viernes, 15 de agosto de 2008

Juan Carlos I, un Rey «para todos los españoles»

Marisa Cruz

El Mundo

MADRID.- «El hombre adecuado en el lugar correcto y en el momento oportuno»: así llegó él mismo a definir su posición. Juan Carlos de Borbón, el Rey de España, fue la pieza clave en torno a la cual pivotaron las fuerzas que hicieron posible en España, tras 40 años de dictadura, una transición pacífica, aunque no exenta de peligros, hacia la democracia.

Cuando él vuelve la vista hacia aquel 1975 que terminó con la muerte de Franco, lo primero que recuerda es la actitud del pueblo español deseoso de paz y libertad. Después, apunta que siempre tuvo la suerte de tener a su lado a la persona indicada.

Es entonces cuando el Rey saca a relucir a quienes le ayudaron a superar los obstáculos y a desmantelar -«siempre de la ley a la ley» - las viejas estructuras y poner los cimientos de la democracia.

Torcuato Fernández Miranda y Adolfo Suárez, en primer lugar. Y después, Felipe González, Santiago Carrillo, Manuel Gutiérrez Mellado, Josep Tarradellas...

La influencia del primero de ellos fue decisiva. Fernández Miranda fue el hombre que realmente le preparó para ser Rey y quien, después, tras la muerte de Franco y desde su posición de presidente de las Cortes, logró que el nombramiento de Adolfo Suárez como jefe del Gobierno prosperara y, además, que se aprobara la Ley de Reforma Política.

El segundo paso fue la legalización del Partido Comunista. Don Juan Carlos, ya antes de la muerte de Franco, sabía que ésa era una decisión inevitable, pero arriesgada.

Pese a los mensajes dramáticos que llegaban de las filas del Ejército, el Rey apostó con decisión y allanó el camino para que Suárez diera el paso definitivo un Sábado Santo. No haberlo hecho habría supuesto un inicio cojo de la democracia. Al final, los peores presagios se estrellaron contra la realidad y los españoles no se echaron a la calle para enfrentarse unos con otros. Las primeras elecciones libres demostraron que el deseo mayoritario se inclinaba por el centro político de la UCD.

Lo que el Rey logró con esta decisión fue esencial: alejar de España el fantasma guerracivilista. Este ha sido uno de los nortes de su reinado. Por eso, en los últimos tiempos las tensiones nacionalistas y el clima de crispación político han llegado a preocupar seriamente al Monarca.

El tercer momento de la Transición fue la aprobación de la Constitución. Las fuerzas democráticas protagonizaron ese famoso espíritu de consenso que tantas veces rememora el Rey y que tantas otras echa de menos. Don Juan Carlos ha asegurado muchas veces que la clave de la Transición fue la aprobación de la Carta Magna que consagraba la monarquía parlamentaria.

Pero ni las elecciones ni la Constitución fueron suficientes para conjurar la intentona golpista del 23-F. Con este episodio el Rey, al tomar las riendas, se ganó para siempre el respeto de los ciudadanos y la fidelidad de las Fuerzas Armadas. Aquella noche de 1981 dejó de ser el monarca impuesto por Franco para convertirse en el rey de todos los españoles.

Posteriormente, en las elecciones generales venció el PSOE y pudo demostrar que la Corona podía convivir en armonía con la izquierda.

Ahora, 30 años después, el Rey insiste en su defensa a ultranza de la Constitución, en su empeño por limar divisiones y en sus llamadas al consenso. Durante todo este tiempo, además, se ha preocupado por garantizar que su sucesor, el Príncipe de Asturias, mantendrá con firmeza estos principios.

 

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