viernes, 31 de mayo de 2013

La Reina inaugura la Feria del Libro de Madrid

La Reina inaugura la Feria del Libro de Madrid

Madrid (EFE).- La Reina ha inaugurado hoy la 72 edición de la Feria del Libro de Madrid, una de las citas culturales más importantes del año y en la que la industria editorial ve una oportunidad contra la crisis para paliar los descensos de ventas de los últimos años.

Acompañada del ministro de Educación, Cultura y Deporte , José Ignacio Wert, y el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, Doña Sofía ha hecho un recorrido completo por las 353 casetas que forman parte este año de la feria, durante el cual se han oído algunos gritos contra la política educativa del Gobierno que se han visto mezclados con aplausos a la Reina.

Este año la feria quiere hacer una especial defensa a favor del libro en papel y de las librerías, sin olvidar la importancia de las nuevas tecnologías en la lectura y por ello incluye por primera vez un pabellón sobre los libros digitales.

Durante el recorrido, los libreros han obsequiado a la Reina, que se ha parado en unas 50 casetas, con algunas de sus principales apuestas como La invención del amor, premio Alfaguara 2013 de José Ovejero, El tango de la guardia vieja de Arturo Pérez Reverte, La enzima prodigiosa de Hiromi Shinya o Inferno de Dan Brown, además de numerosos cuentos infantiles para sus nietos.

La visita de la Reina ha finalizado con la inauguración de la exposición La lectura en cartel, una visión retrospectiva de las imágenes utilizadas en la promoción del libro y la lectura desde los años 30 con autores como Mingote, López Vázquez, Cesc y el Roto.

lunes, 27 de mayo de 2013

Las declaraciones de la Renta de la Infanta demuestran que sus cuentas están limpias

ABC

Las declaraciones de la Renta de la Infanta Cristina entre 2002 y
2010, incorporadas ayer al sumario del caso Nóos por orden del juez
instructor José Castro, revelan que en esos años las ganancias de la
Infanta aumentaron en 100.000 euros, de los 220.000 del primero de los
ejercicios considerados hasta los 319.298 del último de ellos. Aunque
en términos porcentuales hay un aumento del 45 por ciento, lo cierto
es que en ese plazo de tiempo el IPC creció un 24 por ciento. Las
fuentes consultadas por ABC afirman que tras su análisis no se han
detectado en ellas irregularidades.

En los documentos se recogen sus ingresos tanto por su trabajo en La
Caixa —hasta 2005 fue directora de cooperación internacional y luego
paso a dirigir el área social—, como los gastos de representación que
le daba la Casa Real, todos ellos plenamente fiscalizados.

Dos pautas

Los documentos revelan dos pautas en las declaraciones de la Renta de
la Infanta. Hasta 2008, sus ingresos, mayoritariamente, se dividían
entre el sueldo, los que percibía por Actividades Económicas y
finalmente las rentas del capital. A partir de 2009, los dos primeros
conceptos se unen, lo que explica el importante aumento de las rentas
del trabajo de un ejercicio a otro.

En este sentido, los datos son claros: en 2008 la Duquesa de Palma
tenía un sueldo de 162.000 euros, que pasó a 311.169 al año siguiente.
Pero el primero de los años ingresó 129.000 euros por Actividades
Económicas, lo que sumado a su sueldo y a los rendimientos del capital
suman 285.000 euros. Hay que recordar que en 2009 se instaló con su
familia en Estados Unidos y trabajó para La Caixa desde allí.

Mientras el sueldo de la Infanta está diferido del resto de sus
ingresos, lo que ocurre durante siete años, aumenta en unos 15.000
euros. Así, en 2002 cobraba 147.000 euros y seis años después llega a
los 162.000, por cierto el mismo dinero que el ejercicio anterior. Por
el contrario, por Actividades Económicas pasaba de cobrar 69.200 euros
en 2002 a 129.107 en 2008, sin que sea éste el ejercicio donde esa
cantidad es mayor.

En cuanto a los rendimientos del capital, en todo el periodo se
mantiene estable, entre los 6.000 y los 9.000 euros que recibió en
2004.

A pagar

Como es lógico, estas importantes cantidades provocaban que Doña
Cristina pagase importantes cantidades a Hacienda. Ya en 2002 le salió
a ingresar 15.720 euros, aunque en 2010, además de lo que ya se la
retuvo, tuvo que ingresar más de 9.000 euros. Esa diferencia se debe a
las reducciones a los que ese último año se pudo acoger la Duquesa de
Palma.

El juez Castro, en su auto, responde a las partes que le acusaban de
haber dado un trato de favor a la Infanta por no haber incorporado ya
al sumario sus declaraciones de la Renta. Castro explica que si no lo
hizo fue porque debía pronunciarse antes la Sección Segunda de la
Audiencia sobre si debía imputar a la Infanta o seguir la
investigación. Por su parte, el sindicato Manos Limpias ha anunciado
que pedirá una prueba pericial tributaria independiente. Debe
considerar que la Agencia Tributaria es parcial.

sábado, 25 de mayo de 2013

Audiencia Abierta - 25/05/13

sábado, 18 de mayo de 2013

Audiencia abierta - 18/05/13

domingo, 12 de mayo de 2013

El retorno del Rey batallador

Pedro J. Ramírez

El Mundo

«Uneasy lies the head that wears a crown»

(William Shakespeare. The Second Part of Henry the Fourth, III, 1)

Si fue Fraga el que, como jefe de la oposición, dijo que «el Gobierno sólo acierta cuando rectifica», a juzgar por su reacción del pasado fin de semana, refutando el enfoque del programa de TVE sobre la vuelta al trabajo del Rey, cabría alegar que, últimamente, la Casa Real sólo rectifica cuando acierta.

Lo de menos de aquel programa era que don Juan Carlos «explorara» ya o no «las posibilidades de alcanzar acuerdos que ayuden a reducir el desempleo». Es cierto que eso podía ser asimilado a las pretensiones del PSOE, partido en el que al parecer milita Miguel Ángel Sacaluga, director de Audiencia abierta. Pero ni los términos podían ser menos comprometedores ni la causa más justificada: si la bajada del paro dependiera de unos hipotéticos acuerdos entre fuerzas parlamentarias, nadie discutiría que el Rey se apresurara a proponerlos.

Pero eso era el detalle, la escaramuza partidista. Lo esencial estribaba en que, desmintiendo los infundios, rumores y especulaciones de los últimos meses, el programa mostraba a un Jefe del Estado determinado no sólo a cumplir sus funciones institucionales con todas las consecuencias, sino a hacer de la necesidad virtud y convertir el problema de la pérdida de popularidad de la Monarquía en una oportunidad de demostrar que todavía es capaz de rendir importantes servicios a España.

Es evidente que Audiencia abierta no expresa la opinión oficial ni del Rey ni de su Casa, pero también lo es que un programa así no se elabora en la televisión pública sin un acceso privilegiado a la institución: ahí estaban de hecho las inusuales imágenes del despacho con Spottorno. ¿A cuenta de qué venía entonces el jarro de agua fría, el desmentido aguafiestas, cuando lo que se acababa de difundir era la disposición del Rey a «dar un fuerte impulso a la Corona» propiciando «pactos, acuerdos y consensos» desde la «transparencia» y el «sometimiento a la ley»? Nuestra corresponsal ante la Casa Real Ana Romero sostiene que los funcionarios de Zarzuela se asustaron ante el riesgo de que se crearan grandes expectativas que luego no pudieran ser satisfechas.

Pero precisamente lo que los españoles, empujados al raquitismo mental por la propia cortedad de miras de nuestros gobernantes, necesitamos ahora son eso: grandes expectativas, big hopes como en los cuentos morales de Dickens. O sea la percepción de que todavía hay ámbitos en los que puede suceder algo que invierta nuestra decadencia y nos rescate de un destino trágico. Y si hay alguien que, como bien explicó el exministro Jaime Lamo a Victoria Prego, puede «pilotar» con éxito ese «otro cambio» de rumbo, es el Rey.

Es cierto que don Juan Carlos tiene 75 años –uno más que Reagan cuando fue reelegido, tres menos que Tarradellas cuando volvió a Barcelona, doce menos que Adenauer cuando dejó de ser canciller– y que tantas visitas al quirófano dejan secuelas. Pero lo que ahora requerimos de él no es que nos vuelva a representar en los Juegos Olímpicos sino que impulse un proyecto regenerador, similar al de la Transición, que nos saque del hoyo. Y si entonces demostró poseer el instinto político, la habilidad para concertar voluntades y la capacidad de comunicación que requería una travesía tan delicada, esas virtudes no han dejado de perfeccionarse en el tamiz de la experiencia.

No estoy refiriéndome a un Juan Carlos imaginario, infalible e intachable al que se le tienda la alfombra roja de la autocensura o de la amnesia, sino al Juan Carlos de verdad, al hombre de carne y hueso, con sus defectos y errores bien a la vista de todos. Al Juan Carlos que a veces ha parecido olvidar la advertencia que él mismo dirigió a su hijo cuando le dijo que «la Corona hay que ganársela día a día». Al Juan Carlos que tendrá que pechar con ver a su yerno y tal vez a su hija en el banquillo. Al Juan Carlos refunfuñón que, de cuando en cuando, ha trocado su legendaria complicidad con la prensa por absurdas salidas de pata de banco. Al Juan Carlos imprudente que tuvo sin embargo la grandeza de pedir perdón como nunca antes lo había hecho un Rey. Al Juan Carlos despistado al que el CIS acaba de dar un bocinazo parecido al que el rey Berenguer I, a la vez criatura y trasunto de Ionesco, recibe de su médico:

–Majestad, hace decenas de años o, si se quiere hace tres días, vuestro imperio estaba floreciente. En tres días habéis perdido las guerras que habíais ganado. Las que habíais perdido, las habéis vuelto a perder. Después se han podrido las cosechas y el desierto ha invadido nuestro continente… Los cohetes que queréis enviar no suben, o mejor dicho, se desenganchan, vuelven a caer con un ruido mojado.

¿Qué hacer cuando, en efecto, el milagro español, y con él nuestra prosperidad, se han trocado en un santiamén en una negra pesadilla en la que el desgaste de la Corona es el mejor espejo del declive colectivo? Algunos cortesanos y familiares directos le piden que abdique, que se marche, que puesto que su fin está próximo ceda ya paso al porvenir; pero Berenguer, encarnación teatral del hombre corriente, les suelta cuatro frescas. Primera: «Me moriré cuando me de la real gana, soy el Rey, soy yo quien decide». Segunda: «Todo se ha deteriorado porque no puse en ello toda mi voluntad… Todo se rehará. Se renovará todo. Ya verán de lo que soy capaz de hacer». Tercera: «No me resignaré nunca». Cuarta: «Me gustaría repetir el curso».

Esa música es la que he creído escuchar cuando tras abrazarse a su médico al ver que recuperaba la movilidad, don Juan Carlos dijo delante de la Reina y de Caballero Bonald que volvía «para dar guerra»; cuando con sus dieciocho centímetros de cicatriz aun en carne viva decidió adelantar su primera salida de la Zarzuela para plantarse en el palco del Bernabéu la noche en que se rozó la remontada; cuando las personas que tienen trato directo con él explican por doquier que en estas últimas semanas se ha producido un cambio espectacular en su actitud, las depresiones han quedado atrás y se han desvanecido las dudas; y cuando un programa de TVE corrobora todo esto con un claro mensaje subyacente: el Rey batallador ha vuelto.

A sus aduladores de servicio, y tal vez a él mismo, es posible que les parezca injusto que, después de todo lo vivido y obtenido, don Juan Carlos tenga que ser de nuevo puesto a prueba y sometido a examen. Aun sin llevar tantos años en la brega, a todos nos fastidia tener que hacer ahora el pino puente para salvar del naufragio lo acumulado durante décadas de esfuerzo. Pero Esquilo, Sófocles y Ovidio coinciden con pequeñas variantes en el diagnóstico que Eurípides pone en labios de Andrómaca: «Nunca debería llamarse a nadie feliz antes del fin de sus días».

Es la otra cara de la moneda de los reinados largos. Justo cuando la lluvia cae mansamente en los sembrados y todo parece encaminado a desembocar en un legado venturoso, es cuando el cocodrilo de la Historia levanta primero un párpado, luego el otro, abre de repente sus fauces y, como ocurre al inicio de la ejemplar película de Philippe Sollers, L'Exercice de l'Etat, devora a la doncella en un pis-pás. Arcadi Espada lo explicó muy bien aquí.

El futuro de los jóvenes, las ilusiones de las familias, la viabilidad de las pymes, las virtudes cívicas, la unidad de la patria, la seguridad de las personas, los prestigios de la cátedra, del escaño, del altar, de la toga y, cómo no, del Trono desaparecen engullidos en la eterna vuelta a la oscuridad. Montaigne lo achaca a «la inseguridad y volubilidad de las cosas humanas que con ligero movimiento pasan de un estado a otro muy distinto» porque «así como parece que a las tormentas y tempestades les ofenda el orgullo y la altivez de nuestros edificios, así parece que haya también allá arriba espíritus envidiosos de lo de aquí abajo».

Cualquiera diría, en efecto, que a la España que inició el siglo con tantas ínfulas y bríos la hubiera mirado un tuerto celestial. Si combinamos el 27% de paro, la quiebra del sistema asistencial y la asfixia impositiva con el nihilismo ciudadano frente a cualquier autoridad, la nueva rebelión de los catalanes y el repliegue aldeano por doquier, tenemos los ingredientes de un infierno en la tierra a pocos años vista. Pero de igual manera que el partido no había terminado cuando todo parecía ir de color de rosa, reclamábamos un sitio en el G-7 y hasta poníamos los pies sobre la mesa de los amos del universo, tampoco estamos ahora inexorablemente condenados a las tinieblas.

Si nuestros problemas pudieran arreglarse en el taller de recauchutados del Gobierno de Rajoy, si todo fuera cuestión de un poco de aceite, chapa y pintura y, hala, a volver a tirar millas, no sería tan importante lo que pudiera ocurrir con la Monarquía. Pero lo que nos arrastra hacia el abismo no es el siempre peligroso desajuste de los tornillos del déficit sino los fallos de diseño del motor del modelo de Estado, tanto en lo que se refiere a las relaciones del poder con los ciudadanos, como al choque de unas administraciones con otras, como al precio final de la broma. Rajoy puede pasar a los anales como el mayor autista político contemporáneo, dejando que sea otro el que más tarde y en peores condiciones afronte esos desafíos, o despertarse una mañana dispuesto a recuperar el tiempo perdido. En uno y otro escenario España necesitará no un árbitro pero sí un moderador, no un ingeniero pero sí un animador, y ese papel sólo puede desempeñarlo el Rey.

Hubo muchas bromas cuando alguien que le conoce bien dijo en un periódico extranjero que el Rey era un «tesoro» para nuestro país. Quitémosle un poco de fulgor, que no están los tiempos para destellos, pero seamos conscientes de que la figura de don Juan Carlos continua siendo, por su capacidad de interlocución dentro y fuera de España, el mayor activo de nuestra democracia. De él podrán decirse muchas cosas, y nadie se va a morder ya en este país la lengua, pero no hay un solo español de peso que no siga dispuesto a escuchar y ponderar los consejos del Rey que trajo y defendió las libertades.

A cada uno le gustaría que el tramo final de su reinado diera unos frutos u otros. Yo creo que es la hora de la reforma constitucional y nadie mejor que él podría ayudar a encauzarla. Pero el mero hecho de verlo de nuevo con la armadura puesta como su antecesor Alfonso I –«clamábanlo batallador porque en Espanya no ovo tan buen cavallero que veynte nueve batallas vençió»– ya me parece una gran noticia en medio de tanta desolación.

Sí, es cierto que «la cabeza que lleva la Corona reposa siempre con gran inquietud» y nadie puede entender cuán ardua es la soledad de un Rey. Pero él morirá al final de la función de forma idéntica a como lo haremos todos y cada uno de nosotros. Por eso hace muy bien Berenguer I –me lo imagino apartando con sus muletas a las aves de mal agüero– poniendo las cosas en su sitio:

–Me moriré cuando tenga tiempo. Entre tanto ocupémonos de los asuntos del reino.

Isabel II abre la puerta a Carlos



Walter Oppenheimer
El País

Han bastado dos gestos aparentemente triviales pero de enorme significación para que los británicos empiecen a darse cuenta de que el reinado de Isabel II puede estar acercándose a su final. No porque vaya a abdicar, algo que nadie cree que pueda ocurrir salvo por razones de causa mayor, sino porque la reina ha cumplido 87 años y, aunque de recia salud y un historial de gran longevidad entre las mujeres de la familia, a esa edad todo es posible en cualquier momento.

Primero, los portavoces del palacio de Buckingham anunciaron el martes que el monarca no asistirá en noviembre a la cumbre bianual de la Commonwealth que se celebrará del 15 al 17 de noviembre en Colombo, la capital de Sri Lanka. En su representación estará su hijo Carlos, heredero de la corona. El miércoles, la soberana se hizo acompañar del príncipe de Gales y su esposa en el tradicional discurso de la reina en el parlamento de Westminster con el que cada año se inaugura el curso parlamentario.

Son solo dos gestos, pero de gran calado. Tanto el hecho de que la reina recorte su programa de actividades en el extranjero como el relevante papel que está adoptando el heredero. ¿Significa eso que Isabel II se está preparando para abdicar, como acaba de hacer la reina Beatriz de Holanda? ¡¡No!!, proclaman a coro los expertos en la realeza británica. La reina de Inglaterra no abdicará nunca, aseguran.

Lo que está haciendo el monarca británico es reconocer que no es inmortal, que los años no pasan en balde y que en el futuro no podrá soportar la enorme carga que sigue llevando a pesar de su edad, asistiendo a más de 400 actos al año.

Abdicar es una palabra que no existe en el diccionario de Isabel II, a pesar de que el año pasado festejó los 60 años en el trono. Eso se debe, sobre todo, a dos razones. Una, de carácter histórico: la abdicación sigue ligada a uno de los peores momentos de la historia reciente de la monarquía británica, cuando su tío Eduardo VIII renunció al trono en diciembre de 1936 tras un efímero reinado de menos de 11 meses para casarse con la mujer de la que estaba enamorado, la millonaria y divorciada Wallis Simpson. Eso le trae a Isabel no solo imágenes de inestabilidad en la institución, sino el recuerdo de la tragedia personal de su padre, el rey Jorge VI, un hombre que no esperaba alcanzar el trono y que se vio obligado a reinar contra su voluntad personal. Por eso Isabel es ahora reina.

La otra razón, quizás aún más importante para ella, es que su reconocida profesionalidad está reñida con la idea misma de renunciar al trono, algo solo concebible en el caso de que su salud le impidiera ocuparlo con la dignidad necesaria.

Los expertos recuerdan ahora que en 1947, cuando cumplió 21 años y aún no había accedido al trono, la entonces princesa declaró en un mensaje a la Commonwealth: "Declaro ante todos vosotros que toda mi vida, lo mismo si es larga que si es corta, estará consagrada a vuestro servicio y al servicio de la gran familia imperial a la que todos pertenecemos". Un compromiso que ella considera reiterado por la ceremonia de coronación, en la que el arzobispo de Canterbury le inserta el Anillo de Inglaterra que simboliza que el monarca está casado con el país.

El hecho de que el príncipe de Gales asuma la representación de su madre en los viajes al extranjero que ella ya no puede realizar es absolutamente normal. Pero que Isabel II se hiciera acompañar de él en el parlamento y que Carlos estuviera acompañado de su esposa, la duquesa de Cornualles, es un claro mensaje de que la reina está diciendo a los británicos que se preparen para verle reinar. La presencia de Camila junto a Isabel II, el duque de Edimburgo y el príncipe Carlos en el pomposo discurso de la reina en la Cámara de los Lores hubiera sido impensable hace 10 años. Hoy es el símbolo de que, sea cual sea su estatuto institucional como segunda esposa del heredero, Camila será la reina consorte cuando Carlos acceda al trono a la muerte de su madre.

sábado, 11 de mayo de 2013

Audiencia abierta - 11/05/13

miércoles, 8 de mayo de 2013

Isabel II delega en el Príncipe Carlos

El príncipe Carlos y la reina Isabel II, en la apertura del Parlamento. | Reuters

ABC

Isabel II ha compartido este miércoles carroza con su hijo mayor, el Príncipe Carlos, que acude al tradicional discurso de la Reina ante el parlamento por primera vez en 17 años, acompañado de su esposa, la duquesa de Cornualles. El heredero al trono de los Windsor, de 64 años, dejó de participar en este acto solemne de anuncio del programa legislativo del Gobierno a raíz de su divorcio con Lady Di, y no asistía desde 1996. Su presencia junto a su madre inaugura lo que muchos en Reino Unido analizan como una nueva etapa en la monarquía británica, en la que la Reina –que tiene ya 87 años– delegará cada vez más tareas y funciones en el Príncipe de Gales.

La Casa Real anunció el martes que Carlos representará por primera vez a la Reina Isabel II en la cumbre bianual de jefes de Estado y de Gobierno de la Commonwealth, una de las reuniones más cultivadas personal y diplomáticamente por la Reina. Fuentes de Palacio han indicado que «están revisando la cantidad de viajes de larga distancia realizados por la Reina», un reconocimiento velado –sin precedentes– de que su avanzada edad requerirá cada vez más alterar el guión de la jefatura del Estado.

Los conductores de la Reina han recibido instrucciones, por ejemplo, de acercar el vehículo lo más posible a donde se encuentre para que camine lo menos posible, mientras que los carpinteros han reducido la altura de los pedestales desde los que concede honores y medallas, para obligarle a agacharse lo menos posible. Su hospitalización de 24 horas a primeros de marzo por «síndromes de gastroenteritis» levantó las alarmas, al tratarse del primer ingreso en un centro médico en una década de una octogenaria que, por lo demás, goza de una salud excelente para su edad.

Papel de Carlos en la Commonwealth

Según aseguraba ayer una fuente del Palacio Real, la Reina se encuentra «en plena forma» y habría estado montando a caballo en el Palacio de Windsor la semana pasada. Pero su renuncia a participar en una cumbre de la Commonwealth, que tendrá lugar en Sri Lanka en noviembre, tras 40 años de asistencia ininterrumpida ha incrementado el debate sobre un posible estatus reforzado para el Príncipe Carlos, que presidirá esta reunión por primera vez en su vida. La Commonwealth es quizás el mayor legado político de seis décadas de reinado de Isabel II, una organización a la que la soberana suele referirse como «la red mundial original», en referencia a la World Wide Web (www).

La cumbre de Sri Lanka viene precedida de un contencioso diplomático sobre las vulneraciones de los derechos humanos de las que se acusa al gobierno de Colombo, y Canadá ha anunciado que boicoteará la cumbre si no mejora la situación. Fuentes británicas niegan que al Reino Unido vaya a adoptar una estrategia similar, y recuerdan que la Reina no enviaría en ese caso al Príncipe de Gales. Isabel II ya se ausentó en los 70 como signo de protesta contra el apartheid sudafricano. El mensaje podría ser otro.

La Reina de Inglaterra es la jefa del Estado de 16 de los 54 países que componen la Commonwealth, incluido el Reino Unido, Canadá y Australia. Su cargo de «Head of the Commonwealth», o máxima dirigente de este club de ex colonias británicas que representa a un tercio de la Humanidad, no es hereditario, a diferencia del trono. Y algunos países han expresado ya sotto voce sus pocas ganas de que el Príncipe de Gales asuma este cargo –que algunos confunden con una inexistente jefatura del Estado común a los 54 países miembros–. Enviando a su hijo, la «madre» de esta comunidad de naciones anglófilas estaría señalando su deseo de que Carlos le sustituya en el futuro también en ese puesto.

Ruido de regencia; abdicación impensable

Esta delegación creciente de funciones en el «número dos» al trono ha acrecentado el debate sobre la necesidad de un estatus reforzado para el Príncipe Carlos, quien ya ejerció de portavoz familiar durante el concierto el verano pasado en Buckingham Palace con motivo del 91 cumpleaños de su padre. «¿Podría convertirse en regente?», se pregunta «The Daily Mail», quien cita fuentes que reconocen la existencia de «conversaciones sobre las conversaciones» sobre un tema que «The Times» ve como «una posibilidad teórica».

El deseo de facilitar la vida al duque de Edimburgo es un factor clave

Los analistas citados estos días por la prensa británica coinciden en destacar que una hipotética abdicación de Isabel II en su hijo mayor es impensable en Gran Bretaña, dado el traumático recuerdo de la renuncia al trono de su tío Eduardo VIII hace 77 años. La joven Reina prometió al acceder al trono en 1952 que serviría a la nación «toda su vida», y renovó este compromiso en febrero del año pasado, al cumplir 60 años en el trono, con lo que no se contempla que siga la estela de la reina Beatriz de Holanda o del Papa Benedicto XVI.

Pero la monarquía británica no ha dudado en renovar su funcionamiento cuando ha sido necesario. Así, la propia Isabel II ha establecido una línea divisoria en la Familia Real en la que ella y su esposo, el Príncipe de Gales y su esposa y los duques de Cambridge y el Príncipe Enrique forman la primera división de «royals» británicos. Su deseo de facilitar la vida a su marido, el duque de Edimburgo, sería un factor clave ahora en su decisión de ir delegando tareas en su hijo.

El Príncipe Carlos ya preside algunas reuniones del Privy Council, el consejo asesor de la Reina, recibe a gobiernos extranjeros y, junto a su esposa, cargó con el grueso de los viajes al extranjero incluidos en las celebraciones del Jubileo de Diamantes el año pasado. Pero, a pesar de su interés –a menudo polémico– en distintos asuntos públicos, el heredero no recibe los documentos de Estado, ni firma leyes del Gobierno ni recibe a embajadores. Ahora su papel podría ser reforzado para ejercer de «co-soberano» de facto, a medida que sus padres se hacen mayores.

La regencia es una figura constitucional regulada por leyes de 1937 y 1953 que recogen su necesidad en dos supuestos: si el soberano es menor de 18 años o si se le declara «incapacitado por razón de enfermendad del cuerpo o de la cabeza para desempeñar las funciones reales». Esta declaración de incapacidad deben firmarla tres o más de las siguientes personas: el consorte del soberano o soberana y quienes ostentan algunas de las más altas instituciones del Reino Unido, el presidente del Parlamento, el Lord Chancellor o el juez de mayor rango (Lord Chief Justice de Inglaterra y Gales). La última vez que Gran Bretaña tuvo un regente fue entre 1811 y 1820, cuando Jorge III ascendió al trono a la muerte de su padre, Jorge IV, incapacitado esos años por enfermedad mental.

Solemne apertura del Parlamento británico



RTVE

El tradicional discurso anual de la reina Isabel II ante la Cámara de los Lores ha estado cargado de novedades. Por primera vez se ha referido a dos de los asuntos más espinosos de la política exterior británico, el conflicto de las Islas Malvinas y el contencioso de Gibraltar, y, además, en un gesto insólito se ha hecho acompañar de su hijo, el príncipe Carlos, en un gesto que se puede interpretar como un traspaso paulatino de poderes.

Como cada año, la reina, de 87 años ha acudido al Parlamento en carroza, junto a su esposo el duque de Edimburgo, para leer ante lores y diputados el discurso que preparó el Ejecutivo de coalición entre conservadores y liberaldemócratas, que en esta ocasión contiene trece proyectos de ley y dos borradores. Este año, las prioridades se centran en la crisis económica y el control de la inmigración.

De blanco y con corona imperial, Isabel II ha cumplido con el protocolo al pedir a un emisario desde el trono de los Lores que llamara a los comunes -diputados- para que escucharan su discurso.

Tras recorrer el largo pasillo que separa las dos cámaras, el emisario llamó con tres golpes a la puerta de los Comunes para comunicar a los diputados el llamado de Isabel II.

Una vez todos en la cámara alta, la reina leyó en apenas siete minutos los principales objetivos del Gobierno, que incluyen impulsar el crecimiento económico y crear una "sociedad justa".

Asistencia inédita del príncipe Carlos

En un acto sin precedentes, el príncipe Carlos, heredero al trono británico, ha estado presente en el Parlamento con su mujer, la duquesa de Cornualles, en lo que ha sido la primera vez que asisten juntos a este importante evento institucional.

El protagonismo del príncipe Carlos está siendo creciente en la última época. Su gran paso como heredero será este año en la reunión de la Mancomunidad Británica de Naciones (Commonwealth, donde por primera vez no estará la reina y será él quién asuma una función de Estado.

Cuando faltan dos años para las elecciones generales de 2015, el programa del Gobierno de David Cameron marcado por la ausencia de importantes proyectos de ley, pone énfasis en la inmigración, en un intento por contrarrestar el avance del antieuropeo y antinmigración Partido Independencia del Reino Unido (UKIP) en los recientes comicios locales en Inglaterra. El pasado año las prioridades se centraron en la reforma de los lores y de los bancos.

Entre la batería de medidas contenidas en este proyecto figura facilitar la deportación de delincuentes extranjeros y obligar a los caseros a verificar la situación de inmigración de sus inquilinos, mientras se reforzarán las multas a las empresas que contraten ilegales y se limitará el acceso de los extranjeros que vengan al Reino Unido para recibir asistencia de la sanidad pública. El proyecto incluye también impedir que los inmigrantes ilegales obtengan el permiso de conducir, utilizado como forma de identidad junto con el pasaporte en el Reino Unido, al no haber carné de identidad.

Otro pieza legislativa es la reforma de las pensiones, que permitirá a los jubilados cobrar una pensión única semanal de 144 libras (167 euros), en lugar de las actuales 107 libras (124 euros), que se redondea con otros pagos por diversos conceptos.

Las Malvinas y Gibraltar, en el programa del Gobierno

Entre otras, el Gobierno se ha comprometido a trabajar a favor de la permanencia de Escocia en el Reino Unido y a defender la voluntad de los territorios de ultramar a decidir su futuro, según el discurso, en el que se mencionó a las islas Malvinas y Gibraltar.

"Mi gobierno garantizará la seguridad, el buen gobierno y el desarrollo de los territorios de ultramar, incluyendo el derecho de los ciudadanos de las islas Malvinas y de Gibraltar a determinar su futuro político".

Esta referencia está vinculada al referéndum celebrado el pasado marzo en las Malvinas, en el que casi el 100% de la población votó a favor de conservar la soberanía británica, frente a las reclamaciones territoriales de Argentina.

El Gobierno británico también quiere combatir la evasión fiscal, apoyar a los países de Oriente Medio y norte de África y respaldar proyectos de infraestructura para crear empleo, como la construcción de la línea ferroviaria de alta velocidad entre Birmingham y Leeds (centro y norte de Inglaterra).

A pesar del avance del UKIP, en las prioridades del Gobierno no hay ninguna referencia a la convocatoria de un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea (UE), que Cameron planea para 2017, siempre que gane los comicios de 2015.

Tampoco se ha incluido el plan desvelado hace meses por el Gobierno para que la Policía pueda acceder a las listas de las direcciones de internet más visitadas por la gente, como medio de controlar las actividades terroristas.




martes, 7 de mayo de 2013

La Audiencia de Palma suspende la imputación de la Infanta Cristina

ABC

La Sección Segunda de la Audiencia de Palma ha suspendido la
imputación de la Infanta Cristina, atendiendo en parte al recurso
presentado por el fiscal Anticorrupción, Pedro Horrach, contra la
decisión del juez instructor, José Castro. La Sala pide a éste que
concrete más el supuesto delito fiscal del que sería autora Doña
Cristina y además le exige que pida a Diego Torres que le entregue
todos los correos de que disponga.

Se trata de la primera vez que la Audiencia de Palma corrige una
decisión del juez Castro, aunque también es cierto que ha sido la
primera vez que el magistrado ha actuado en contra del criterio de la
Fiscalía, que ha diseñado y dirigido la investigación desde el primer
momento.

Es significativa la rapidez con la que se han pronunciado los
magistrados, cuya decisión estaba prevista para el próximo día 20, lo
que apunta a que desde el primer momento tenían clara su decisión. De
hecho, en los últimos días ya corrían rumores de que el auto estaría
redactado mucho antes de lo previsto.

El auto, de 44 páginas, incluye un voto particular del magistrado Juan
Jiménez, que se pronuncia a favor de la declaración como imputada de
la Infanta, por considerar que los indicios resultantes de la
investigación pudieran constituir un supuesto de cooperación necesaria
o complicidad.

Hay que recordar que la imputación de Doña Cristina por parte del juez
provocó la decisión fulminante del fiscal Anticorrupción, Pedro
Horrach, de recurrirla ante la Sala. Fuentes del Ministerio Público
consultadas por ABC ya sabían que era muy difícil que prosperase,
porque en definitiva supondría la prohibición a un instructor de hacer
una diligencia de investigación. Sin embargo, se decidió seguir
adelante para dejar claro que en esta ocasión el juez Castro había
actuado por su cuenta.

No participó en el «plan criminal»

«No existen indicios de que la Infanta conociera, se concertase, ni
participase activa u omisivamente en el presunto plan criminal urdido
por su marido y por su socio», señala el auto dictado por el tribunal.

La Audiencia de Palma, sin embargo, ha dejado la puerta abierta para
que el instructor del caso, el juez José Castro, pueda finalmente
imputar a la infanta por delitos contra la hacienda pública y de
blanqueo de capitales si la Agencia Tributaria confirma la
defraudación cometida a través de Aizóon. «La imputación queda de
momento en suspenso, lo cual no quita que pueda verificarse
posteriormente», indica la resolución.

domingo, 5 de mayo de 2013

El undécimo mandamiento

Juan-José López Burniol
La Vanguardia

El día que tomé posesión de mi notaría de Barcelona –allá por 1977– le
oí decir a mi decano –Josep-Maria Puig Salellas–, refiriéndose al
notariado, que "la continuidad de todas las instituciones sociales
sólo se justifica por dos razones: que sigan siendo útiles para el
desempeño de la función para la que fueron concebidas, y que sean más
baratas que su alternativa". Me quedó grabado. Corrían entonces los
primeros tiempos de la transición, cuando comenzaban a debatirse las
líneas maestras de una nueva Constitución, y pronto pensé que el
mensaje que encierra la frase de Puig era aplicable a toda institución
y –¿por qué no?– también a la monarquía. La razón es sencilla. Tenía
claro que había pocos monárquicos en España, dejando al margen algunos
núcleos tan reducidos como activos. Las razones eran variadas: algunas
con raíces históricas (la consideración de la monarquía como la clave
de arco del sistema oligárquico y caciquil de la restauración, y la
aceptación por Alfonso XIII de la dictadura de Primo de Rivera: "Este
es mi Mussolini"); otras fomentadas durante el régimen franquista
(que, pese a estar constituido en Reino, procuró el desprestigio del
entonces titular de los derechos dinásticos, don Juan de Borbón).

Pero, pese a ello, el constituyente optó por la monarquía, en la
persona de don Juan Carlos de Borbón, quien había sido designado como
sucesor a título de rey por el general Franco. ¿Cuál fue la razón por
la que se aceptó sin mayor debate esta instauración o restauración?
Fueron varias: no complicar aún más una transición, ya de por sí
difícil, con un debate inevitablemente enconado sobre la forma de
gobierno; no enfrentarse al ejército, del que el Rey era su jefe
supremo, y aprovechar la fuerza cohesionadora de la monarquía, muy
necesaria en un Estado con un problema de estructura territorial
crónico, siempre expuesto a la pulsión secesionista.

La opción monárquica tenía sus riesgos, pero salió bien. La monarquía
fue útil. Y ello fue mérito, en buena parte, del Rey. Este tuvo claro,
desde el principio, que confluyen en la monarquía tres intereses
distintos pero que deben ser coincidentes: el interés general del
país, el interés de la dinastía –la empresa familiar– y el interés del
Rey –su trabajo–. Ello es tan cierto que lo que es bueno para el país
ha de ser bueno para la dinastía y para el Rey, y lo que es malo para
el país también ha de serlo para ambos. Partiendo de esta convicción,
el Rey fue consciente de que establecer un Estado democrático y social
de derecho era bueno para el país, era bueno para la dinastía –para
preservar la empresa familiar– y era bueno para él –para conservar su
trabajo–. Y a ello dedicó su esfuerzo durante años, poniendo en juego
toda su capacidad de maniobra, que no es poca. Acertó y el éxito le
sonrió. El 23-F culminó la operación, y muchos juancarlistas ocuparon
las plazas que los monárquicos de tradición habían dejado vacantes. Y
España le reconoció la ejemplaridad de su conducta política, dotando a
la institución monárquica de una legitimidad social difusa que, más
allá del respaldo formal de la ley, ha constituido la justificación
más honda de una institución que es, por su especial naturaleza, ajena
a una concepción racional del poder.

La monarquía sigue siendo hoy útil, entre otras razones porque quizá
sea uno de los últimos factores de cohesión del Estado. Y, por otra
parte, basta pensar –para conservarla– en el espectáculo penoso en que
degeneraría la elección del jefe del Estado (presidente de la
República), si esta se dejase al albur de la decisión de unos partidos
políticos desprestigiados. Admitido esto, ¿perdura hoy la ejemplaridad
reconocida a la institución monárquica hasta no hace tanto tiempo?
¿Han coincidido siempre, en los últimos años, los intereses del país,
los del Rey y los de los miembros la familia real? Y, si no es así,
¿se han antepuesto más de una vez los intereses particulares de Rey y
de los miembros de la familia real a los generales de España, con
franca erosión de la imprescindible ejemplaridad institucional?

No voy a ensayar una respuesta a estas preguntas por respeto a la
monarquía, por respeto al Estado –al Reino– al que encarna y
representa, y por respeto a nosotros mismos, que nos dimos un día esta
forma de gobierno que hemos seguido acatando. Pero sí quiero dejar
constancia de que, en los días que corren, tanto el Rey como los demás
miembros de la familia real deberían ponderar si han puesto en
entredicho últimamente la ejemplaridad de la institución a la que se
deben. Y, en caso afirmativo, deberían valorar las decisiones a
adoptar para rectificar –con espíritu de sacrificio, si necesario
fuere– esta deriva negativa. En el bien entendido de que tal
rectificación exigiría anteponer el interés general del país a sus
intereses personales y particulares. Lo que sólo será posible si todos
ellos observan con rigor el undécimo mandamiento de la ley de Dios,
que es no estorbar.

sábado, 4 de mayo de 2013

Audiencia Abierta - 04/05/13

El Rey quiere propiciar un 'gran pacto' entre las instituciones contra el paro

El Rey, despachando con Rafael Spottorno, el jefe de su Casa. | TVE

El Mundo

Con unas imágenes exclusivas despachando en Zarzuela, el Rey ha anunciado su deseo de propiciar "pactos, acuerdos y consensos" entre las instituciones para afrontar el dramático panorama económico de España.

No lo ha hecho directamente, pero ha utilizado TVE a través de su programa semanal 'Audiencia Abierta' para proclamar que a partir de ahora se va a dedicar en cuerpo y alma al "relanzamiento de la Corona" basado en cuatro puntos: la transparencia, el sometimiento a la ley y al Estado de Derecho, la estabilidad (dar por cerrado el debate de la abdicación) y la continuidad basada en la figura del Príncipe de Asturias.

Según el relato de TVE, Don Juan Carlos desea recuperar el protagonismo que tuvo durante la Transición en un momento especialmente difícil para nuestro país.

A pesar de no haber estado ausente públicamente hasta el pasado 22 de abril, el monarca despacha semanalmente con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y mantiene "contactos habituales" con el líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba.

A ambos les está explicando su deseo de volver a ser "un moderador por encima de la batalla política" que propicie los grandes acuerdos exigidos por el pueblo español para hacer frente a una situación límite: 6,2 millones de parados, el 27% de la población activa, y sin luz hasta el final del túnel al menos hasta 2016, según las últimas previsiones del Gobierno.

La insólita exclusiva de TVE se produce al día siguiente de que la encuesta oficial del CIS (Centro de Investigaciones Sociales) diera la peor nota a la Monarquía desde su reinstauración en 1975: un 3,68 en una escala de 10. Un suspenso histórico que la sitúa, sin embargo, por delante de los partidos políticos, que están en el vagón de cola con un raquítica 1,86.

Las imágenes del Rey despachando con Rafael Spottorno, el jefe de su Casa, no se habían ofrecido desde hace diez años, según TVE. A Don Juan Carlos se le ve leyendo unos papeles y hablando con Spottorno, mientras que el locutor del programa destaca la "determinación, la decisión y la firmeza" que está demostrando el monarca para salir adelante.

Zarzuela matiza el reportaje

Según fuentes oficiales de Zarzuela, "hablar de un pacto aún es prematuro, el acuerdo no está en marcha, aunque podría ocurrir". De momento, señalan estas fuentes, la corriente política no va en ese sentido, pues el Gobierno ha anunciado contactos sólo con las fuerzas sociales después del anuncio, la semana pasada, de los 6,2 millones de parados y las sombrías expectativas económicas hasta el año 2016.

Oficialmente, en Zarzuela se hace hincapié en que en estos 38 años de reinado, Don Juan Carlos ha perseguido siempre el mismo objetivo: la unidad de las fuerzas políticas.