domingo, 19 de abril de 2009

El Duque de Edimburgo, récord de consorte

Duque de Edimburgo Récord de consorte

Cuando el presidente estadounidense, Barack Obama, y su esposa Michelle estuvieron en el Palacio de Buckingham a comienzos de mes, en la jornada previa a la cumbre del G-20, el Duque de Edimburgo apareció junto a Isabel II en el momento de los saludos, como un matrimonio anfitrión que recibe a la pareja invitada. Pero cuando posaron para las fotos, el Príncipe Felipe tuvo que hacerse a un lado, de acuerdo con el protocolo. Barack y Michelle Obama flanqueaban a la Reina; y el Duque de Edimburgo quedaba al lado de la primera dama estadounidense.

Esa imagen, repetida en mil apariciones públicas, simboliza a la perfección los casi sesenta años del Príncipe Felipe junto al Trono de Isabel II: continuo apoyo a su mujer y renuncia a todo protagonismo. Quizás esto último le resulte fácil ahora, a la vejez, y en tiempos en los que un marido puede aceptar quedar a la sombra de su esposa, pero la continua lucha a lo largo de su vida contra los naturales deseos de destacar, en alguien además con cualidades personales que le habrían llevado a una brillante carrera, constituye el gran mérito que le reconoce ya la historiografía.

El Duque de Edimburgo, de 87 años (Isabel II cumple 83 el próximo martes) se convirtió ayer en el cónyuge real con más años de servicio de la historia británica, al superar los 57 años y 70 días de la Reina Carlota, esposa de Jorge III, fallecida en 1818, un año antes que el longevo rey loco. El reloj le comenzó a contar a Felipe de Grecia y Dinamarca -que renunciaría a esos títulos cuando se casó con la princesa Isabel el 20 de noviembre de 1947- el día en que inesperadamente falleció Jorge VI y su hija Isabel ascendió al trono. Ese 6 de febrero de 1952 la pareja estaba subida a la copa de unos árboles en Kenia (el Treetops Hotel) cuando llegó la noticia.

Todo este tiempo ha sido, según Isabel II, un triunfo personal y público del Duque de Edimburgo. «No es alguien que acepte cumplidos con facilidad. Sencillamente, ha sido mi sostén y fortaleza durante todos estos años, y yo y toda su familia, así como este y muchos otros países, le deben un reconocimiento mayor del que él nunca reclamaría o del que nosotros podamos imaginar», afirmó Su Majestad en 1997 durante la celebración de sus bodas de oro matrimoniales.

Una prudente discreción

A sus 87 años, con algunos achaques de salud que de momento no han ido a mayores y no le han impedido seguir su ritmo de asistir a unos trescientos compromisos oficiales al año, el Príncipe Felipe es también el cónyuge de mayor edad de cualquier monarca reinante en el mundo. Pero el nuevo récord de permanencia en el puesto de copiloto de la Monarquía británica es el que le otorga un especial relieve en la historia del Reino Unido. Tampoco le arrebatará el pedestal de gloria el Príncipe Alberto (1819-1861), marido de la Reina Victoria, que tiene una estatua en casi cada población inglesa. Y es que, a diferencia de Alberto, el Duque de Edimburgo siempre ha comprendido a la perfección su papel en la Familia Real. Si se hubiera entrometido en tantas cuestiones de Estado como el consorte de la Reina Victoria, no está claro qué habría pasado con la Corona en una era como la actual. Así lo han destacado estos días algunos medios británicos, como «The Daily Telegraph». «Si todo de lo que hay que quejarse acerca de sus casi sesenta años son unos chistes inapropiados, entonces es que el hombre ha triunfado», reflexionaba ese diario en relación a los comentarios chistosos de poca gracia y salidas de tono del marido de Isabel II.

La última de esas inconveniencias que ha alcanzado los titulares de prensa ocurrió precisamente durante la visita de Obama. Este le comentó que ese día había estado con el presidente ruso y con el líder chino, a lo que el Duque de Edimburgo respondió que no sabía cómo podía distinguirlos.

Los 57 años y 70 días de consorte han dado para muchas de estas anécdotas. Un libro ha llegado a recoger hasta 250. En una ocasión, por ejemplo, tras una matanza en una escuela rechazó que se prohibieran las armas de fuego con el argumento de que «si un jugador de criquet decide de pronto entrar en una escuela y matar a la gente con el bate, cosa que podría hacer muy fácilmente, ¿va a prohibirse por eso el bate de criquet?». Otra vez le preguntó a una mujer que iba en silla de ruedas si la gente tropezaba mucho con ella. En una visita a China, dijo a un grupo de estudiantes británicos: «Si seguís aquí mucho más tiempo acabaréis con los ojos rasgados», lo que en el Reino Unido es considerado un comentario racista. Y en otro momento, al encontrarse con varios británicos residentes en Berlín, les fue preguntando su lugar de origen. Dos dijeron que procedían de la misma población de Irlanda del Norte. Su respuesta fue: «Al fin veo a dos irlandeses en la misma habitación poniéndose de acuerdo en algo».

Con todo, se le atribuye gran sentido común a la hora de afrontar las desdichas familiares. Fue apoyo de Isabel II en las crisis matrimoniales de sus hijos, intentó mediar en los pleitos entre los Príncipes de Gales y puso calma en la crisis provocada por la muerte de Lady Diana.

Nació el 10 de junio de 1921 en la isla griega de Corfú, hijo del Príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca y de la Princesa Alicia de Battenberg. La abdicación al año siguiente del Rey Constantino I de Grecia, tío del muchacho, condujo a la familia al exilio. Su relación con la rama materna fue la que le llevó al Reino Unido, tras estancias en Francia y Alemania, país que abandonó con el ascenso del nazismo. Recluída su madre en un sanatorio y su padre instalado en Montecarlo, el mentor del joven en Londres fue su tío George Mountbatten, línea familiar que había renunciado a sus títulos y traducido al inglés el nombre alemán de Battenberg.

El Príncipe Felipe ingresó en la Royal Navy en 1939, participó en la Segunda Guerra Mundial y luego continuó con la carrera naval. En su tiempo de cadete conoció a la Princesa Isabel, quien a los 13 años hizo una visita a la escuela de la Armada. Sería el primer y único novio de la heredera del Trono.

El hecho de proceder de una familia que hoy se calificaría de desestructurada llevó a que algunos informes oficiales desaprobaran el enlace, al considerar que «era grosero, inculto y que probablemente no sería fiel» a su mujer, según luego comentaría el secretario privado de Jorge VI.

Al casarse dejó sus títulos previos y fue investido con los de Duque de Edimburgo, Conde de Merioneth y Barón de Greenwich.

Su primera gran decepción, que anticipaba la senda de sacrificio personal que suponía ser consorte de la Reina de Inglaterra -aunque tal condición también le ha aportado incontables compensaciones- fue cuando se le negó que la Casa Real llevara su apellido adoptado de Mountbatten. Por intervención de Churchill, y como reacción contra toda referencia alemana, fue bautizada como Casa de Windsor. «No soy más que una mísera ameba. Soy el único hombre de este país al que no se le permite dar su nombre a sus propios hijos», se quejó. Con el tiempo, y en reconocimiento a su figura, sus hijos usarían en situaciones privadas el apellido Mountbatten-Windsor.

Britain's longest serving Consort.


 

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