miércoles, 10 de febrero de 2010

El adiós

RAMÓN PÉREZ - MAURA
ABC

¿Qué lleva a cientos de personas a tomarse un día libre -quizá con cargo a sus vacaciones- y emprender una ruta de muchos kilómetros a lo largo de una o varias fronteras, para despedir en una Misa a la consorte del que durante siete décadas fue jefe de la Casa Imperial y Real Austrohúngara?

A las 10,30 de la mañana de ayer en el Iglesia de San Pío de Pöcking celebraba el obispo de Augsburgo, Walter Mixa, acompañado de otros veinte prelados llegados de los rincones del antiguo Imperio y Reino hoy repartido en las fronteras de doce estados europeos. Entre ellos, desde el obispo de Banja Luka, en Bosnia, hasta el exarca uniata venido de Ucrania.

Una guardia de voluntarios con uniformes de los ejércitos imperiales y reales rinde honores. Lo mismo ha ocurrido en la capilla ardiente instalada en la iglesia de San Ulrico, entre el sábado y el martes por la mañana, 24 horas al día. Nunca la guardia ha quedado sola velando el cadáver. El pasado martes, a la una de la madrugada, un grupo de unas veinte personas entraba en la bellísima iglesia iluminada solo con velas. Ante el altar mayor, el féretro cubierto con la bandera imperial: negro y amarillo verticales con los escudos de Austria y Hungría entrelazados. La bandera también cubrirá el ataúd durante la Misa de Réquiem. Rodeando el atrio, decenas de banderas de corporaciones, gremios y veteranos que quieren dar el último adiós a su Soberana de derecho. Pero la bandera imperial tiene esta vez un íntimo secreto. Sobre la cara que no se ve han cosido trozos de prendas de vestir de su marido, el Archiduque Otto, y de sus siete hijos. La abrigarán en su camino a la morada temporal. Hoy será sepultada entre los Sajonia-Meiningen en cuyo seno nació. El día de mañana descansará eternamente entre los Habsburgo a los que escogió pertenecer. Regina de Austria hizo que ayer volvieran a correr las lágrimas mientras se entonaba el Gott erhalte, al borde del Lago Starnberg.

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