martes, 3 de junio de 2014

La abdicación del Rey vista desde Londres

Isabel II no abdica

Borja Bergareche
ABC

El primer ministro británico, David Cameron, describió ayer a Juan Carlos de Borbón como «un gran amigo de Gran Bretaña», y destacó la gran aportación realizada durante su reinado «para ayudar a una exitosa transición a la democracia». Por su parte, el exprimer ministro laborista, Tony Blair, compartió con ABC, después de realizar un importante discurso ayer en Londres sobre Europa, que el Rey «me gustaba mucho». «Era muy popular entre los líderes extranjeros, por su gran simpatía», recuerda.

No hubo reacciones, sin embargo, desde la Casa Real británica, que ha visto cómo en un año han abdicado tres soberanos europeos. Ya cuando la Reina Juliana de Holanda abdicó en 1980 en su hija Beatriz trascendió el desagrado que tal decisión provocaba en la Reina de Inglaterra. En julio del año pasado, Alberto II de Bélgica cedió el trono a su hijo el Rey Felipe, mientras que en abril fue la Reina Beatriz la que, siguiendo la tradición holandesa, abdicó en su hijo Guillermo tras 33 años en el trono.

Semejante intervención en el discurrir dinástico de las monarquías trae ingratos recuerdos en los Windsor, y los analistas recordaban ayer que es muy poco probable que Isabel II, que ha cumplido en abril 88 años, siga esos mismos pasos. «Una abdicación llevó a su padre al trono, así que abdicar es una palabra bastante impopular en la Casa Real», explicaba ayer el historiador Hugo Vickers. En 1936, su tío Eduardo VIII se convirtió en el primer rey británico en abdicar de forma voluntaria para poder casarse con Wallis Simpson, una mujer estadounidense divorciada de la que estaba enamorado.

Una sucesión con roces entre madre e hijo

Así, cuando tenía diez años, la princesa Isabel se convirtió de forma inesperada en heredera al trono. Ahora, casi ocho décadas después, Isabel II va camino de convertirse en septiembre de 2015 en el soberano británico que más tiempo ha permanecido en el trono. Superará entonces a su tatarabuela, la Reina Victoria, que reinó durante 63 años y 217 días. Ya cuando cumplió los 21 años, la entonces joven princesa declaró que dedicaría al servicio de los británicos «toda mi vida, ya sea larga o corta».

Y hace dos años, durante su discurso solemne ante el parlamento por el jubileo de diamantes de su reinado, la soberana aprovechó para «rededicarse» al servicio del país para el resto de su vida. A sus 88 años, Isabel II ha comenzado a delegar viajes y actos de representación en su hijo mayor, el príncipe Carlos, que en noviembre cumplió 65 años. Según el historiador Vickers, una abdicación no es necesaria porque la reina trabaja con plenitud «con todos los cilindros».

Pero el heredero ya mostró su impaciencia hace dos años, cuando expresó: «Me estoy quedando sin tiempo». Y, en las últimas semanas, ha trascendido el supuesto roce entre los equipos del príncipe de Gales y Buckingham Palace a la hora de gestionar una discreta cesión de funciones al heredero, que se manifestará esta semana en su participación conjunta en algunos de los actos de recuerdo en Francia del Desembarco en Normandía. Al parecer, el príncipe Carlos ha rechazado acompañar a su madre en algunas de las conmemoraciones.

Profesionales de la comunicación

La monarquía británica ha sabido rodearse de un equipo de profesionales de la comunicación que han catapultado en los últimos tiempos la popularidad de la Familia Real. Las celebraciones del jubileo de diamantes por los 60 años de reinado de Isabel II en 2012 tuvieron como colofón un espectacular concierto de la banda Madness en el tejado del palacio de Buckingham. Un año antes, la boda entre el príncipe Guillermo y Kate Middleton marcó un pico de popularidad para los Windsor.

Los duques de Cambridge, además, consagraron la perpetuación de la dinastía con el nacimiento hace ahora casi un año del príncipe Jorge. Por el camino, el príncipe Carlos se ha congraciado con el público británico, que defiende mayoritariamente que sea él -y no Guillermo- quien suceda a su madre, y que ha aceptado su matrimonio con la duquesa de Cornualles. La situación actual contrasta con el serio bache atravesado por la monarquía británica en los 90.

El año 1992 marcó el annus horribilis para la familia, como reconoció la propia soberana, mientras que la frialdad inicial de la Reina en la muerte de Diana de Gales tuvo que ser enmendada por el primer ministro de entonces, Tony Blair, para evitar un distanciamiento irreparable entre Isabel II y la sociedad británica. Pero los Windsor son una dinastía acostumbrada al cambio y a adaptarse a los nuevos tiempos. Durante la I Guerra Mundial llegaron incluso a cambiar el nombre de la familia.

Los Saxe-Coburgo-Ghota, apellido original de la saga de Isabel II, abandonaron sus resonancias -y orígenes- germánicos en pleno esfuerzo de guerra aliado para sustituirlo por el muy británico Windsor. Con tres herederos bien situados en la parrilla de salida, la Reina de Inglaterra puede ya poco a poco centrarse en actividades más propias de la edad octogenaria que tiene, y reducir su nivel de trabajo. Su participación esta semana en los actos en Francia serán el único viaje al extranjero este año de Isabel II y su marido, el duque de Edimburgo, con excepción de la visita de naturaleza privada que realizaron a Roma en abril para encontrarse con el papa Francisco y el presidente de la república, Giorgio Napolitano.

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