Para le nouveau Sarko la cumbre de ayer y hoy a orillas del Támesis es una oportunidad inmejorable de cerrar de una vez el capítulo del romance y el culebrón, de las broncas con periodistas y votantes, las gafas Rayban, las fotos en bañador, los Rolex y el móvil en la oreja a todas horas, y convertirse por fin en estadista. Para Brown, por el contrario, el desafío consiste en dar un poco de glamur a un mandato que discurre con más pena que gloria desde que en otoño puso freno a la convocatoria de elecciones anticipadas, una sucesión de anodinas iniciativas que vuelan de manera anárquica y sin ningún sentido concreto, como un puñado de papelitos arrojados al pozo sin fondo de la política.

La popularidad de Sarkozy ha caído al 37%, la de Brown es la más baja desde que el Labour estaba en las tinieblas de la oposición a principios de los noventa (los resultados de las últimas encuestas darían al conservador Cameron la mayoría absoluta). Y es en esa encrucijada donde se han reunido los destinos de ambos, con el trasfondo de quizás la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión de 1929, el problema de la inmigración, la necesidad de encontrar fuentes de energía alternativas al petróleo, el caos de Iraq y Afganistán…

Ya se sabe que no hay nada que una tanto como un enemigo común. Y aunque calificar de enemigo a la aliada Angela Merkel sería ir demasiado lejos, lo cierto es que ni el presidente francés ni el premier británico, líderes de viejas potencias coloniales venidas a menos pero que aún así son la tercera y cuarta mayores economías del mundo, sintonizan demasiado bien con la canciller alemana. Brown y Sarkozy han conspirado para desvirtuar el eje franco-alemán que tradicionalmente ha sido la columna vertebral de la Unión Europea, y potenciar un trípode atlantista París-Londres-Washington. Misma estrategia que hizo a Blair cultivar la amistad de Aznar (Chirac no estaba por la labor), y acabó en la foto de las Azores, con Bush de cabecilla y Durão Barroso fuera de foco.

Ahora han cambiado los jugadores y también el contexto, con el fracaso de Iraq casi universalmente reconocido, Bush en retirada y el problema inmediato y angustiante de la falta de crédito. En ese marco, Sarkozy ha ofrecido desplegar mil soldados de elite en territorio afgano a cambio de un impulso a la defensa común europea y un mayor papel de Francia en la OTAN, quizás con un general francés al frente del flanco sur (al que pertenece también España), si se concreta su incorporación a la estructura militar del organismo que abandonó De Gaulle en 1966.

Es conocida la admiración de Sarkozy por todo lo inglés y norteamericano - en Washington alabó incluso las hamburguesas-, pero en su discurso ante el parlamento de Westminster fue más lejos todavía e hizo gala de una humildad impensable en los tiempos de Chirac y Miterrand, y poco acorde al comportamiento del propio presidente francés en otros aspectos de su vida. "Gran Bretaña es nuestro modelo y nuestra referencia, tenemos una eterna deuda de gratitud por liberar a Francia en la Segunda Guerra Mundial", dijo el líder galo tras proponer una hermandad entre ambas naciones para responder a los problemas globales, rodeado de retratos de Wellington y Nelson y referencias a Trafalgar y Waterloo.

Hace tres años - desde la agarrada por Iraq- que las relaciones bilaterales son sorprendentemente correctas. Y aunque Brown y el anglógfilo Sarkozy tienen personalidades diametralmente opuestas, comparten una visión thatcherista del mundo y una pasión por el intervencionismo humanitario patentado por Blair.

El objetivo a corto plazo es que la nueva hermandad se plasme en planes conjuntos para la construcción de una nueva generación de centrales nucleares, la repatriación forzosa de inmigrantes y una mayor transparencia bancaria. El objetivo último es la potenciación del atlantismo y el eje Washington-Londres-París, a expensas del francoalemán. Pero ya dijo Sagredo, embajador veneciano del siglo XVI, que "nadie revela sus cartas menos que Inglaterra". O que como dijo Lord Palmerston, Gran Bretaña no tiene amigos o enemigos permanentes, sólo intereses eternos.

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La coronación de Carla Bruni

Ningún matrimonio político despertaba tanta fascinación en Gran Bretaña desde que Grace Kelly dejó su carrera por el amor al monegasco príncipe Rainiero. Ya pueden Brown y Sarkozy hablar de lo que quieran, que la auténtica noticia de la cumbre anglofrancesa es la coronación de Carla Bruni en la tierra de Diana y la capital europea de la prensa tabloide, del chismorreo y del corazón.

La supermodelo aterrizó en Heathrow disimulando su reputación de femme fatale,devoradora de rockeros, políticos y editores, con un atuendo tan discreto - vestido gris, guantes y cinturón negros a juego, gorrito al estilo parisino- que no se sabía si la mujer de planta que iba colgada de brazo del presidente francés era la primera dama de la República, una azafata de Air France o, como decía hace poco Libération,una "hermana de la Anunciación". Pero las dudas en seguida quedaron resueltas cuando saludó en perfecto inglés al príncipe Carlos y a Camila, duquesa de Cornualles (Sarko también lo intentó con un enchanté,los idiomas no son lo suyo).

Carla hizo realidad su sueño de cenicienta y se desplazó por las calles de Windsor en un carruaje, como si fuera la princesa por un día de un país que se quedó sin la suya, ante la mirada curiosa de centenares de nativos y turistas que querían ver a Madame Bruni al natural, aunque no tanto como las fotos a pecho - y casi todo- descubierto que la casa de subastas Christie´s anunció ayer que pone a la venta, y que los periódicos londinenses se encargaron convenientemente de difundir, con una tricolor francesa cubriendo las partes más íntimas de la chanteuse.

Cuentan en palacio que la reina no arqueó las cejas ni dijo esta boca es mía cuando su gabinete de prensa le pasó las imágenes en cuestión, al fin y al cabo las indiscrecciones de sus hijos hacen que esté de vuelta de todo... Su preocupación fue que el orden fuera perfecto en la habitación 214 del castillo de Windsor (que hizo construir un frances, Guillermo el Conquistador), la suite de dos habitaciones y dos baños reservada a matrimonios extranjeros en visita de estado, donde se han alojado Reagan y Mandela. Luego bajó al salón de San Jorge para asegurarse de que las flores estaban como dios manda, cada comensal tenía seis copas (una de vino blanco y otra de tinto, una de agua y otra de oporto, y dos de champán, una para brindar y otra para acompañar al postre), cada plato de porcelana de Sèvres se hallaba exactamente a 43,18 centímetros del siguiente como dispone el protocolo, y cada silla a 68,58 centímetros de una mesa de 52 metros de largo, la más grande del país, construida con 68 tonalidades diferentes de madera de caoba.
Los invitados de honor habrían pasado de tantos tipos de copas diferentes, porque él no bebe nada más fuerte que el zumo de naranja y ella es una edicta al agua mineral Evian. Pero no así el resto de invitados (casi dos centenares), que recurrieron a todas sus influencias para estar presentes en el gran acontecimiento social de la temporada (miembros de la familia real, del cuerpo diplomático y del clero, hombres y mujeres de negocios, figuras del mundo del deporte y el espectáculo, el who is who a ambas orillas del canal de la Mancha), y que disfrutaron de las magníficas bodegas con borgoñas y burdeos de colección.

Dicen que uno de los secretos de un matrimonio duradero es estar a bien con la suegra, y Sarko trajo a la suya, una señora de 81 años que disfrutó como quien más de los placeres de la velada, mujer de mundo cuyo marido (que no es el padre de Carla, fruto de otra relación) hizo su fortuna vendiendo neumáticos en el Turín de la posguerra, y sabe comportarse en sociedad, ante la reina o ante quien sea. El presidente, que hizo un curso intensivo de protocolo real en preparación del viaje, no pudo contar con el apoyo moral de su madre, que se quedó en Francia enferma, y tuvo algún desliz como preguntar por el resultado del Francia-Inglaterra de fútbol que se jugaba a esa hora en París. Un fallo lo tiene cualquiera.

¿Quién dice que la diplomacia es aburrida? Desde luego no a juzgar por una cumbre que ha traido a Londres a un presidente playboy y a una primera dama más rica y mucho más alta que él, cuyas conversaciones de miga se celebran en un campo de fútbol (el Estadio de los Emiratos), y que significa la coronación de Carla Bruni en la corte de Enrique VIII y Diana de Gales... Y por si fuera poco, dicen rumores no confirmados que el fantasma de Cecilia, la ex de Sarko que se casó en Nueva York durante el fin de semana, hizo mover los candelabros en un momento de la cena...

Galería fotográfica de La Vanguardia y El Mundo




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