lunes, 2 de junio de 2014

La nueva épica

Marius Carol

La Vanguardia

Toda renuncia resulta un gesto de magnanimidad y la abdicación de un
rey constituye, cuando es voluntaria, un acto de grandeza. El rey Juan
Carlos ha decidido pilotar su sucesión cuando todavía se siente con
fuerzas para ejercer su cargo. En este sentido, su decisión puede
considerarse un último acto de servicio al país. Y de responsabilidad.
El monarca ha querido pasar el testigo al Príncipe, a las puertas de
cumplirse los cuarenta años de reinado. Lo ha hecho en unos momentos
especialmente complicados de la historia de España, cuando ha empezado
tímidamente la recuperación económica, pero, en cambio, persiste una
aguda crisis social, de credibilidad de la política y del encaje
territorial. Don Juan Carlos es consciente de que el príncipe Felipe
encarna a una nueva generación, que ha crecido en un clima de
libertades y que está llamada a mejorar la calidad de nuestra
democracia. El Rey, con su abdicación, ha querido hacer un reset en la
institución para revitalizarla con su sacrificio personal. Sabe, mejor
que nadie, que el Príncipe está preparado para afrontar el reto,
aunque tendrá que hacer acopio de paciencia, tolerancia e
inteligencia.

Felipe de Borbón será el primer rey de España con titulación
universitaria y con un máster en su currículo. Una novedad positiva
desde el punto de vista histórico, pero insuficiente para entender
todo lo que está ocurriendo. Afortunadamente, es un hombre que sabe
escuchar y que está comprometido a actuar. dentro del margen que la
Constitución establece. El Príncipe es un hombre moderno, que cuando
hace diecinueve años, tras concluir sus estudios en la universidad de
Georgetown, los periodistas le preguntaron sobre cómo imaginaba su
reinado, explicó que sin la épica que había comportado la gestión del
cargo por parte de su padre, pues intuía que le correspondería ser el
rey que ejerciera su puesto desde la normalidad. Pero las
circunstancias no son las que se preveían entonces y el reto del
heredero es conseguir que los ciudadanos no sólo perciban la utilidad
de la Corona, sino que vean en él a una persona abierta, tolerante y
cercana a la gente. Los problemas que afronta el país en esta hora
requieren de una nueva épica, con un discurso moderno y unas formas
próximas. No son tiempos de frases retóricas, sino de compromisos
inteligibles.

Un republicano como Manuel Vázquez Montalbán escribió que don Juan
Carlos era un auténtico profesional de la realeza, que emitía todo un
sistema de señales, al que siempre había imaginado tomando apuntes
mentales sobre lo que no debe hacer y con un manual de formación
profesional bajo el brazo. El Rey ha conseguido crear un modelo de
monarquía sustancialmente distinta de la envarada Corona británica o
de las realezas ligths nórdicas. Y se ganó a muchos republicanos por
el camino, en un país en que prácticamente nadie se declara
monárquico. Algunos errores de los últimos tiempos, por los que llegó
a pedir perdón, no emborronan su hoja de servicios.

El Príncipe, en tanto que futuro Felipe VI, tiene una compleja
papeleta por delante. Pero, de entrada, es justo reconocer que no ha
cometido ningún error destacable en el tiempo de espera. La monarquía
que encarnará junto a doña Letizia será distinta a la que sirvió su
padre y la reina Sofía. Deberá imprimir a la institución un sello
propio, con una nueva épica, para que la institución se consolide.

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