domingo, 20 de diciembre de 2009

¿Carlos III o Guillermo V?

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Lola Galán
El País

Las admiradoras neozelandesas del príncipe Guillermo de Gales llevan semanas pendientes de los pormenores de la que será la primera visita oficial del nieto de Isabel II a su país, el mes que viene. Las citas oficiales, inauguraciones y cenas de gala, se detallan ya en una página de Facebook (Prince William: First official visit to New Zealand), que seguirá todos sus desplazamientos. El príncipe Guillermo volará después a Australia, donde pasará dos días, esta vez en visita semioficial. Que Isabel II haya dado tanta responsabilidad a su nieto, de 27 años, demuestra hasta qué punto confía en él. Pero no deja de ser sorprendente. Después de todo, el hijo mayor de la difunta Diana de Gales es el segundo en la línea sucesoria al trono británico. El heredero oficial, uno de los más veteranos, por cierto, en el panorama de las monarquías europeas, sigue siendo su padre, Carlos Mountbatten-Windsor, investido como príncipe de Gales hace 40 años.

La decisión real ha reavivado inevitablemente la polémica sobre el futuro de la Casa de Windsor y de la monarquía británica. Polémica que se resume en una doble pregunta: ¿significa este viaje oficial del príncipe Guillermo que la monarquía británica apuesta por el hijo de la llorada Lady Di para asegurar su futuro? ¿Será Carlos III o Guillermo V el sucesor de Isabel II en el trono del Reino Unido y de otros 15 Estados independientes integrados en la Commonwealth?

El encargado de remover las aguas ha sido el rotativo The Mail on Sunday, versión dominical de The Daily Mail, el diario de las clases medias británicas, monárquico hasta los tuétanos, pero siempre un poco ácido con los Windsor. En una exclusiva publicada hace unos días, el periódico anunciaba la existencia de una operación secreta para convertir a Guillermo de Gales en el rey en la sombra, es decir, en el verdadero sucesor de su abuela. Para ello, el Tesoro británico habría destinado ya una partida económica (deducida de los impuestos que paga su padre, el príncipe Carlos, que percibe 17,6 millones de euros anuales del ducado de Cornualles).

¿Pura fantasía? Hasta los miembros de Republic, un grupo de presión republicano que se jacta de haber facilitado al Mail la exclusiva, consideran la información algo pasada de rosca. "Es una exageración, porque no sería tan sencillo saltarse al príncipe Carlos en la línea dinástica. Eso requeriría un debate ex profeso y un acuerdo del Parlamento. No es una simple decisión de los Windsor", dice Graham Smith, portavoz de Republic, en conversación telefónica.

Buckingham Palace, desde luego, ha desmentido la existencia de la supuesta Operación Rey en la Sombra. Aunque no es la primera vez que un desmentido pretende camuflar una realidad. Y la realidad es que Isabel II, pese a su excelente salud, que confirma la tradicional longevidad de las mujeres de la Casa de Windsor (su madre vivió 102 años), ha cumplido ya 83 años, y dentro de tres celebrará sus 60 años en el trono británico, el llamado Jubileo de Diamantes. Para entonces, su nieto Guillermo tendrá 30 años. Una edad perfecta para casarse con su novia, Kate Middleton, y quizá convertirse en rey de una de las monarquías más ricas, poderosas y arraigadas del planeta. Es cierto que la soberana sigue activa, como lo demuestran los más de 400 actos oficiales que presidió el año pasado. Pero también es cierto que en febrero, y contra su costumbre, canceló una visita a Oriente Próximo, por sobrecarga en su agenda.

Hasta ahora, Isabel II había echado mano de su hijo mayor para cumplir con un calendario de actos interminable, por más que las prerrogativas de una reina constitucional sean pocas. Ya decía el periodista y politólogo británico Walter Bagehot hace más de un siglo, que los poderes de la monarquía se limitaban "al derecho a ser consultado, el derecho a estimular, y el derecho a consolar".

El príncipe Carlos representó a su madre el año pasado en las ceremonias del 90º aniversario del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial, en Francia. Con su mujer, Camilla, duquesa de Cornualles, ha viajado a América del Sur, y a Canadá, más recientemente. ¿Qué puede haber de extraño en que la reina empiece a contar también con la ayuda del príncipe Guillermo? Absolutamente nada, en opinión de los monárquicos.

"Es normal que quieran darle responsabilidades a Guillermo de Gales. Es muy joven aún, casi desconocido internacionalmente, y es necesario que se vaya formando", opina Alistair McConnachie, secretario de la Monarchist League of Scotland, una asociación minoritaria, pero representativa del purismo monárquico escocés.

En su opinión, el viaje a Nueva Zelanda no significa nada en materia sucesoria. Por una razón fundamental: "La reina Isabel II no abdicará nunca", asegura. Aunque existen precedentes tanto en la Casa de Windsor como en otras familias reales. Eduardo VIII abdicó en 1936 para casarse con la divorciada norteamericana Wallis Simpson, y don Juan de Borbón renunció a sus derechos al trono de España en favor de su hijo don Juan Carlos. Pero en el caso de Isabel II no hay razones personales ni políticas que lo justifiquen.

Hay quien considera, sin embargo, que la segunda esposa del príncipe Carlos, su ex amante Camilla Shand, divorciada y católica, es un potencial obstáculo para su ascenso al trono. Hoy es una discreta dama de 62 años, abuela devota y poco dada a escándalos, pero su pasado la persigue. Hace dos años la cadena británica Channel 4 realizó un documental sobre Camilla en el que se contaba, por ejemplo, que perdió su virginidad en la fiesta de su puesta de largo, en 1965.

Según McConnachie, nada de esto importa a la opinión pública. Por más que se empeñen los periodistas en dañar la imagen de Carlos de Gales, "su hijo sólo le arrebataría el trono si la reina falleciera a una edad avanzada. En ese caso, el príncipe de Gales, que tiene ahora 61 años, sería también muy mayor para ser rey", opina.

Si, por el contrario, la vida de la reina se apaga antes, McConnachie tiene claro que el príncipe Carlos sería el nuevo monarca. Un rey sumamente popular además, según este fervoroso monárquico escocés. "Carlos de Gales ha demostrado ya tener una personalidad fuerte, opiniones claras sobre casi todo. Mientras que su hijo es un perfecto desconocido, sin experiencia, ni personalidad clara". Una página en blanco.

Puede ser, pero precisamente por eso, el príncipe Guillermo no tiene los adversarios que se ha creado su padre. El príncipe Carlos ha intervenido para anular contratos ya firmados con arquitectos famosos, en su defensa numantina de la estética tradicional, de la armonía británica, frente a cualquier modernidad. Ha introducido la agricultura ecológica en su residencia de Highgrove; defiende la medicina natural; es un acuarelista de no mala factura, y ha pasado de ser un personaje ninguneado a ser temido en algunos sectores. Especialmente por su afición a intervenir en política. Según denunciaba esta semana el diario The Guardian, el príncipe se dedica a enviar cartas con sugerencias apremiantes a los ministerios del Gobierno laborista que más le interesan.

¿Quién es en cambio su hijo mayor? El príncipe Guillermo tenía 15 años cuando murió su madre en un accidente de automóvil, el 31 de agosto de 1997. Era entonces un chico serio, alto y con facciones que recordaban mucho a las de Diana. Hoy, a sus 27 años, el parecido con la princesa ha quedado atenuado bajo el peso de los genes paternos, visibles hasta en la incipiente calva en la coronilla. Guillermo, y su hermano Enrique, dos años menor (acaba de heredar al cumplir los 25 años los ocho millones de euros que les dejó su madre a cada uno), estudiaron en Eton, durante un tiempo el internado de los aristócratas británicos, hoy día un colegio copado por los retoños de los multimillonarios de medio mundo. A la edad en la que su padre penaba en el severo internado escocés de Gordonstoun -golpeado con saña por sus compañeros, según confesión propia-, donde había estudiado su padre, el duque de Edimburgo, ellos se divertían practicando el waterpolo, o el rugby, en las magníficas instalaciones de Eton.

Como todos los adolescentes ingleses, Guillermo Windsor se tomó un año sabático antes de ir a la universidad, en 2001. Un tiempo que aprovechó para hacer un safari en África, visitar las islas Mauricio e incluso trabajar en una granja inglesa. En una de las escasas entrevistas que ha concedido, Guillermo contaba a la agencia oficial británica que esta experiencia, levantándose al alba para ordeñar a las vacas y limpiar los establos, por 4 euros la hora, había sido lo mejorcito del año sabático.

Mientras su hermano menor ha dado la nota un par de veces -los tabloides airearon con gran despliegue su disfraz de nazi en una fiesta, y los comentarios racistas hechos en un vídeo grabado por él mismo cuando era cadete en el ejército -, Guillermo es discreto y tímido, poco dado a excesos.

Su educación ha sido la habitual en un príncipe británico. Después de graduarse en la universidad escocesa de Saint Andrews (hizo Geografía), siguió un curso militar en la Academia de Sandhurst. No hace mucho, obtuvo los galones de piloto, y se prepara ahora para ingresar en la unidad de rescate de la RAF. Su hermano y él presiden un foro que aglutina a varias organizaciones caritativas y ambos viven con su padre y su madrastra en perfecta armonía familiar.

El punto débil de Guillermo de Gales puede estar en su novia, Kate Middleton, una atractiva inglesa de clase media, de larga melena castaña, compañera de universidad, y de su misma edad. Los padres de Kate, ex piloto comercial él, ex azafata ella, se han hecho millonarios gracias a un negocio de venta por correo de artículos para fiestas. Los tabloides británicos, tras casi una década de sequía en cuanto a exclusivas escandalosas de los royals, han encontrado un nuevo filón en torno a Kate y a los Middleton. Hace poco, The News of the World, buque insignia de la prensa escandalosa, publicó un reportaje demoledor sobre el tío materno de Kate, Gary Goldsmith. Dos de sus reporteros consiguieron intimar con este floreciente constructor, que les invitó a su mansión de Ibiza, donde hizo gala de su afición a la coca y al hachís, y se ofreció a pasarles la droga que quisieran.

Un incidente que vendría a demostrar la fragilidad pública de la familia real y sus allegados. Por si esto fuera poco, los fotógrafos británicos, provistos de cámaras con lentes potentísimas, se han convertido en la maldición de los Windsor. Gracias a la última tecnología han conseguido imágenes devastadoras, como la del príncipe Eduardo de Wessex, el menor de los hijos de Isabel II, golpeando a sus perros de caza. Unas fotografías publicadas en enero pasado que motivaron una investigación de la sociedad protectora de animales. Casi un año después, la reina ha reclamado respeto a la privacidad de su familia en un comunicado sin precedentes difundido este mes.

¿Significa esto que está próximo el compromiso matrimonial de su nieto y teme una ofensiva de los paparazzi? Los hijos de Diana han disfrutado de un periodo de cierto respeto por parte de los tabloides, impresionados por el duelo popular que desató la muerte de su madre. Pero ese tiempo está tocando a su fin. Las cámaras les apuntan de nuevo, y el viaje oficial del príncipe Guillermo a Nueva Zelanda, con todo lo que significa, puede ser el pistoletazo de salida para una nueva temporada de caza mediática, con el príncipe, presunto sucesor, como presa principal.

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